Susan Crowley
16/03/2018 - 12:00 am
Las diosas contemporáneas
Honestamente ver un #metoo en las redes sociales me hace percibir un tufo de frivolidad. No sé a qué se debe pero cuando me topo a todas esas mujeres (ya son muchas), listas para contar sus historias personales, (con pelos y señales, a veces demasiado explícitas), me da la impresión de exhibicionismo puro. Lo mismo que cuando una mujer tiene la oportunidad de tomar un micrófono, me molesta que en lugar de pronunciarse como un ser inteligente, ostente su indefensión y se muestre como víctima.
¡Llegó la hora de exhibirse!, hacer que las neo feministas te tomen como bandera. En el día internacional de la mujer no hay como tener una historia de abuso en el bolsillo. No solo si fuiste acosada, si viviste cualquier insinuación, acercamiento, mirada, coqueteo y no lo vendiste a tiempo a las revista de moda, esta es tu oportunidad. ¿Quieres atraer la atención por uno o dos días?, publica que fuiste abusada y di por quién. Pero, sé inteligente, hazlo en partes y así vendes más. Si puedes lograr que Sabina Berman se entere y hable sin conocimiento de causa de tu caso, pero hable, estarás muy cerca del éxito que ansías. ¿Realmente es eso lo que quieres?, ¿o piensas en algún momento hablar seriamente del asunto y presentar una denuncia por la vía correcta, es decir, en los tribunales?.
Honestamente, el abuso del #metoo en las redes sociales ha terminado por convertir estas denuncias en un acto de frivolidad. No sé a qué se debe pero cuando me topo a todas esas mujeres (ya son muchas) dispuestas a contar sus historias personales, (con pelos y señales, a veces demasiado explícitas), me da la sensación de que son exhibicionismo puro. Lo mismo que cuando una mujer tiene la oportunidad de tomar un micrófono, me molesta que en lugar de pronunciarse como un ser inteligente y valioso, ostente su indefensión y se muestre como víctima. Me pasa que cuando vi a Salma en la portada del Vanity Faire, lamenté profundamente que el titular para vender no fuera su talento y capacidad para moverse en un terreno de “tiburones” como Weinstein, sino decir, “por fin lo puedo contar, yo también fui víctima de acoso”. Me pareció un poco ridículo abrir la revista y llegar a la foto de Salma con el hoy escupido, vapuleado, sobajado ex rey de Hollywood, ambos rostros casi ocultos en el par de tetas de la señora Pinault en una fotografía de aquellos años, cuando ella tenía que capotear al personaje para que le produjera una de las peores películas de la historia, Frida. ¿Por qué esperar tanto tiempo y a que todas las víctimas de Weinstein hicieran público sus abusos?, ¿porque ya es Sra. Pianult o simplemente para subir su rating?. ¿No suena más que #metoo a un “yo también quiero lucirme”?.
Por supuesto, exhibirse casi desnuda o mostrar lo que mi abuelita llamaría tus partes de una forma poco pudorosa, jamás será justificación para que alguien abuse de ti. Si hay algo hermoso es la libertad de exponer lo que a uno se le de la gana y saber jugar con ello. Seducir y sentirse seducida y vivir el peligro de la atracción. A eso se referían las francesas ofendidas cuando tuvieron que levantarse en contra de las gringas puritanas y de doble moral. Desde luego estoy completamente de acuerdo con que se condene a un tipo convertido en bestia que abusa de una mujer. Hay que volver a ver aquella película Acusados, en la que Joddy Foster lograba llevar a juicio a una ciudad completa que había sido cómplice y callado su violación. Todos justificaban el abuso en la aparente promiscuidad de la chica.
No quiero ser malinterpretada; creo desesperadamente que si Woody cometió un acto de abuso con alguno de sus hijos, debe estar en la cárcel, pero, ¿por qué cada vez que gana un premio, Mia Forrow está en la otra acera armando un verdadero aquelarre? ¿Por qué me da coraje saber que una mujer denuncia a través del escándalo y no mediante las instituciones?. Se dice que demandar no tiene sentido porque los tribunales no escuchan, ¿pero gritarlo en redes sociales y en pasarelas, sí?.
El problema con el movimiento #metoo de estas celebridades es que está desvinculado de tantas otras mujeres que viven ajenas por completo al lucimiento de las alfombras rojas de Estados Unidos y ahora de México. Víctimas que sufren maltrato sobre bases cotidianas y que nunca podrán tener un micrófono para denunciar a sus victimarios. Asumo que mi responsabilidad ante esta injusticia es tratar de cambiar las cosas y educar a mi hijo como un ser humano que respete y se de a respetar con las mujeres y con los hombres por igual. Que en cada persona él reconozca a la otra, la apoye y le brinde su incondicionalidad en todo momento. He descubierto que ante una experiencia dolorosa, por más espantosa que sea, lo importante es cómo sobrevivir y aprender. No me atrevería a juzgar el caso de todas las mujeres que se han sentido en la necesidad de tragarse un abuso por conservar un trabajo, pero hay algo indigno en el hecho de tener que agachar la cabeza y aceptar una humillación simplemente por fama y por dinero. Sobre todo si diez años después resulta tan conveniente denunciar un abuso “abominable”.
La frivolidad con que se ha tratado en la farándula un tema tan delicado contrasta notoriamente con la labor emprendida por las mujeres en el arte. Sobre todo la dignidad y la capacidad que han tenido para transfigurar los temas en causas y trascenderlos como obras de arte. Habría que reconocer a quien, más allá de las modas y las tendencias, se pronuncia como individuo libre y ambiciona cambiar al mundo. Tal vez no sea un movimiento masivo, tal vez sea un esfuerzo aislado pero es tan valioso que llega a ocupar los anales de la historia, en este caso de la historia del arte.
Venga pues un homenaje a algunas de las artistas que jugaron un papel fundamental para transformar los criterios y abrir un campo igualitario de oportunidad. Las llamaremos “las diosas contemporáneas” ya que han sido verdaderas guerreras dispuestas ha sacrificarlo todo peleando siempre por los derechos de su género.
Una diosa oriental, Yoko Ono. Y no, no es la maldita china que separó a lo Beatles al atrapar al “Jesucristo” de los sesenta John Lennon. Ni maldita, ni china: era japonesa y también una gran artista. Enamoró a John abriéndole un universo diferente al de la frívola fama del Pop: el de la creación y la ruptura de esquemas, incluso el de la lucha por la paz entre todos los seres humanos a través del arte. Muchos opinan que Yoko no era nadie y que saltó a la fama gracias a John, pero la realidad es que cuando se conocieron ya era una artista consolidada (había participado con el grupo Fluxus y era muy cercana, nada más y nada menos, que John Cage y su grupo de conceptualistas neoyorkinos). Viajaba constantemente entre Nueva York y Londres en donde realizaba actos performáticos que provocaban escándalos continuamente. Durante Cut Piece (quizá su trabajo más reconocido), conoció a Lennon quien quedó enganchado a primera vista. En la vitrina de la galería, como si se tratara de un objeto a la venta, Yoko Ono estaba hincada frente al público (en su mayoría hombres), permanecía serena, sin una gota de maquillaje (contrario a las glamorosas mujeres que frecuentaban a John). Llevaba un sencillo vestido de paño gris (tal vez un homenaje a Joseph Beuys). Ofrecía en sus manos unas tijeras al público; alguien cortó la ropa interior de la artista dejándola totalmente expuesta. ¿Cuál era el sentido de esta práctica? Entre muchas otras cosas, mostrar la vulnerabilidad femenina en un mundo controlado por los agresivos hombres. Era apenas 1965.
La trascendencia del performance de Yoko Ono es retomado por otra diosa, ésta de origen serbio: Marina Abramovic. Luchadora eterna, utiliza su cuerpo como medio de propagación de sus ideas políticas y sociales. Es muy conocida la acción Ritmo 0 (1974), en el que permaneció inmóvil durante 6 horas con 72 objetos punzocortantes a disposición de quien quisiera intervenir su cuerpo. Como ella misma lo cuenta, “me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de rosas en el estómago, una persona me apuntó con el arma en la cabeza…”.
Marina vivió para contarlo. Salió mucho peor librada en el pleito contra Olay, su compañero de muchos años, quien la demandó y logró quitarle los derechos de más de la mitad de las obras que crearon durante su relación. Marina quedó devastada después del juicio. Podemos plantear varias hipótesis acerca del asunto, pero hoy sabemos que muchos juicios se definen por cortes plagadas de hombres que apoyan a los de su mismo género. En fin.
Otra diosa que se rebeló en contra del poder masculino fue Lynda Benglis, artista norteamericana. Lo hizo con un gran sentido del humor. Furiosa al darse cuenta de que el mundo de arte neoyorkino estaba dominado básicamente por hombres que ignoraban su trabajo escultórico, en 1970 posó para un anuncio de dos páginas, (que ella misma pagó) y que aparecería en el centro de la influyente revista Art Forum. Totalmente desnuda, Benglis solo llevaba unos lentes de sol y un enorme dildo de plástico colocado entre las piernas. Quería demostrar lo irónico de la situación: si bien nadie se preocuparía por difundir su trabajo, podía ser vista por todos los lectores del país a través de una inserción pagada.
No podía faltar la aportación de Italia en este conteo de diosas. Gina Pane fue mucho más radical al dedicar su trabajo al dolor infringido en la mujer exponiendo su cuerpo a pruebas por demás dolorosas. Sus acciones están llenas de un alto contenido agresivo y simbólico. Para ella, el cuerpo es fundamento de la regeneración y la fecundidad. Por otro lado, también es vehículo de dominación sexual, “(…) la herida es la memoria del cuerpo; memoriza la fragilidad, el dolor, es decir, su existencia real. Es una defensa en contra del objeto y de las prótesis mentales”. La parte más conocida de la obra de Pane tiene que ver con la utilización de fluidos del cuerpo femenino, considerados como elementos sucios y que se asocian muchas veces con la muerte, pero que también fueron utilizados por las culturas primitivas como símbolo de iniciación y sacrifico.
Para terminar de documentar el poder de las mujeres artistas va un colectivo (sí, mujeres unidas, ¡qué raro!). A través de sus acciones ganaron uno de los sitios más respetados en la historia del arte del siglo XX. Surgió en 1985 y se hizo llamar Guerrilla Girls, su primera manifestación fue en contra de uno de los templos del arte contemporáneo (diosas atentando contra templos), el icónico Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Colocaron carteles de protesta delante de las entradas del museo para mostrar la injusticia e inequidad a las que eran expuestas las mujeres artistas. Una de sus características es que sus miembros siempre llevan una máscara de gorila, minifalda y ligueros. Con un humor descarado presentan a través de panfletos, documentales y diversos registros su idea de “femenino” en contra del cliché “feminista” (igualdad de oportunidades, el fin de la discriminación por género, acceso igualitario a la educación, los derechos reproductivos y derechos humanos para las mujeres).
Amo a las artistas que antes que ser feministas son mujeres y son artistas, como Mónica Meyer, mexicana, activista y revoltosa, divertida y llena de talento. Consciente de que el arte es un arma poderosa, en su obra permite la expresión de otras mujeres que se mantienen en silencio por miedo, por no tener acceso a un micrófono. A través de “postis”, cada una de las mujeres que se acercan a la gran pared de denuncia adquieren una voz. Se les permite así exhalar un grito de enojo. La propuesta de Mónica es esperanzadora, es un ejercicio de liberación pura.
Llenas de sentido del humor, activistas de corazón, guerreras delante de la sociedad masculina y buscadoras de un espacio propio, las creadoras siempre han tomado la delantera en la exploración y apertura del arte. Más allá de sus experiencias personales, de cómo les haya ido en la vida, ellas se han mantenido auténticas, son las diosas de hoy. ¡Un brindis por ellas!
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