Además de pederasta, el cura Carlos López Valdez manejaba una red internacional de pornogorafía infantil. Después de la denuncia de una de sus víctimas, un Juez lo condenó a 63 años de prisión, siendo la primera sentencia contra un presbítero en la capital del país. Ahora, exigen, sigue su presunto encubridor: el ex Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera.
Ciudad de México, 14 de marzo (SinEmbargo).- La condena histórica de 63 años de cárcel contra el sacerdote pederasta Carlos López Valdés por los delitos de abuso sexual y corrupción de menores es solo el principio. El proceso continúa y ahora el objetivo serán sus encubridores, encabezados presuntamente por Norberto Rivera Carrera, recientemente jubilado de la Arquidiócesis de México.
¿Quién es el sacerdote Carlos López Valdés? El cura pederasta, de 74 años de edad, no solo abusaba de sus monaguillos y otros niños acólitos, también los fotografiaba para intercambiar las imágenes en una red internacional de pornografía infantil que manejaba desde las parroquias donde oficiaba sus servicios religiosos.
“Él tenía un arsenal de fotografías pornográficas. A él le gustaba hacerse fotos cuando abusaba de los niños. También le gustaba tomarles fotos a los niños desnudos. Tenía miles de fotos en su computadora. Cuando dejé la iglesia pude sacar sólo un disco, pero tiene cientos de discos. También tenía fotos en memory stick”, me dijo Jesús Romero Colín en una entrevista incluida en mi libro Prueba de fe: la red de cardenales y obispos en la pederastia clerical, prologado por el Obispo Raúl Vera y cuya edición de bolsillo sale a la venta en estos días bajo el sello de Booket de editorial Planeta.
El CD que Jesús pudo sacar contiene más de 70 imágenes de contenido explícito cuya copia me fue entregada: “El padre Carlos además de pederasta es pornógrafo. Su vida transcurría entre abusos sexuales, material pornográfico y Dios. Él en la mañana me masturbaba, salía, daba misa y las señoras le basaban la mano. ¿Qué pensaría él? Que es omnipotente, que nunca ha hecho mal. La misma gente fomenta a estos sacerdotes, las mismas autoridades que no hacen nada, el gobierno que lo sabe y permanece en silencio sin actuar”, dice Jesús.
Los menores abusados sexualmente por este sacerdote, ahora encarcelado, fueron testigos de cómo manejaba la red de pornografía infantil, intercambiando fotos con gente de México y Estados Unidos particularmente, y relacionándose con homosexuales y otros sacerdotes que tenían las mismas preferencias.
El material constituyó una prueba demoledora. La identificación de las víctimas y el victimario fue absoluta. Además, existen fotos del sacerdote autorretratándose desnudo en posiciones explícitas de manera exhibicionista. Las imágenes demuestran que él mismo tomaba las fotos de los niños mientras dormían o bien, durante el abuso sexual. Se trata de imágenes domésticas, aparentemente cotidianas, en diferentes estancias como el baño, la sala, el dormitorio, el jardín, la alberca, estancias de su casa o del lugar donde vivía en las parroquias donde ofreció sus servicios sacerdotales durante su carrera eclesiástica.
Las fotos no son profesionales, más bien fueron echas sin encuadre, ni enfoque o zoom, a veces sin la suficiente iluminación. Se trata de imágenes de cuerpos desnudos que muestran la abyección de un adulto abusando de menores. El contenido gráfico en fin, es vulgar, obsceno, repetitivo, soez, infame porque se trata de niños y adolescentes explotados, esclavizados, violados siempre por el mismo hombre que luce complacido posando para la selfie, sonriente, feliz, porque se sabía impune y protegido.
Lo que repugna de estas fotos no es solamente el delito, es también el ensañamiento del agresor. Imágenes que viajaron por Internet para ser intercambiadas, donde según la Interpol, existen más de cuatro millones de zonas que contienen este tipo de material que exhibe el mercado del abuso sexual infantil y del cual, los ministros de culto no están exentos. Un negocio que general miles de millones de dólares anualmente.
SIGUEN LOS COMPLICES
La demanda interpuesta el 17 de agosto de 2007 contra el sacerdote Carlos López Valdés y/o quienes resulten responsables, en particular los protectores del presbítero que ofrecía misa en la Parroquia de San Agustín de las Cuevas en la Delegación Tlalpan, en la Ciudad de México.
A la histórica sentencia se añade que, por primera vez, el sacerdote agresor y sus protectores, en este caso el cardenal Norberto Rivera y la Arquidiócesis de México, fueron demandados para que paguen la reparación del daño que deberá ser cualificada próximamente.
Por primera vez también, la justicia exige la apertura del archivo secreto del Tribunal eclesiástico en poder de la Arquidiócesis primada de México, que en su momento, el cardenal Norberto Rivera prefirió no entregar ni colaborar en este caso, a pesar de habérselo prometido a la víctima.
El juicio incluye el proceso contra los encubridores el sacerdote pederasta: el cardenal Norberto Rivera y los obispos Jonás Guerrero y Marcelino Hernández.
El cura pederasta sentenciado a 63 años, era ecónomo del obispo Jonás Guerrero y ambos trabajaron estrechamente, incluso llevaba a los acólitos a la vicaría y estaba enterado perfectamente de los delitos cometidos por Carlos López Valdés: “En 2004, un ex seminarista fue y le entregó pruebas, mediante fotografías, y el obispo hizo caso omiso y permitió que Carlos Lopez siguiera siendo sacerdote”, dice Romero Colín.
El obispo Marcelino Hernández también estuvo enterado porque fue quien ordenó el ingreso de Carlos López a clínicas supuestamente de rehabilitación que existen en la Ciudad de México: la Casa Rougier, la casa Damasco y una más, ubicada en la colonia Postal. El obispo Marcelino cuando fue notificado de los abusos cometidos por el sacerdote pederasta, dijo que solamente eran “toqueteos”.
Pero el principal encubridor es el cardenal Norberto Rivera a quien los obispos le reportan todo. En 2007 cuando el caso cobra notoriedad al publicarse el libro “Prueba de fe”, el sacerdote Carlos López fue simplemente removido de su parroquia pero siguió en el ministerio sacerdotal, hasta que su caso fue denunciado al Tribunal Eclesiástico y finalmente fue suspendido en 2010, aunque le permitieron continuar oficiando misa en distintas parroquias de la Ciudad de México y Cuernavaca, y siguió conviviendo con menores, según las investigaciones.
En 2015, Norberto Rivera recibió a Romero Colín en su oficina de la Arquidiócesis y se comprometió a cooperar con la justicia, algo que nunca sucedió, al contrario, según denunció, el cardenal continúo ejecutando maniobras judiciales de protección: “La razón más obvia es que no cooperaron con la justicia entregando el expediente eclesiástico porque hay más prelados involucrados dentro e mi caso. Al corroborar los abusos, simplemente no fueron a denunciarlo ante la justicia y eso los convierte en cómplices”.
Mientras sucedían los abusos, Norberto Rivera fue enterado del caso y le dijo al propio sacerdote ahora encarcelado: “Tú estás a cargo de tu obispo, que es Jonás Guerrero. Él verá lo que hace contigo”.
—- ¿Y por qué el cardenal protegió a Carlos López?, le pregunté a Romero Colín en entrevista.
—- Porque es igual que ellos. Si no le pareciera lo que hacen, los hubiera atacado. Si no les dice nada, es porque es igual, porque es también abusador de niños. No hay otra explicación. El padre Carlos nunca tuvo miedo de que sus superiores le hicieran algo; al contrario, era muy descarado. Seguramente porque se sabía protegido”.