Alma Delia Murillo
10/03/2018 - 12:00 am
Después de la calma, viene la tempestad
Leer libros, en cambio, era algo que apenas figuraba en sus capacidades. Tenía una biblia, claro, y un montón de folletines de rezos. A veces leía también la historia de una tal Genoveva de Brabante, una aristócrata alemana convertida en mártir.
A mi abuela le gustaba leer el cielo.
Sabía interpretar sus colores, la forma de las nubes, oteaba la humedad como venado alerta y sacaba su diagnóstico. Va a llover. Va a temblar. Ya vienen los fríos. Van a tardar las lluvias.
Leer libros, en cambio, era algo que apenas figuraba en sus capacidades. Tenía una biblia, claro, y un montón de folletines de rezos. A veces leía también la historia de una tal Genoveva de Brabante, una aristócrata alemana convertida en mártir.
Con olfato médico y un temple de cabrona, mi abuela se hizo partera, muy socorrida en su tiempo y responsable del nacimiento de varios de mis hermanos y mío.
Veía a una mujer a los ojos y, aunque el vientre aún no diera la menor señal, vaticinaba: “está embarazada”. También sabía sopesar barrigas y calcular semanas de gestación y hasta el género del cuasi humano en proceso.
Es niña. Es niño. Son dos. Traes mucha agua. Se te va a adelantar.
Y no erraba.
Apenas podía escribir su nombre y los números, firmar algún documento. Pero sabía leer cielos, y sabía leer panzas.
Una vez me dijo que cuando el cielo tiene esos hermosos trazos de color rojizo es porque va a temblar, otra vez que cuando las noches están muy silenciosas es porque “algo” viene. Otra que a los enamorados se les nota que están enamorados porque tienen cara de pendejos.
Así soltaba frases, así leía cielos, silencios, barrigas y amores.
Recuerdo una tarde que me burlé en secreto porque yo sabía leer su único libro mejor que ella, que con dificultad juntaba las palabras. Qué estúpida, qué mocosa ignorante fui.
“No todo está en los libros”, ha dicho tantas veces mi madre, sabia como mi abuela.
La primera vez que lo escuché me ofendí, claro, que para eso nos rellenamos la sesera de respingos intelectuales despectivos con los que luego queremos atrincherarnos contra el mundo para pretender que sabemos aunque no entendamos un carajo.
Pero el tiempo, el cielo, las entrañas, las caras de los enamorados son alfabetos que sólo con una genuina inteligencia aprenden a descifrarse. La de veces que he confirmado las afirmaciones de mi abuela contemplando cielos y miradas, aguzando la oreja ante ciertos silencios.
La verdadera inteligencia es animal, la razón es otra cosa.
Hoy lo entiendo.
Y justo ahora, atestiguo una calma y un silencio que anticipan la tormenta.
Y me gustaría sentarme con mi abuela y decirle mira, ya aprendí a juntar las sílabas que están fuera de los libros para que ella me dijera por fin, muchacha malacabeza, a tus cuarenta años te enteras de la lección.
Perdonen el desparramo de nostalgia, pero qué se hace cuando tuviste una abuela que sabía leer cielos, barrigas, amores y silencios.
@AlmaDeliaMC
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