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Ernesto Hernández Norzagaray

02/03/2018 - 12:01 am

La fe en la política

Hoy, existe el sentimiento de que llegando AMLO a Los Pinos, o mejor, como él ha dicho que de ganar residirá en Palacio Nacional, empieza una nueva era de justicia social. No dudo que así sea, pero no olvido los márgenes de actuación existentes. El país no se creó ayer.

Y es que en tiempos políticos, la fe en el sentido puro aparece como culto, como devoción. Foto: Cuartoscuro.

Para Pedro, mi hijo, en su cumpleaños

La fe es un sentimiento extraño que nos precede por la atmósfera social en que nos creamos. No está anclado necesariamente a la realidad sino a los deseos, los sueños, las fantasías, las ansías de qué las cosas cambien y estas sean mejores.

Se puede tener fe en unos valores religiosos, un partido ideológico, un líder carismático, un proyecto renovador, una idea redentora, vamos una certeza mágica. La fe entonces es una suerte de sentimiento reconfortante, de pertenencia a algo o alguien, cuando se tiene fe uno es capaz de desprenderse de su identidad, de sus valores cultivados a lo largo del tiempo, ser otro muy distinto a lo que se supone que se es y pasado el tiempo volver a donde estaba antes de ese delirio temporal.

Y es que en tiempos políticos, la fe en el sentido puro aparece como culto, como devoción, a quien encarna esa aspiración, ese deseo, esa ansía venida del hartazgo y hasta el deseo de venganza. Nada que ver con una fe construida mediáticamente como posverdad, como mentira, manipulación, sino creencia enraizada en la tierra de la salvación. Dónde se otorgan valores a una figura pública capaz de garantizar pan y leche para todos en cada mesa. Entonces, la fe es contraria a la razón política, es una suerte de delirio fugaz.

Sin embargo, alcanza a seres racionales, pasa con amigos y conocidos, personas juiciosas, críticas, pero que sucumben a una idea, a un deseo de cambio, un líder omnipotente. No bastan razones, números, tendencias históricas, la fe se impone sobre todas las cosas. La realidad no puede ser otra más que la que debe ser. La justa.

Sucede con segmentos priistas, panistas y morenistas. Y es que en esa lógica, para militar en una idea, es necesario tener una certeza, contar con una cierta dosis de determinismo, estar en una voluntad colectiva. Y si la realidad se equivoca peor para la realidad. Para todos. En estos tiempos nebulosos, complicados, pareciera que el insumo de la irritación estimula la fe con una dosis desmesurada, vengativa.

Es tal el descontento que se genera una suerte de esquizofrenia donde el principio de realidad se pierde y lo que prevalece es el deseo salvador, del ahora sí. Estamos presos de una cárcel emocional. Y es ahí donde buscamos soluciones a los problemas estructurales. Craso error. La situación es más complicada que el delatado en un discurso salvador.

Hoy, existe el sentimiento de que llegando AMLO a Los Pinos, o mejor, como él ha dicho que de ganar residirá en Palacio Nacional, empieza una nueva era de justicia social. No dudo que así sea, pero no olvido los márgenes de actuación existentes. El país no se creó ayer. Es una construcción histórica. Los amarres son reales. Algunos se podrán romper, otras negociar pero la mayor parte está atada a los organismos internacionales. Y ahí hay que andar con tiento. No pisar más callos de los posibles. Es necesario garantizar la gobernabilidad y la estabilidad, sino el país puede derrapar, y entrar en una pendiente con final impredecible. Y eso no solo vale para AMLO, sino también para los candidatos Anaya o Meade, y es cuando la fe se difumina, nos vuelve al mundo real.

Aquí impera el realismo, el pragmatismo, el margen de oportunidad. No obstante, existen nichos de oportunidad, como lo hizo el Presidente Lula en sus dos mandatos presidenciales, que llevaron a 40 millones de pobres brasileños a la clase media.

Pero, eso solo fue posible, con un gobierno honesto que lamentablemente terminó señalado por corrupción incluso al propio Lula podría llegar a pisar la cárcel este año y quedar fuera de la contienda presidencial donde es amplio favorito hasta en las encuestas de sus enemigos, y es que él en su oportunidad supo cuáles eran sus márgenes de actuación, lo que estaba a su alcance y lo que no, pero también lo que podía hacer para bajar la desigualdad social y no la desaprovecho.

Es el momento en que la fe se convierte en otra cosa. Pero al no haber correspondencia entre esta y la realidad aquella pierde fuelle porque trastoca las certezas. La seguridad de un mundo mejor.

Es cuando viene el desencanto democrático. Cuándo la esperanza se cae y llegan los cuestionamientos al líder. La frustración se impone y la gente se deprime. Se aleja de la idea incubada largamente. Sin embargo, incorregiblemente, somos seres emocionales, y los sentimientos como decía un amigo “se mandan solos”, basta un guiño para empezar el enamoramiento por una idea, un objeto, un nuevo personaje, no necesariamente político. Quizá por eso, a los mexicanos nos pierden las canciones de amor y desamor.

O sea no podemos desprendernos de nuestra parte afectiva pues es la que nos hace seguros, esperanzadores y felices hasta en la desgracia.

Entonces, en todo proceso de cambio político, es previsible la insatisfacción, la caída de los afectos, lo vimos inmediatamente con la alternancia panista, especialmente con Vicente Fox, que hoy muchos de sus antiguos votantes lo vomitan por “traidor a la democracia”. Pero, sobre todo, por los cochupos con el PRI y las políticas entreguistas de su gobierno.

Y ese es el desafío que tiene López Obrador en caso de ganar, la habilidad que tendría para equilibrar las exigencias de sus votantes con mayor fe y sus políticas públicas en un contexto de recursos escasos.

Con Meade y Anaya, es lo previsible para quienes cultivan la fe lopezobradorista pues es la continuación del régimen de exclusión social. Son en esa lógica la encarnación de la negación de la esperanza.

En suma, vivimos tiempos de una fe anclada en la esperanza, no solo por razones económicas, la fe es sociológica y alcanza todas las dimensiones, y quizá por eso en las últimas décadas hemos visto multiplicarse los credos religiosos, los grupos de autoayuda, el virus de la agregación social, entre la gente que se sienta sola, y no está satisfecha con su entorno, en una colectividad individualizada.

Quiere algo más, y eso la lleva a cultivar la fe, aunque la realidad traicione su expectativa, sus sueños la esperanza y sus ansias de cambio.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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