Las palabras perdidas explora esta situación a través de Blanca Hernández, una exitosa abogada y ama de casa que es diagnosticada con el síndrome de Pick, enfermedad neurodegenerativa que comparte síntomas con el Alzheimer. Para enfrentar la terrible realidad decide recurrir al diccionario como único método para aferrarse al lenguaje y la comprensión de un mundo que poco a poco se le desvanece.
Ciudad de México, 3 de marzo (SinEmbargo).- “Esa tarde de finales de junio es hermosa. Le provoca alegría salir del entorno cerrado del consultorio médico. Disfruta del trayecto en automóvil, a pesar del tráfico. Descubre detalles que, anteriormente, en su diario recorrer por las calles de la ciudad pasaban desapercibidos. Reclinada, en el interior del vehículo, observa divertida las copas de los árboles.
Se da cuenta que las flores de los pequeños jardines desean asomarse desde el interior de las casas resguardadas por rejas de hierro. Sólo las buganvilias logran su cometido trepando por los muros, luciendo, desfachatadas, su intenso color. Cuando la velocidad del auto lo permite, se queda observándolas. El color intenso traspasa su mirada, viaja hasta su mente cerca de sus sentimientos, provocándole un dolor suave que la hace llorar en silencio sin comprender por qué.
Piensa, emocionada, que nunca había visto algo tan bello y perfecto. Hubiera querido tocarlas, sentir entre sus manos el púrpura violento. También saborearlas, seguro son dulces. De ahí sacan el algodón de azúcar que compraba mamá cada domingo en Chapultepec. Recuerda, en su boca, la rosada sensación que se deshace deliciosa. Pensó en la perfección del universo. Todo estará bien mientras existan las buganvilias, los domingos y los algodones de dulce. La dulzura de su madre, la voz de su madre. Es Mercedes que la llama”.
Este es el comienzo de Las palabras perdidas, de Victoria Dana, una novela sobre el olvido, sobre la pérdida de la memoria, algo que nos construye sustancialmente y que cuando se va, nos deja perdidos, en el mar de nadie.
“Es una novela sobre la demencia de Pick, una historia sobre una mujer joven, abogado, con todo su proceso, desde que descubre que tiene la enfermedad, cuando empieza a perderse, hay una parte de agresividad medio fuerte y la narración se dedica a acompañarla en toda su enfermedad. Pierde la capacidad del lenguaje, entonces recurre al diccionario, trata de entenderla, la separa en sílabas y algo la lleva al recuerdo cuando era niña”, relata la autora también de A donde vayas, iré, donde cuenta la vida de Latifa, una mujer de Damasco que se radica en México.
–Antes no existía o no quería la gente que se supiera que existía…
–No existía como ahora. Hay que recordar que hace un tiempo la gente se moría de otra cosa. Si nos remontamos a principios de siglo, vamos a hablar de mujeres que dan a luz, había el 60 % de mujeres que morían de parto. Estamos hablando de los años 50 o 60. ¿Cuánta gente no moría de un paro cardíaco? No había oportunidad de llegar a estas edades tan grandes.
–¿Estas enfermedades tienen que ver con la edad?
–Las investigaciones las han estado haciendo todo el tiempo, pero sí es importante tener muy claro que cuando la sociedad alcanza mayores niveles de edad, exponencialmente se muestran grandes niveles de demencia. Eso existe, es una realidad. Están haciendo cálculos que alrededor de 2050, habrá 115 millones de personas dementes en el mundo.
–Uno piensa mucho en la vejez, en la pérdida de la belleza, de lo aparente, pero es importante la mente…
–Bueno, mira, la vejez de por sí es una etapa en la que empiezas a olvidar, te acuerdas más de las cosas cuando eras chicas que de lo inmediato, empiezas a recordar de otra manera, pero cuando hablas de la demencia hay otras cosas que tienes que valorar. En el caso de mi personaje, ella va perdiendo el lenguaje, comienza a tener confusión, paranoia, algo que me llamó la atención es que yo no sabía lo que realmente tenía, tuve que recurrir a Internet, al google, para preguntar qué tenía esa mujer. Lo mismo le pasa al médico en la novela, le cuesta mucho trabajo diagnosticarla. A medida que avanza la tecnología será mucho más fácil diagnosticarla. Descubro que tiene mucha confusión, mucha paranoia, mucha agresividad y es entonces la demencia de Pick.
–¿Hubo algún caso cercano?
–Tuve muy de cerca de demencia vascular de mi suegra. Cuando ella falleció, yo tengo muy claro una cosa, que tengo que descubrir las cosas que pasan en el cerebro. Cuando ya no hay un proceso de pensamiento, qué hay. Tuve que echar mano de la literatura como para comprobar qué pasa. Desde mi punto de vista, después de haber investigado mucho sobre el tema, a medida que la persona pierde el aquí y el ahora, su energía, su emoción, se libera. Lo que queda en la persona es su presencia. Es muy importante que la gente entienda. A pesar de que mi madre no me reconoce, su alma, su ser está allí.
–¿No hay posibilidad en este caso de una eutanasia?
–Nunca lo han mencionado los médicos de esa manera y creo que no tendría que haberla, ¿en qué sentido yo decido cuando se tiene que ir? Lo que sí es muy claro que ya no hay que llegar a cosas heroicas, sino que si usted tiene un enfermo de Alzheimer en su casa, cuando está bien, hacer que firme y diga cuáles son sus deseos, para poder morir de la manera más natural posible. Sin acciones heroicas para salvarle la vida. Se me hace criminal, por ejemplo, cuando tienes un problema de demencia y te van a querer entubar. Hay casos donde los alimentan por vía nasal, lo único que hacen es sacarle dinero a la familia. Ayudar a bien morir, no es eutanasia. Los jóvenes de ahora van a tener que cuidarnos a mi generación.