El consumo de drogas en México aumentó 47 por ciento en los últimos siete años, siendo 8.4 millones de personas entre la población de 12 a 65 años que admitieron haber consumido drogas ilícitas al menos una vez, de acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT) realizada del 2016 al 2017.
Camila, con 35 años y dos hijas, ayuda a su esposo vendiendo drogas desde 2008. Durando el tiempo que ha estado casada con él, Camila ha tenido que cambiarse de casa varias veces por temor a que los encuentren y atenten contra su vida, también se ha hecho cargo de las cuentas del negocio de su marido para ayudar en la casa.
"Es un desmadre. Mi esposo no se mete para nada en las cuentas y dice que nada es gratis, y que yo también me chingo", dice.
Asegura que aunque se ha alejado su familia y no tienen amigos por el negocio que lleva, nunca le ha faltado nada y a sus hijas tampoco.
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Por Andrea Juárez
Ciudad de México, 24 de febrero (VICE/SinEmbargo).- A casi 11 años y un mes de que el Presidente Felipe Calderón haya declarado la guerra contra el narco y Enrique Peña Nieto la haya continuado, más de 200 mil personas han sido asesinadas y más de 28 mil se han declarado desaparecidas en México durante esta batalla.
El gasto en las funciones de Justicia, Seguridad Nacional, Asuntos de Orden Público y Seguridad Interior ha sido un total de 1,829,002 billones de pesos. Sin embargo, en la actualidad, de acuerdo con el INEGI, casi un 70 por ciento de la población mexicana admite sentirse insegura.
Según la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT) realizada del 2016 al 2017, el consumo de drogas en México aumentó 47 por ciento en los últimos siete años, siendo 8.4 millones de personas entre la población de 12 a 65 años que admitieron haber consumido drogas ilícitas al menos una vez.
Actualmente, las drogas ilegales más consumidas en el país son la mariguana (cuyo consumo pasó de un 6 por ciento en el 2011 a 8.6 por ciento en 2016), la cocaína ( de un 3.3 por ciento a un 3.5 por ciento) y los alucinógenos, cuyo consumo quedó constante en un 0.7 por ciento.
Camila* tiene 35 años y ha acompañado a su esposo Emilio* durante los años de la guerra del gobierno contra el narco. En lo bueno, lo malo, lo bonito y lo feo.
Ella vive en una de las delegaciones que rodean a la Ciudad de México, donde su esposo es proveedor de droga y donde en enero de 2017 la Secretaria de Seguridad Publica Capitalina contabilizó alrededor de 20 mil lugares de distribución de sustancias ilícitas.
Éste es su testimonio...
TESTIMONIO DE UNA ESPOSA, EN PRIMERA PERSONA
Conocí a mi esposo por mis hermanos. Ellos eran trabajadores de él en el mismo negocio y empezamos a salir como en el 2006, pero muy casual. Me gustó porque somos iguales, muy burlescos y nos encanta agarrar cura.
Cuando lo conocí, él iba en decadencia y vendió propiedades que tenía porque agarró el vicio del cristal. Cuando yo me enteré de eso, no quería dejarlo solo y con más razón sentía que tenía que estar ahí. Le ponía sueros y traté de internarlo en clínicas, pero nunca se dejó.
Un día me fastidié y dejé de verlo. Estuve sin saber de él como seis meses. Cuando me lo volví a encontrar en un baile, él ya estaba bien y había dejado el vicio, pero no tenía dinero. Regresamos en el 2008. Nos casamos, empezamos a vivir juntos y comenzó a trabajar en Mazatlán, Sinaloa.
Si andas en eso, obvio corres riesgo. En ese tiempo, cuando nos casamos, fue cuando empezaron a pelearse la plaza dos bandas: Los Zetas, en alianza con los Beltrán Leyva, en contra del Cartel de Sinaloa. Mi hermano estaba en una de ellas y jaló a Emilio a trabajar con él. Le dio una plaza en un pueblo de Sinaloa, donde se encargaba de la mercancía y venta.
Por la violencia teníamos que estarnos cambiando de casa cada tres meses. Nadie de la familia podía irnos a visitar y cuando salíamos teníamos que fijarnos que nadie nos siguiera.
Estábamos nada más encerrados sin que nadie supiera donde vivíamos ni nada. Aparte tenían fotos mías y me andaban siguiendo. Me daba cuenta y le hablaba a mi esposo y él me decía a dónde ir. Me quedaba en una plaza y ya él le hablaba a gente para que le dijeran quién podía ser. Como él no salía ni nada, por medio mío querían dar con él para que se soltara.
En enero del 2010, yo, embarazada, era la que llevaba y traía mercancía porque él no podía salir. Después empezó a irnos mejor pero seguíamos teniendo que estar cambiándonos de casa. Luego la violencia comenzó a ponerse peor y a todos los trabajadores de mi esposo los mataron. Dos días antes de que naciera mi hija, levantaron al escolta que tenía de encargado, y el día que nació, amaneció colgado de un puente.
Él tuvo que irse a Nayarit y después a la Ciudad de México. Yo con una semana de la cesárea, tenía que ir con mi hija en brazos entregándole, con todo y miedo, la mercancía y el dinero a sus trabajadores en taxi. Estaba sola en mi casa, nada más con mi hijo y mi recién nacida. Al año de que nació mi hija, me fui a la Ciudad de México con él.
No medía el peligro. Ahorita ya me acuerdo y digo: "Ay, ¿Cómo me atreví a hacer eso?” Se exponía uno tanto.
Cuando llegamos, él trató de no hacer lo mismo y de empezar un negocio bien con el dinero que traía. Puso dos locales de videojuegos —maquinitas—. En julio del mismo año lo secuestraron. Y para el rescate, nos quitaron todo el dinero que teníamos.
Después del rescate, íbamos al local de videojuegos a dormir porque teníamos miedo de ir al departamento donde vivíamos. Así la pasamos unos cuatro años hasta que nació mi segunda hija, en el 2013, el mismo año en que Emilio realizó su primer viaje de mota para la Ciudad de México.
Los lujos de estar casada con un narco son que no te quedas con las ganas de nada. Él me da todo. En mi cumpleaños me regaló 100,000 pesos, pero el mejor regalo que he recibido de él es mi casa. Y todo lo que yo le digo que quiero, me lo da.
A lo mejor en tiempo atrás, durante los cuatro años más difíciles, no podías salir a tomar un fin de semana porque te ibas a gastar todo el dinero de la renta. Tampoco podía llevar a mis hijas a un balneario porque tenía que sacar cuentas de lo que se iba a gastar. Ahora voy aquí, voy allá… lo que tu quieras te compras. No vives preocupándote ni tronándote los dedos.
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Le digo a mi esposo: "¿Qué prefieres: que estrenen zapatillas otras, o que estrene zapatillas yo?" No me limita nada. Si le digo "Quiero esto", sí. Pero también trato de no ser abusiva ni perjudicar a mi familia, que es lo que más cuidamos.
Aparte de la familia, yo lo ayudo en su contabilidad porque es muy desparpajado. Le saco a sus trabajadores sus inventarios y de las personas que le deben y a quién le da la mercancía.
Yo soy la única persona que maneja su dinero, pero también su hermano cobra y me pasa el dinero a mí. Yo le tengo que tener las cuentas listas de lo que le dan todos los días, y pasárselos a sus deudores. Tengo que revisar la cartera de clientes para que haya menos chance de que roben.
Si faltan diez gramos, tenemos que regresarnos a la bodega hasta encontrar dónde está el error. La semana pasada llegué a las 3am después de hacer cuentas todo el día. Es un desmadre. Mi esposo no se mete para nada en las cuentas y dice que nada es gratis, y que yo también me chingo.
Sí he sentido que la gente se aprovecha de nosotros porque siempre quieren sacar ventaja y beneficiarse de todo. También siempre van a hablar mal de ti y nunca les vas a dar el gusto, ni a la familia.
A veces los trabajadores si me han de echar tirria porque si yo les veo algo mal, no los puedo tapar. Tengo que decirle a mi esposo porque si no pones un alto, te agarran de tonta.
Una vez se le perdieron a mi esposo 400 gramos de cocaína, que son 100 mil pesos. Así. De un día para otro. ¿Y quién fue? Quién sabe.
Una vez empecé a sumar todo, y nada más así: Ochenta menos, diez, setenta. Y tenían cincuenta. ‘Eso está mal’, le dije a mi esposo. Le llené de tranzas a su trabajador como cuatro hojas. Casi le da el infarto. "Ponte trucha", me dijo. Es estresante estarte cuidándote de todos lados para que no te chinguen.
He tenido problemas en mi relación por la familia, se mete mucho. La de él y también la mía. Si me buscan problemas mejor me alejo. Todos los días le pido a Dios por ellos pero prefiero no saber nada.
Problemas de viejas también he tenido, y de chismes igual. Una vez me habló un hombre desde un número privado y me dijeron que Emilio estaba en un hotel. Allá te voy, no me contestaba y era la hora del tráfico.
Me contestó y lo vi en una moto, quién sabe. Prefiero no mortificarme. Quiero pasármela a gusto. Él es muy bueno conmigo y le digo: "Si haces o no, no me voy a mortificar. Voy a saber lo que tenga que saber".
La gente también siempre se espanta. Sientes que les da miedo salir o convivir contigo porque los vas a inmiscuir en algún problema, por eso no le hablo a nadie. Si yo le hablo al vecino, él va a empezar a preguntar qué hacemos y fijarse en los gastos que tenemos. Si les das el pase, empiezan hacer sus conclusiones. Mejor "Buenas tardes" y ya. Decimos que vendemos ropa y se acabó.
Sí tengo amigas que son esposas de los amigos de Emilio pero no les tengo confianza. Yo le tengo más miedo a las envidias que a todo.
A mis hijas les digo que su papá vende tenis y ropa. Una vez mi hija dijo en la escuela que su papá vendía ramitos de plantas secas. Ella ha visto la mercancía pero le digo: "Tú no debes decir nada de lo que ves porque son cosas muy peligrosas y puedes meter a tu papa a la cárcel".
En el futuro, yo quiero poner un puesto de ropa como una opción B y él se quiere ir al norte del México con mi papá; se quiere retirar. Planea comprar departamentos y rentarlos o también poner una marisquería o una franquicia. Pero hasta que él no vea que las cosas estén feas como en el 2008, es cuando va a empezar a pensar en la retirada.
En un momento dado yo prefiero mil veces que se retire y dejar todo a que él se exponga o le pase algo malo. Lo más importante es mi familia, y si estuviera él, mis hijos o yo en peligro, nada de eso —dinero y bienes materiales— es prioridad.
* Esta entrevista fue editada con fines de claridad. Los nombres fueron cambiados