Académicos de la máxima casa de estudios del país señalaron que el problema de México es que "cree que puede enfrentar un problema, que tiene una vertiente psicológica marcadamente estructurada, con simples reformas constitucionales o legales. Y ahí se muestra una tragedia”. En ese sentido, mencionaron que el papel de las leyes en una sociedad democrática es el establecimiento de controles adecuados para frenar a los detentadores del poder.
Asimismo, señalaron que la corrupción por parte de los gobernantes es la más evidente y molesta para el pueblo. Pero existe una corrupción media, o bien, “la corrupción común y corriente y no la corrupción legal o de sistema” –mordidas, hacerse de la vista gorda, sobornos, etcétera–. Aquella en la que la mayor parte de la población incurre como parte de una cultura de tejido social.
Ciudad de México, 15 de febrero (SinEmbargo).- La corrupción y la impunidad son síntomas de gobiernos autoritarios y democracias débiles, afirmaron este día académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En el marco de la conferencia internacional “Democracia y autoritarismo en México y el mundo, de cara a las elecciones 2018", el doctor Jaime Cárdenas Gracia, investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ), refirió que la corrupción, en un sentido laxo, “es la violación a un sistema normativo para obtener una ventaja indebida”.
Sin embargo, agregó, la corrupción es un fenómeno que implica un “monopolio en la decisión”, acompañado por el ejercicio “discrecional” del poder público, en ausencia de la rendición de cuentas.
Esto significa la existencia de “un poder que no tiene controles y límites; que es arbitrario” y que "no es susceptible de responsabilidad ni sanciones –es impune–", posible por la falta de contrapesos, entre ellos la participación ciudadana -cuya ausencia es símbolo de autoritarismos y democracias débiles-, apuntó el especialista.
“La democracia exige un pueblo libre, que participe, que se adueñe de los derechos. Pero no hemos tenido la capacidad para construir ciudadanos”, confirmó el doctor Daniel Márquez, investigador titular del IIJ, quien agregó que la corrupción en México, más allá de los atropellos del sistema político, es un problema enquistado en la cultura política y social.
En ese sentido, comentó que el problema es que “México cree que puede enfrentar un problema, que tiene una vertiente psicológica marcadamente estructurada, con simples reformas constitucionales o legales. Y ahí se muestra una tragedia”.
Los académicos coincidieron en que el papel de las leyes en una sociedad democrática es el establecimiento de controles adecuados para frenar a los detentadores del poder.
No obstante, los mecanismos legales tienen límites. Y aunque puedan y den la impresión de combatir las demandas populares en materia de corrupción, si no se construye ciudadanía, no hay quien supervise al gobierno -salvo el mismo gobierno-. Y allí está la ocasión del abuso, explicaron.
De acuerdo con Stephen Morris, académico de la Universidad estatal de Middle Tennessee, en Estados Unidos, mientras más empoderado esté el pueblo, es más difícil que se disemine la corrupción.
Precisamente en países como México, explicó, “hay una relación entre la exclusión, la desigualdad y la corrupción”.
Para el especialista, existen grados de corrupción dependiendo del nivel de poder de los individuos.
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En un primer grupo están los verdaderamente poderosos. Integranates de la elite política de un país, quienes al concentrar el poder, generan la posibilidad de amplios márgenes de corrupción e impunidad.
“Donde más poder hay, existe la corrupción por violación a las normas de primer orden, donde existe la corrupción de los sistemas, no de las personas”, señaló Morris.
El poder concentrado y con pocos límites genera un sistema susceptible a generar victimarios y víctimas, porque “el sistema protege los privilegios de los poderosos” al ser ellos quienes controlan los mecanismos para evitar la corrupción y la impunidad -leyes, instituciones, entre otros-.
Este tipo de corrupción -la del sistema- es la más evidente y molesta para el pueblo. Pero existe una corrupción media, o bien, “la corrupción común y corriente y no la corrupción legal o de sistema” -mordidas, hacerse de la vista gorda, sobornos, etcétera-. Aquella en la que la mayor parte de la población incurre como parte de una cultura de tejido social.
“La corrupción en México también es democrática: todos podemos participar”, bromeó el académico estadounidense.
Morris, además, mencionó un tercer nivel que ilustra la posibilidad de solución a estos problemas sistemáticos -la corrupción y la impunidad-, que más que hablar de una fuerza a partir del poder, habla de su debilidad. Un nivel de igualdad en el que la ciudadanía es incluida, donde por tanto, existen límites al ejercicio del poder.
“El poder corrompe”, es una ley de vida, coincidieron los académicos. Sólo la democracia real y el fin de prácticas autoritarias podrán resolver esta crisis.
“Si la sociedad no es igualitaria y hay desigualdades, hay corrupción”, dijo Jaime Cárdenas Gracia. Es menester “horizontalizar el poder”. Pero para ello, señaló, también es necesario inculcar valores diferentes a los vigentes. Una sociedad que basa su prestigio según el nivel de riqueza y no según el mérito alcanzado, no saldrá de prácticas corruptas, concluyó.
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