Un “sonido’’ se aproximó a la costa esa noche, la del 7 de septiembre. Recorrió despoblados cubiertos de hierba y turbinas eólicas, y se incrustó en el corazón de Oaxaca. Hay testigos que lo describen como un “zumbido’’. También lo comparan con un relámpago –que venía de abajo, del suelo–.
Lo cierto es que era la fuerza de un movimiento telúrico que cambiaría para siempre la historia de poblados enteros, entre los cuales está el “lugar de flores blancas’’, Juchitán, hoy destruido, hoy olvidado...
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Juchitán, Oaxaca, 16 de febrero (SinEmbargo).- 23:49:18 horas. 7 de septiembre de 2017. Golfo de Tehuantepec, 69.7 kilómetros de profundidad. La fractura interna de una placa tectónica genera un sismo de magnitud 8.2 que estremece el sureste y centro del país. Lo lejano del epicentro amortigua los daños a la Ciudad de México [si se compara con el saldo que dejaría el temblor de Axochiapan, Morelos, 12 jornadas después]. Pero no ocurre lo mismo en Oaxaca, Chiapas y Tabasco, donde poblaciones quedan devastadas.
Cinco meses después, Juchitán de Zaragoza, el lugar que sufrió más pérdidas humanas, luce destruido. Prácticamente cada esquina es postal de la tragedia. Losas partidas, paredes quebradas, edificios apuntalados con troncos, montones de cascajo y gente que vive en la calle son las imágenes que pueden apreciarse con tan sólo recorrer algunas de las avenidas principales, como la 5 y la 16 de septiembre.
El Gobierno no apoya, reclaman damnificados desde campamentos. Los dejó “como muebles olvidados''. Y, frente a la indiferencia, la tierra sigue moviéndose. Los retumbos se escuchan de día y de noche, aseguran los afectados, y lo confirman los registros del Servicio Sismológico Nacional (SSN).
Desde la periferia de lo que fue un día el mercado central y el Palacio de Gobierno, entre puestos de lámina improvisados y en la cercanía de terrenos baldíos que hasta septiembre albergaron a familias enteras, sobrevivientes narran a SinEmbargo cómo el “terremoto'' modificó para siempre la historia de su pueblo. Esa noche, la del 7, aseguran, pudo terminar con la región, pero se impuso la fuerza de la gente.
LAS OLAS DEL MAR
Albertina Jiménez duerme en el patio de su casa en las noches calurosas. Acomoda el catre, las cobijas y se recuesta. Lo hizo así en la oscuridad del 7 de septiembre de 2017. Lo hizo hasta que un “sonido'' acercándose la alertó y la obligó a levantarse. Temblaba...
“Me encontré con mi esposo. Nos abrazamos. Los dos nos agarramos de una columna de la casa. Dios es tan grande que no nos hizo caer con el movimiento. Nosotros íbamos por donde el movimiento nos llevaba. Parecía ola de mar. Te llevaba así –mueve las manos de izquierda a derecha–, pero al mismo tiempo así –agita sus extremidades de abajo hacia arriba–. Y otra vez'', relata la mujer desde un puesto en el que vende alcancías que ella misma pinta.
La desesperación se presentó. La mujer y su marido se tardaron en abandonar el domicilio porque la puerta tenía el candado puesto, pero sí lograron salir antes de que el techo de teja vieja se venciera. En las calles aledañas, vecinos acababan de perder seres queridos y patrimonios también.
“Salimos al callejón y ahí nos dormimos porque a cada rato venían las réplicas. Somos como unas ocho vecinas las que nos juntamos en el patio, en el callejón. No cesaban las réplicas. Tuvimos que salir a la calle y ahí estuvimos como un mes y quince días. Usábamos una lona. Bajo la lluvia, bajo el calor, bajo el aire''.
El número de víctimas por el temblor en el Golfo de Tehuantepec rondó el centenar: 98, según cifras oficiales. Los muertos se repartieron entre Oaxaca, Chiapas y Tabasco.
“Duró un buen rato. Yo creo que si hubiera durado unos minutos más, sí hubiera desaparecido Juchitán'', cuenta Jiménez.
Las autoridades sí le entregaron recursos a algunas personas que perdieron sus hogares. A través de tarjetas, fueron distribuidos recursos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden). Sin embargo, la demanda trajo otros problemas.
“Ahorita, con todo lo que pasó, no hay albañil, no hay mano de obra. No hay material. El material lo subieron; la mano de obra también. Hasta 600 pesos está cobrando un albañil. 350 un ayudante, pero no hay. Entonces como no tenemos espacio y no queremos esperar entonces nosotros nos metimos con una constructora para que nos hiciera la casa más rápido. Ya terminan, te dan las llaves, entras y ya estás en tu casita, pero lamentablemente también se están tardando'', asegura Albertina.
La entrevistada se refiere a tres pueblos. El Juchitán que murió a las 23:49:18 horas del séptimo día; el que resiste, ahora, el dolor de las pérdidas humanas y materiales, y el que deberá renacer con el paso del tiempo: “Será un Juchitán muy diferente. Será un Juchitán a la moda. Ya no va a ser el Juchitán antiguo. Será nueva. Con su misma gente, con sus mismas tradiciones, pero va a cambiar completamente'', dice.
SE CAYÓ SU CASA Y LOS QUIEREN DESALOJAR
Margarita vive hoy en un campamento dentro de un deportivo. La noche del 7 de septiembre, salió corriendo. Su casa, se cayó. Cuando pudo controlarse, notó que su hijo no había alcanzado a salir.
“Mi hijo estaba abajo de los escombros. La señora –señala a una mujer en silla de ruedas– quedó en la entrada, tenía escombros en la espalda. Mi hijo quedó casi muerto y fue trasladado al hospital de Salina Cruz. Ella –vuelve a señalar a la mujer en silla de ruedas– quedó con una fractura expuesta. La llevaron a Oaxaca’’, relata la mujer.
Los días posteriores al sismo fueron de salas de hospital. De incertidumbre. El pequeño, el que quedó atrapado en la calle 5 de mayo, sobrevivió. Corre por el lugar con energía, pero ya no es el mismo: su mirada se desvió por el impacto del concreto.
Ahora, la mujer, su hijo y otra familia –la de la mujer en silla de ruedas– son los únicos en el área. Ellos no han recibido apoyo del Gobierno, pero sí de personas desconocidas. Cocinan, duermen, platican, siguen con sus vidas en el deportivo. Tienen miedo, aseguran, pues ya amenazaron con sacarlos, a pesar de que no tienen un lugar al cual marcharse.
“Somos los únicos que estamos aquí. Había un montón de casitas, un montón, pero se fueron poco a poco. Y ya ahorita solamente nosotros quedamos. Estamos como muebles olvidados. No nos hacen caso [las autoridades].
“Este temblor no lo esperábamos. Ocasionó muchos estragos. Muchos problemas. Hubo muchos muertos. Hay gente que dice que, si hubiera sido el terremoto en la mañana o hubiera sido de día, hubiera muchos más muertos. Se destruyó el mercado. Cayó la escuela Juchitán...’’, cuenta Margarita.
De acuerdo con las autoridades estatales, el 80 por ciento de la población del Istmo de Tehuantepec resultó afectada por el movimiento telúrico.
NO HABÍA QUÉ COMER, NO HABÍA QUÉ COMPRAR
Janeht vive en Santa Rosa, pero trabaja en la cabecera municipal de Juchitán de Zaragoza. Llegó a la gran “zona cero'' hasta un día después, el 8 de septiembre. Aunque por las noticias ya se había dado una idea del desastre, se quedó impactada.
“Nosotros llegamos cuando amaneció y vimos esto (señala la plaza central) y era algo insólito. El mercado no estaba. Todas estas casas (apunta a una hilera de terrenos baldíos donde antes había hogares)...No se podía pasar. De todo lo que se había derrumbado, seguía cayendo. Era como si harina cayera del cielo. Seguía, seguía. Algo triste porque muchas personas perdieron la vida'', relata.
La mujer asegura que nadie pudo hacer nada en la primera semana -después del desastre-: “No había qué comer, no había qué comprar. No había nada. La gente se quedó sin cosas, sin su ropa, sin su dinero. Lo poquito o mucho que tenían''.
El pueblo, sin embargo, improvisó. Una mujer colocó su puesto en la plaza central, y más gente la siguió. Desapareció la música viva, el kiosko y el parque, pero se recuperó una entrada de dinero.
“Yo creo que esto va a tardar años en normalizarse. Pero la lucha y la esperanza la tenemos en pie. Vino [el sismo] a cambiar a todo Istmo y a todo el Estado.
“Hubo mucha ayuda humana. Muchísima gente. Hubo despensas, ropa, calzado. La ayuda de todos lados. Eso fue lo único bueno que vino. Pero pasa el tiempo y ya es menos, no es como en los primeros días o meses. Sí estuvo muy duro. Muy, muy duro. No se lo deseas a nadie. No quisieras que volviera a pasar, pero sigue temblando...'', cuenta Janeth.
DALIA SE QUEDÓ ENCERRADA
Dalia Pineda Luna reposa en la sombra de lo que queda del Palacio de Gobierno. Dice que espera que llegue más ayuda, pues ella y su hermana perdieron su casa. La noche del 7 de septiembre se quedó encerrada porque su puerta se trabó con el movimiento. Logró sobrevivir gracias a que la estructura no terminó de vencerse.
El temblor que ella vivió, asegura, no fue normal. “Venía con aire, con fuerza, con furia''. Estaba preparada para inundaciones, pero no para un desastre de tal magnitud.
“Todo Juchitán se destruyó. Así quedaron todas las casas, ya no sirven. Muchos se resisten a tumbarlas. Aquel nada más lo pintaron, pero ya no sirve –señala un edificio que ocupa Citibanamex–. Se cayeron muchas casas. Esta es la historia de Juchitán.
“Mucha gente murió cuando se cayó la casa y ahorita están muriendo los que salieron lastimados. Y no hay apoyo'', lamenta.
Su preocupación está en la partida de Enrique Peña Nieto, Presidente de México, pues cree que provocará que no se envíe más ayuda a la región.
VOCES DE LA CALLE:
-Sí estuvo muy feo el movimiento que Dios nos mandó. Nada más que aquí la gente es muy fuerte. Ahorita ya nos estamos acostumbrando a vivir con el movimiento, con las réplicas.
-Nos llevaron mucha despensa, que una sopita, que un atún, que un arroz, y así… Así fue que sobrevivimos durante ese mes y quince días.
-Un colchón. Un catrecito. Teníamos dos catres de los que ocupamos acá y ahí era donde nos acostábamos todos, y en el piso. Pero cuando empezó a llover, pues entre todos amontonados para que no nos mojáramos.
-Yo estaba en la casa con mis hijos. De repente la casa de la vecina se colapsó, se cayó. Mis hijos y yo nos refugiamos. Se fue la luz y no nos dimos cuenta que se habían caído tantas casas. Las cosas materiales van y vienen, pero la vida de uno ya no regresa.
-Es una fecha que jamás se nos va a olvidar a todos. Sigue temblando: los retumbos.
-Caminen. Vayan calle por calle. Se desapareció. Ojalá Dios quiera que esto no ocurra en otras partes.
-Fue muy triste. Muy triste. Llegamos a pensar que era el fin…Es un aviso de que tenemos que cambiar.
-Es algo feo, feo, feo. Lo veíamos nosotros en la televisión o lo veíamos en las noticias y nunca pensamos que fuera así.
-No hay luz desde que se hizo el terremoto, y no han venido a reparar porque hay muchas casas que están en reparación. Por eso está todo oscuro y aquí andan como rapiña. No hay nadie adentro de las casas.