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Antonio Salgado Borge

09/02/2018 - 12:05 am

Salarios infrahumanos y elecciones

A pesar de la contundencia de los indicadores anteriores, y de las visibles consecuencias sociales y económicas que de ello se derivan, es probable que una solución a la tragedia de los salarios

A pesar de la contundencia de los indicadores anteriores, y de las visibles consecuencias sociales y económicas que de ello se derivan, es probable que una solución a la tragedia de los salarios. Foto: Saúl López, Cuartoscuro00

El poder de compra de los mexicanos se ha deteriorado hasta alcanzar niveles infrahumanos. Dos estudios dados a conocer por Sinembargo dan cuenta del tamaño de este problema. El primero, elaborado por UNAM, revela que en 1987 trabajar cuatro horas con 53 minutos al día era suficiente para adquirir una canasta básica. Para comprar lo mismo, actualmente un trabajador ganando salario mínimo tiene que trabajar al día ¡24 horas con 31 minutos!.[1] El segundo, elaborado por la Universidad Iberoamericana, muestra que para cumplir con lo indicado en la constitución el salario mínimo por familia tendría que ser 19 mil 41 pesos mensuales o de 4 mil 760 por persona en un hogar de cuatro integrantes.[2]

A pesar de la contundencia de los indicadores anteriores, y de las visibles consecuencias sociales y económicas que de ello se derivan, es probable que una solución a la tragedia de los salarios no sólo no sea un tema fundamental en nuestras próximas elecciones, sino que termine por no aparecer en las propuestas de los principales candidatos. Y es que, en buena medida gracias al discurso económico uniforme repetido como mantra durante décadas por promotores del neoliberalismo, se han construido prejuicios sin fundamentos en el imaginario colectivo que llevan a muchos mexicanos a pensar que un aumento en los salarios no sería ni recomendable ni positivo. Sin embargo, los principales argumentos que se utilizan para defender esta posición no se sostienen.

Empecemos revisando la que es quizás la manera más simple de justificar la oposición a un aumento: (1) trivializar o minimizar la importancia del salario mínimo. Alguna vez escuché a un empresario afirmar que no tenía ningún sentido hablar del tema porque, de cualquier forma, la mayor parte de los mexicanos gana más de un salario mínimo. Una justificación de esta especie, desde luego, no resiste un mínimo escrutinio. Por principio de cuentas, (1.1) existe un grupo de mexicanos que sí sobrevive con base en el salario mínimo -más de 10% de las personas ocupadas en México, formal o informalmente-[3]. Esto significa que, aunque no sean la mayoría, millones de personas serían beneficiadas de un incremento a este salario.

Si lo anterior no fuera suficiente, (1.2) uno podría contraargumentar que el salario mínimo es un referente para muchos mexicanos que están fuera de la economía formal o para los que se ven obligados a formar parte de nóminas infladas u ocultas. Pero, sobre todo, (1.3) uno podría defender que aún si la mayoría de los mexicanos ganara dos salarios mínimos, el ingreso sería apenas suficiente para cubrir las necesidades básicas. En este sentido, aumentar el salario mínimo tendría una función doble: la primera es construir un piso del cuál no sea posible bajar, y la segunda subir la vara para que, de acuerdo con el contexto, los demás salarios, formales o informales, se incrementen orgánicamente al tomar el mínimo como referencia.

Otra excusa a la que se puede aludir cuando se intenta defender que los salarios no deben ser aumentados tiene que ver con (2) la -supuestamente- necesaria relación salario-productividad. El argumento básico detrás de esta posición es que lo natural es que los salarios aumenten proporcionalmente a la productividad y que, por ende, antes de pedir un aumento en sus salarios los trabajadores tienen que aumentar su productividad. Sin embargo, este argumento es rebatible en al menos dos formas. La primera es (2.1) mostrando que la relación productividad-salario, aunque existente, podría operar en sentido contrario al que normalmente se supone. Es decir, que salario y productividad aumentan en paralelo pero que es el aumento en el salario lo que causa el aumento en la productividad y no viceversa.

El premio Nobel en economía Joseph Stiglitz ha explicado que mientras más se le pague a un trabajador, éste resultará más productivo, se sentirá más leal a la compañía y trabajará más duro para mantener su empleo[4].Pero aún si no se acepta el peso de estas evidencias, el argumento que postula la necesidad de aumentar la productividad antes que el salario no se sostiene porque (2.2) en México ¡los salarios son muy inferiores a la productividad! Además, entre 1998 y 2013 productividad aumentó 15%, pero sólo 3 industrias de 22 mantienen un crecimiento de sus salarios por arriba del crecimiento de su productividad [5]. Es decir, tenemos al menos dos formas -(2.1) y (2.2)- de desarmar el argumento de quienes defienden que antes que aumentar nuestros salarios es necesario aumentar nuestra productividad. Por ende, no es necesario dedicar más tiempo a este argumento.

Una tercera forma de justificar que los salarios deben incrementarse es postulando que (3) este aumento tendría efectos negativos en la economía. Por supuesto, para defender esta posición es indispensable hacer explícitos los supuestos efectos negativos que se tienen en mente. Centremos nuestra atención en dos de los que se mencionan más frecuentemente: (3.1) un supuesto aumento en la inflación -la lógica es que un mayor ingreso traería mayor demanda y, por ende, mayores precios- y (3.2) la supuesta imposibilidad de los pequeños y medianos negocios, muchos de los cuáles batallan para sobrevivir día con día, de absorber nóminas cada vez más elevadas.

Sin embargo, en este caso tanto (3.1) como (3.2) dependen de una confusión previa; a saber, la no distinción entre un escenario posible dónde el aumento se produce violentamente y sin ningún tipo de mecanismo paralelo y otro escenario dónde el aumento es gradual, planeado y controlado. El primero, muy probablemente genere los efectos que se temen, mientras que el segundo no sólo no generaría una inflación dañina o el cierre de empresas, sino que, al aumentar la demanda, incluso sería fundamental para el crecimiento o multiplicación de fuentes de empleo. Finalmente, absorber la paga de mayores salarios sería compensado, con creces, mediante la menor deserción de su planta laboral, con la mayor productividad de sus empleados y, finalmente, a través mayores utilidades para los dueños de estas empresas[6] .

Pero quienes se oponen al aumento de los salarios tienen todavía un último recurso: (4) defender que el salario no puede ser incrementado porque en una economía de libre mercado los salarios tienen que aumentar basados en las leyes de la oferta y la demanda; es decir, que un gobierno no tiene por qué intervenir unilateralmente y meter las manos cuando la mano invisible es capaz de encargarse muy bien de equilibrar la balanza. Sin embargo, este postulado parte de un supuesto equivocado. El mercado regula ineficientemente el salario porque las relaciones humanas involucradas en los contratos y despidos son mucho más complejas que los mercados de bienes físicos.[7]  La relación entre patrones y trabajadores se caracteriza por un natural estira-y-afloja. Los primeros quieren un trabajo más productivo a un menor precio, mientras que los segundos quieren una mejor remuneración por el tiempo que dedican a su trabajo.

El muy superior poder –económico y político- del capital empresarial es contrarrestado por la capacidad de negociación de los siempre más numerosos trabajadores agrupados en sindicatos.  Empero, en México apenas 10% de los trabajadores pertenecen a algún sindicato [8] y buena parte de estas organizaciones se encuentra en manos de líderes corruptos que, en vez de velar por el bienestar de sus trabajadores, se conforman con vender al mejor postor su capacidad de pastorear o controlar a sus agremiados. Además, un trabajador o grupo de trabajadores se enfrenta a la histórica colusión, explícita o tácita, entre líderes obreros, patronales y gobierno. En este sentido, el aumento unilateral al salario mínimo, estándar laboral fundamental diseñado para proteger a los trabajadores, no sólo no desajusta el mercado, sino que es una política de la mayor importancia para equilibrar ante la evidente impotencia de muchos trabajadores de garantizar sus mejores intereses[9] y para garantizar sus derechos constitucionales.

Los puntos (1)-(4) son suficientes para dar forma a nuestro aparente dilema: por un lado, (a) uno puede intentar defender la imposibilidad de aumentar los salarios; pero los argumentos comúnmente empleados para defender que el salario mínimo no debe ser incrementado hasta el punto de volverlo constitucional no se sostienen. Por el otro, (b) nos topamos con la posibilidad de pugnar por un incremento en el salario mínimo con el fin de atajar un estado de crisis que ha llevado a millones de mexicanos a no poder adquirir los bienes necesarios para cubrir sus necesidades básicas y hacer valer sus derechos. Como en cualquier dilema, uno puede elegir el cuerno que guste. Y muy pronto sabremos cuál han elegido Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya.

 

@asalgadoborge

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[1] http://www.sinembargo.mx/05-02-2018/3380819

[2] http://www.sinembargo.mx/12-01-2018/3372863

[3] http://www.maspormas.com/opinion/columnas/salario-minimo-y-democracia-en-mexico-por-ppmerino

[4] http://www.nytimes.com/2014/02/09/opinion/sunday/the-case-for-a-higher-minimum-wage.html?_r=0

[5] http://www.paradigmas.mx/productividad-y-salarios-en-la-industria-mexicana/

[6] http://www.nytimes.com/2014/02/28/opinion/business-and-the-minimum-wage.html

[7] http://www.nytimes.com/2013/02/18/opinion/krugman-raise-that-wage.html?pagewanted=print

[8] http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2014/08/71822.php

8 http://www.nytimes.com/2014/02/09/opinion/sunday/the-case-for-a-higher-minimum-wage.html?_r=0

 

 

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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