Ernesto Hernández Norzagaray
09/02/2018 - 12:04 am
Tetas naranja
La modelo veinteañera empieza bailando suavemente moviendo nalgas, caderas, hombros, cabellera, un paso hacia adelante y otro hacia atrás, al ritmo de na na na, ¡movimiento naranja!, na na…, repentinamente da un giro de 180 grados y queda a la vista el frente terso, una pantaleta breve, un rostro sonriente y dos grandes tetas que […]
La modelo veinteañera empieza bailando suavemente moviendo nalgas, caderas, hombros, cabellera, un paso hacia adelante y otro hacia atrás, al ritmo de na na na, ¡movimiento naranja!, na na…, repentinamente da un giro de 180 grados y queda a la vista el frente terso, una pantaleta breve, un rostro sonriente y dos grandes tetas que se mueven gelatinosamente buscando un asidero inexistente en el ojo del espectador. Esta mujer espectacular es el vehículo, la representación, el mensaje, el deseo.
Esta bella mujer es uno de tantos vehículos de comunicación política que no buscan, ni buscaran, en los próximos meses trasmitir en las redes sociales una idea programática, construir un argumento sólido y persuasivo o convocar a la reflexión sobre los temas nacionales en tiempos difíciles e inciertos; mucho menos llevar al espectador al uso responsable del voto; todo lo contrario, ese rostro y esas tetas grandes van a lo onírico, a los genitales, al ello freudiano, a las pulsaciones más primitivas del ser, la fantasía sexual.
Entonces, la comunicación política deja de ser lo que alguna vez fue, confrontación de diagnósticos y proyectos transformadores, de generación de riqueza y justicia social, para convertirse en chuchería, basura electoral que tiene como destino la dimensión emocional de cada uno de nosotros. Busca, con esa exposición candorosa, sí, porque aun cuando el cuerpo se representa como expresión de deseo, no va más allá como otro video donde hay sexo explícito al ritmo de ¡movimiento naranja, na na na!
Ciertamente, esta comunicación es creativa y arriesgada, ante los ojos de los publicistas que siguen patrones convencionales, que le apuestan al candidato, la marca partidaria, las ideas fuerza, la constancia que poco le dicen a quien siempre ha escuchado lo mismo en las campañas por el voto y al ver está chica de grandes ojos sucumbe irremediablemente a la chapucería, del gato por liebre.
Este tipo de propaganda tiende puentes con lo que gusta al común de la gente que ve pornografía, va a los table dance, que gusta del sexo liberador, que goza de la sensación agradable que provoca el consumo del objeto deseado en un centro comercial. Es decir, es subliminal, registra, instala en lo profundo de la inconciencia ese estribillo de na na na que luego es difícil de extraer porque se pega como lapa y, todavía, hay quienes se preguntan porque si tiene filias verdes, rojas o azules, o pese a su apartidismo, su mente traidora se encarga de estar recordándolo y repitiéndolo hasta el fastidio.
O sea, a la larga desaparece la imagen voluptuosa de la chica de las grandes tetas y solo queda el estribillo pegajoso, que se asocia subrepticiamente por vías neurológicas a un color, un partido, un candidato, un mensaje, una oferta.
No hay nada extraordinario, solo un cambio de chip mercadológico, ante un electorado fastidiado de promesas incumplidas, retórica, posverdades. Vamos, la iniciativa de este tipo de mercadólogos, estaría destinada a ganar el ángulo de las emociones relegando la dimensión de las razones políticas que hoy se encuentran severamente desacreditadas ante los grandes públicos y sus miembros prefieren una manifestación más cercana a los espectáculos. Quizá por eso, hoy en todo el arco partidario de izquierda-derecha, buscan al candidato más rentable, sin que importe mucho el anclaje en la política, sea que vienen del mundo de espectáculo, los campos deportivos o el bufón del pueblo.
¿Quién no se conmueve con la narrativa del niño huichol?, la de Yuawi el niño cantante de nueve años, que inicio los videos del partido naranja, que explica en forma didáctica el abandono que sufren los niños de su comunidad, de las comunidades indígenas del país, a los que no les llega poco o nada de la política pública. Y es que de eso se trata, de pasar de las tetas grandes a los problemas de los marginados, sustituir el mensaje por una imagen, como lo hace Beneton sin antes hacerlo por la aduana de un programa de gobierno. Justo, ahí radica la apuesta curiosamente posmoderna, existencial, emocional.
Entonces, estamos ante una nueva expresión de la banalización de la política. El de la activación de los resortes sentimentales, como mensaje electoral, en un contexto donde no podemos omitir que la coalición donde participa el partido naranja, se trata de la agregación de partidos que renuncian a sus señas de identidad y claudican, como quizá el resto, ante el mensaje vacío.
¿Qué tanto efecto habrá de tener este tipo de mensajes en una sociedad con franjas importantes de irritación y proclive a este sensualismo extendido en las redes sociales?, no lo sabemos, aunque este tipo de alocución no es nuevo en la competencia electoral. La victoria de Peña Nieto en 2012 fue similar al de una telenovela rosa de varios capítulos. ¿O ya olvidamos como muchos hablaban de la belleza de la Gaviota o la galanura de Enrique? ¿Y qué muchos votaron en clave de estas emociones cultivadas desde la media? Se intenta entonces con otra envoltura que la historia ganadora se repita. Una franja de la sociedad está ávida de estas historias de éxito. Las ve en clave aspiracional, alter ego.
Alguien del PRI decía optimistamente que estamos en la etapa electoral de la irritación y que conforme llegue el periodo de las elecciones aparecerá el de las razones que persuaden sobre el sentido del voto. O sea, para esta visión, al final se impone la cordura, el sentido de responsabilidad, por supuesto a su partido y candidato presidencial, la mayoría legislativa y los triunfos en la mayoría de los estados y las principales ciudades del país (el resto, la morralla de la representación para el resto de partidos).
Entonces, en esa lógica estaríamos en el limbo comunicacional, el de las tetas grandes y las sonrisas sugerentes, el de un pasito adelante otro hacia atrás, el resto se difumina entre sueños oníricos y masturbatorios. Y la gente va por ahí, entre los cánticos naranjas y las imágenes voluptuosas, sugerentes, que por cierto en este caso va destinado al público masculino, habrá que ver cómo estos publicistas atrevidos, buscaran llegar a las mujeres, que igual son seres emocionales hartos de una comunicación política sin chispa, ni magia, ni futuro.
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