Con su uniforme caqui, inspirado en los uniformes de los guerrilleros de Pancho Villa, los organilleros explican que provienen de una estirpe de músicos que se remonta a sus bisabuelos, todos organilleros y aunque presumen carreras profesionales, aseguran que ser organilleros les permite conservar una tradición que les gusta y que los lleva por todo México.
Por Ariel Noriega
Mazatlán/Ciudad de México, 29 de enero (Noroeste/SinEmbargo).- Un par de organilleros bastaron para convertir la Plazuela Machado en un trocito de aquellos barrios de la Ciudad de México donde la música marcaba el ritmo de la tradición.
Silvestre Maroto y Ricardo Castro ya no cargan sobre la espalda el organillo, ni traen amarrado un chango verdadero, pero todavía conservan la tradición de una música que sólo conocimos en las películas de los años 50 o en los paseos por la Ciudad de México.
La música del organillo sobrevuela la Plazuela Machado y les da el pretexto a los trotamundos para contar su historia y como fueron a parar al puerto.
"Vamos recorriendo pueblo por pueblo tratando de que nuestra cultura no se pierda, la idea es recorrer todos los estados de México y recorriendo los pueblos llegamos a Mazatlán", explica Maroto.
Con su uniforme caqui, inspirado en los uniformes de los guerrilleros de Pancho Villa, los organilleros explican que provienen de una estirpe de músicos que se remonta a sus bisabuelos, todos organilleros y aunque presumen carreras profesionales, aseguran que ser organilleros les permite conservar una tradición que les gusta y que los lleva por todo México.
Sin embargo, no siempre son bien recibidos como en Mazatlán, durante su recorrido llegaron a Puerto Vallarta donde terminaron siendo expulsados.
"Hay lugares donde sí te piden permiso y si no lo tienes te corretean como si fueras un delincuente, en el malecón te quieren quitar tu aparato y te quieren llevar detenido, por eso nos vinimos para acá, aquí los mazatlecos nos han recibido muy bien", explicó Castro.
Los organilleros aseguran que su amor por el organillo ya no es un negocio que les permita vivir solo de eso, así que solo lo hacen por temporadas.
"Lo hacemos como un pasatiempo, ir y alegrar al pueblo, somos el mariachi del pueblo", dice Maroto.
Su sueño es recorrer Europa, donde aseguran que todavía disfrutan de su música, además que por allá son muy respetadas las canciones mexicanas.
Mientras uno acciona la manivela que permite girar un cilindro la música se libera, su compañero pide “cooperación” a los paseantes.
Aseguran que los que más dinero le dan a su changuito de peluche son los mexicanos, ya que los estadounidenses no conocen su arte.
DE ORIGEN ALEMÁN
Los primeros organillos llegaron de Alemania, pero actualmente se producen y reparan en Chile. México es el país donde mejor se conserva la cultura de su música.