Adrián López Ortiz
07/01/2018 - 12:02 am
Sinaloa, El Chapo en Netflix y la mariguana en California
Las últimas semanas, en la redacción de Noroeste empezamos a notar un fenómeno curioso: la noticia del asesinato de Édgar Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán, se volvió una de las más visitadas en nuestro portal. Dada la relevancia de su filiación, eso no hubiera sido extraño. ¡Lo sorprendente es que la nota es de hace […]
Las últimas semanas, en la redacción de Noroeste empezamos a notar un fenómeno curioso: la noticia del asesinato de Édgar Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán, se volvió una de las más visitadas en nuestro portal.
Dada la relevancia de su filiación, eso no hubiera sido extraño. ¡Lo sorprendente es que la nota es de hace casi diez años! Edgar Guzmán murió asesinado el 8 de mayo de 2008, tenía 22 años y estudiaba Administración de Empresas en la UAS.
La razón se explica en Netflix: el lanzamiento de la segunda temporada de la serie “El Chapo”.
Con esa nota hay muchas otras que volvieron a consumirse: la muerte de Amado Carrillo en una cirugía, el asesinato de su hermano Rodolfo Carrillo en un estacionamiento de Culiacán, la captura de Alfredo Beltrán y la muerte de su hermano Arturo Beltrán a manos de la Marina en Morelos.
Todo indica que la serie ha tenido un gran consumo entre la sociedad mexicana. La mayor parte del tráfico de esas notas no es sinaloense, sino que viene de la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey.
No me extraña: el papel del Cártel de Sinaloa ha sido fundamental para explicarse la escena del narcotráfico mexicano en las últimas décadas y “El Chapo”, junto con Ismael “El Mayo” Zambada, han sido dos personajes protagónicos de esa historia.
La sociedad mexicana ha querido informarse y recordar los hechos relatados en esa serie de ficción. Insisto: una serie de ficción que si bien refleja muchos hechos reales, no significa que así hayan sido las cosas.
Debo confesarlo, lo que más me preocupa de la serie El Chapo no es que exista, sino que se instale en el imaginario colectivo como una narración realista, porque no lo es.
Soy un convencido de que la censura de estas narrativas no ayudan a resolverlas, sino todo lo contrario, las suman a la espiral de “lo prohibido” y las hacen más atractivas. Por eso me parece una aberración prohibir narcocorridos o desacreditar el activismo del actor Diego Luna por hacer su trabajo en una serie como “Narcos”.
Pero me preocupa todavía más que en tiempos de fake news y redes sociales, la versión de ficción contada en la serie se instale como única. Porque creo que las consecuencias de eso son muy profundas.
Primero, porque reafirma la marca “narca” de mi estado, Sinaloa. Un estigma que nos afecta a diario y que es muy difícil de corregir.
Y lo más grave, un estigma difícil de refutar cuando en la víspera de Año Nuevo, la gran mayoría de los culichis no pudieron celebrar en sus patios ni mucho menos en las calles, porque otros culichis (un grupo minoritario pero poderoso) decidió tirar balazos al aire libre en total impunidad.
Abundan los videos en redes sociales. Los casquillos quedaron en las calles y las balas en los techos de las casas. Decenas de amigos postearon los audios de las balaceras cercanas externando su rechazo a este tipo de “celebración” y su miedo porque algo grave pudiera pasarles a ellos y sus seres queridos debido a una “bala perdida”.
Al siguiente día el saldo confirmado fue de cuatro personas heridas. Es un verdadero milagro que no hubiera ningún muerto. Las autoridades salieron a decir que también oyeron los balazos, pero que no pudieron hacer nada porque tienen que respetar derechos y no pueden entrar así como así a las viviendas de los que echan bala.
Tienen razón, pero eso no quita que la lección de las balaceras es una: en las calles y en las viviendas culichis abundan las armas de grueso calibre y uso exclusivo del ejército… y los delincuentes las pueden usar sin que el gobierno se los impida.
El armamentismo sinaloense evidencia dos fracasos: el de la estrategia militar usada hasta ahora y sostenida por el actual gobernador Quirino Ordaz. Y el de la narcocultura sinaloense que celebra echando bala y lastimando a los demás.
Por último, esta columna no es un review de la serie de TV, pero si una especie de advertencia para aquellos que la están viendo ahora: el narcotráfico en Sinaloa no es como se cuenta allí, es muchísimo mas doloroso.
Por eso series como El Chapo deben encontrar en otros espacios un mecanismo de contraste. Sobre todo desde el periodismo.
Si queremos entender y explicar mejor los orígenes, las dinámicas y las consecuencias de un fenómeno tan complejo como el narcotráfico, hay que abandonar la apología. Por muchos clicks que genere, cantarle al narco desde el seudoperiodismo es volverse parte de él.
Si bien la literatura, el cine o la televisión pueden permitirse hacer ficción. Desde el periodismo estamos obligados a contar la otra cara del narcotráfico: la del negocio ilegal y la narcopolítica; la cara de la violencia impune y el dolor de las víctimas; el rostro podrido de la banalización y la destrucción del tejido social.
Solo así seremos capaces de mirarnos al espejo, reconocer nuestras derrotas y pensar en otras alternativas para salir del hoyo en el que nos hemos metido con el narco.
Sobre todo ahora que en California, el principal mercado del Cártel de Sinaloa, la mariguana ya es legal, y aquí nos seguimos matando por ella.
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