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Ernesto Hernández Norzagaray

05/01/2018 - 12:00 am

El neocatolicismo de la red

En definitiva, el cristianismo en sus distintas manifestaciones se ha convertido en saludo y, mejor, buenos deseos efímeros en las pasadas fiestas de fin de año.

Para Antonio y Rocío Davison

En definitiva, el cristianismo en sus distintas manifestaciones se ha convertido en saludo y, mejor, buenos deseos efímeros en las pasadas fiestas de fin de año.

Como librepensador debo confesar con una mezcla de rubor, agradecimiento y un toque inevitable de pesimismo, que me sentí abrumado por los múltiples mensajes religiosos recibidos durante los días de fin de año.

Un día sí, y otro también, llegaban las imágenes, los textos bíblicos y los llamados al perdón y a la oración. Fueron especialmente abundante en la segunda quincena, una verdadera fiesta religiosa en la red, donde todos nos habíamos vuelto buenos e intachables, merecedores de dar y recibir una mejor suerte de la tenida hasta ese momento festivo, y lo sorprendente, la mayoría de esos parabienes venían de extraños, de personas con las que seguramente no teníamos mucho o simplemente no teníamos ningún tipo de contacto.

Llegaban esos mensajes con distintas envolturas y texturas que iban desde imágenes redentoras, hasta textos en medio de luces intermitentes, buscadoras sutiles  del ángulo de mis emociones más recónditas, mis reminiscencias religiosas o quizá mis miedos ante lo desconocido, lo inesperado y la muerte.

La mayoría de ellos estaban diseñados o seleccionados en serie por mentes y manos anónimas y fueron tomadas seguramente de los catálogos que ofrece la red de internet en forma gratuita. No hay duda de que algunas eran ingeniosos, didácticos y con pensamientos profundos pero, por su automatismo terminaban siendo insulsos, irrelevantes, fastidiosos y desechables en el acto mismo de recibirlos.

Los menos, eran mensajes escritos en blanco y negro, que buscaban establecer un plano más humano, de carne y hueso,  expresando lo que en ese momento realmente se sentía y se deseaba para el interlocutor cibernauta que estaba cachando constantemente mensajes en su Smartphone o en su muro de Facebook.

En estas coordenadas tan contrastantes pareciera radicar la diferencia de la comunicación en la red masiva. Se ha creado un mercado luminoso y sugerente pero igualmente efímero en el WhatsApp, Facebook, Skype e Instagram que ha sustituido en gran medida la comunicación humana directa  reduciéndola a una simple frase, una imagen, o ambas simultáneamente, buscando activar las emociones propias del “mes más feliz del año”.

Y es que mucha gente se siente realizada al enviar veinte o cincuenta veces el mismo mensaje sin establecer ninguna diferencia entre los receptores. Es decir, que en ese bucle de felicidad puede dirigirlo en un teclazo lo mismo al padre, la madre, el hermano,  el amigo, el vecino, el compañero de trabajo, el cómplice de juerga incluso desconocidos que se encuentran en los listados de Facebook.

Yo recibí textos bíblicos que me llamaban a la compasión, el amor, el perdón, al reencuentro con Dios como si supieran que me he ido y hay que regresar al carril para alcanzar la salvación eterna.

Y ese mensajero frecuentemente desconocido me invitaba a replicarlo sin quería recibir una sorpresa en los próximos días. Por supuesto no reenvíe ninguno y ahora me lamento (jeje) pues quien sabe que me espera por mi desobediencia insensata.

Ya en serio. La red ya sabemos está modificando rápidamente la comunicación humana y el sistema de valores. Hoy alguien que no tiene acceso a las redes sociales se le ve extraño, como si fuera de otra galaxia. Que ese alguien no habla el lenguaje universal de la frase corta, la imagen impostada o multiplicada que parece sucumbir ante la trillada, recodificada e irreflexiva frase: Dice más una imagen que mil palabras.

Y es que en este tiempo de redes sociales el mundo se nos volvió pequeño, nítido, sencillo, como una foto de una cámara IPhone 10 y todo lo resolvemos rápidamente con este tipo de recursos tecnológicos.

La religión entonces dejo de  ser lo que fue para volverse una estampita dinámica de colores brillantes y música celestial como una fuga de Bach. Aquella que se difumina en una frase sin tomar en cuenta las grandes cosmovisiones filosóficas y sociológicas que le dieron origen y han dado sentido a su persistencia en el tiempo.

Y, si es así, como tendencia, la red alimenta la ignorancia y hasta el fanatismo. Para que preocuparse, entonces, por entender esos grandes sistemas de fe o leer la Biblia, si todo puede reducirse a la simplicidad de una frase, lo efímero, lo circunstancial, lo festivo. A prácticamente nada, a la imagen que-lo -dice-todo.

Lo más sorprendente es que estamos tan colgados a la red que quizá no nos damos cuenta de la manera que caemos en esa ruta falsa que lleva al dios supremo, el uso binario y al que nosotros nos encargamos de trasladarlo a todas las dimensiones de la vida social. Pareciera en el acto no haber tiempo más que para lo efímero con todas las luces y estímulos sensoriales.

Entonces, en esa ruta como sociedad nos volvemos una suerte de plástica repetitiva a la Andy Warholl, si el artista de Pittsburgh de las latas Campbell, las Coca Colas verdes, el Elvis triple o el díptico de las Marilyn de cabellos rosas, azules, lilas.

En definitiva, el cristianismo en sus distintas manifestaciones se ha convertido en saludo y, mejor, buenos deseos efímeros en las pasadas fiestas de fin de año.

Claro, eso no significa la desaparición de su liturgia en sus templos, sus oratorios, sino la extensión de la religión por otros medios aunque eso signifique su simplificación, su banalización e irrelevancia. Aquella que quizá todavía no conocemos en sus alcances transformadores. Lo cierto es que la pasada experiencia a muchos nos ha dejado la sensación de que ya no es lo que fue que estamos en otro tiempo.

Que hoy estaría llamada a ser  algo tan fugaz, como efímero, de gente que “no tiene tiempo”, aunque para eso se ajuste a una imagen más que a una cosmovisión que le permita orientar su vida bajo un credo, una fe, un sistema de valores.

Son los tiempos del teclazo religioso.

 

 

 

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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