Se acabó 2017 y no ocurrieron las desgracias que vaticinaron nuestros nada estimados catastrofistas, sino otras quizá peores, dolorosas, pero por causas naturales. Hace un año escribí que por supuesto me preocupan las dificultades que enfrenta México y ante todo que estoy en contra de la pavorosa desigualdad que acusa nuestra sociedad. Sin embargo, reitero, no soy de los que apuestan al hundimiento de nuestro país para sustentar la validez de sus críticas, o justificar sus posturas radicales, a menudo demagógicas.
Acepto, anoté, que a pesar de todos los pesares soy un optimista irredento que cree en su país y en sus habitantes y que confía en que somos capaces de superar cualquier dificultad que el futuro nos depare, como efectivamente hemos superado otras calamidades del pasado. Y advertí que de no ser así no tendría cara para desearles un feliz año. ¿Con qué cara lo haría ahora?
Sin querer presumir de pitoniso, acerté en mis previsiones fundamentales. La llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos no significó en efecto la deportación masiva de millones de mexicanos indocumentados que imaginábamos cruzando la frontera en caravanas interminables con sus enseres a cuestas, como en las películas de guerra. Tampoco acabó el repudiado magnate apoderado de la Casa Blanca con el Tratado de Libre Comercio con nuestro país y Canadá. Por el contrario, se llevaron a cabo ya seis rondas de negociaciones y pese a los jaloneos y las amenazas twitteras del peli naranja los especialistas vaticinan un desenlace si no feliz al menos aceptable, sin rupturas drásticas.
No ocurrió un colapso económico. El peso mexicano se repuso pronto de la devaluación que provocó el triunfo del republicano y el temor de inminentes repercusiones económicas y políticas, aunque volvió a depreciarse hasta el filo de los 20 por dólar al final del año con motivo de la aprobación en el Congreso estadunidense de la reforma fiscal del propio Trump.
El gasolinazo de enero pasado, originado en la reducción de subsidios para nuestros combustibles, causó enojo social generalizado y repercutió en un incremento del índice inflacionario, que llegó en este diciembre al 6.69 por ciento, el más alto en 17 años; pero no provocó protestas multitudinarias que pusieran en riesgo la estabilidad del país, represiones sangrientas y la caída del Presidente, como más de uno anheló.
Las elecciones estatales en el Estado de México y Coahuila se realizaron entre impugnaciones de la oposición, pero sin violencia ni disturbios y el PRI ganó en los dos casos y sus candidatos –Alfredo del Mazo Maza y Miguel Riquelme Solís-- son ya gobernadores en funciones. Las amenazas de Andrés Manuel ante un fraude en el Edomex y del entonces dirigente nacional panista Ricardo Anaya Cortés por el supuesto despojo del triunfo de su partido en el estado norteño quedaron en tibias protestas.
Los procesos partidarios para la nominación de los candidatos presidenciales llegaron a niveles de ignominia, es cierto, pero no se han dado conflictos mayores y como quiera ya tenemos tres opciones competitivas y dos aspirantes independientes, Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco y la ex panista Margarita Zavala Gómez del Campo, que se acercan a obtener el que se miraba casi imposible registro oficial.
El PRI y el Presidente Enrique Peña Nieto echaron mano de sus mejores artimañas históricas para salir avante del trance sucesorio. Modificaron sus estatutos para abrir la puerta a un candidato no militante y finalmente armaron con admirable destreza, ni hablar, el escenario para que el ex secretario de Hacienda José Antonio Meade Kuribreña resultara “el candidato ciudadano” del tricolor y recibiera la adhesión automática de todo el aparato priista, incluidos los tres sectores, los líderes parlamentarios, los gobernadores, los legisladores, la militancia toda. El partido tiene ya en acción a toda su poderosa estructura territorial en el país, unida.
La candidatura de López Obrador se confirmó, por supuesto, y Morena su partido se alió con el PT del cuestionado Beto Ayala y con el derechista y confesional Partido Encuentro Social (PES) a pesar de las protestas de muchos de sus propios partidarios, entre ellos de manera destacada Elena Poniatowska. Al terminar el año el tabasqueño se mantiene al frente de las preferencias electorales en la mayoría de las encuestas. Sus aparentes pifias no parecen hacerle la mella que supondrían –y desearían—sus detractores. Hasta ahora.
El panista Ricardo Anaya Cortés utilizó (y dañó) la estructura y los recursos del partido que dirigía para agandallar descaradamente la candidatura presidencial por el Frente opositor formado por el propio PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano (MC), al que rebautizaron como Por México al Frente, al convertirse en falso precandidato único. Con todo, la alianza electoral resulta atractiva para más personas de las que se suponían y el Frente pelea ahora el liderazgo.
En suma, el país no se desbarató como parecían anhelar algunos opinadores políticamente correctos; sin embargo, fueron otras las calamidades, que por supuesto nadie predijo, que causaron gravísimos daños en diversas zonas del país, incluidas muerte y destrucción. El 7 de septiembre un sismo golpeó brutalmente diversas ciudades y comunidades de Oaxaca y Chiapas y causó 102 muertes. Y el 19 del mismo mes, 32 aniversario del sismo de 1985, un nuevo terremoto cobró cerca de 400 vidas y provocó derrumbes y daños estructurales en miles de inmuebles en diversas colonias de la Ciudad de México, así como en los estados de México, Puebla y Morelos. Los daños materiales podrían llegar a los 36 mil millones de pesos.
Además de la recuperación de esos desastres y del dolor que dejan tras de sí, el año que empieza el próximo lunes representa nuevos desafíos en materia política, económica y social. El reto mayor es el de la inseguridad, la violencia que llega a niveles insospechados. Estará en juego otra vez la viabilidad financiera del país y la subsistencia de un sistema político que muchos juzgan agotado. Enfrente tendremos las posibilidades de un nuevo repunte económico, la celebración de elecciones muy competidas, pero pacíficas y libres, y el advenimiento de una nueva forma de gobierno. Confío en esto al desearles un buen año 2018. Como me dijo una querida amiga, a ver cómo le hacemos para logarlo. Válgame.
@fopinchetti