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Ernesto Hernández Norzagaray

22/12/2017 - 12:02 am

Sabia virtud de conocer el tiempo

Muchos políticos suelen ser auténticos bocazas en campañas electorales. Gente sin prurito alguno que utiliza los peores calificativos con el fin de golpear a sus adversarios especialmente a los que lideran las encuestas. Van con todo al terreno de las emociones, no de las razones que perfilen un diagnóstico para un mundo mejor. Buscan con […]

Los viejos de hoy alguna vez fueron jóvenes ideológicos con un sentido político. No es casual que incluso el agudo Roger Bartra afirme sin más que AMLO “representa la nostalgia por el viejo PRI”. Foto: Cuartoscuro

Muchos políticos suelen ser auténticos bocazas en campañas electorales. Gente sin prurito alguno que utiliza los peores calificativos con el fin de golpear a sus adversarios especialmente a los que lideran las encuestas. Van con todo al terreno de las emociones, no de las razones que perfilen un diagnóstico para un mundo mejor. Buscan con sus dardos hirientes provocar reacciones negativas en segmentos del electorado y, en esa tarea infame no paran, buscando el descrédito del contrario. Vea si no, Miguel Ángel Yunes Marquéz, calificó a AMLO de “viejo guango” en un acto político del Frente.

Si la edad como defecto. La del adversario que estaría en la mal llamada tercera edad. Y es que, desde un tiempo para acá, ser joven es la onda, no se discute, al viejo frecuentemente se le ve como desecho, como excrecencia, como algo que va de salida que no merece más que despedida. Es la salida del pasado, como si este no tuviera ningún valor o si lo tiene es para otras cosas, no para la política, para nada trascendente.

En esa lógica retorcida lo joven es lo moderno, lo esperanzador, el futuro inevitable y reconfortante, lo nice. En ese relato reductivo, excluyente, no importan trayectorias, biografías, ideales, posturas, reconocimiento, candidaturas, altas votaciones, lo único es el presente con su sonrisa, el peinado o el look casual. Como si esta fuera una sonrisa blanca Colgate, un corte a la Llongueras o la apariencia desaliñada GAP. Vamos una mercancía tan efímera como desechable, una imagen de tres segundos en un espectacular electrónico o televisión en un horario de alto rating.

Claro, es la imagen que busca hacer un clic inmediato y despertar deseos, emociones, apetitos. Contraer el sentido del tiempo para que impere el posmoderno aquí y ahora. Nada que ver con el mediano o largo plazo en política, eso para esa visión es un anacronismo que debe existir solo como recuerdo, no como enseñanza.

Entonces, esas expresiones corresponden a una comunicación política ahistórica, de las que busca generar un flashazo, instalar una idea emocional en el otro, él que reivindica los mismos valores o se deja llevar por la velocidad de la imagen mediática. Quizá porque es la negación del padre o cualquier tipo de autoridad. Explora pues en lo íntimo, en sus resortes emocionales, sus miserias.

Y es que en la política lo viejo, al menos en México, remite inevitablemente al PRI, aunque por alguna razón de poder no está el PAN, incluso la izquierda que fue anterior a la triada PNR-PRM-PRI. Nuestro sistema de partidos entonces viene de lejos. Hay de por medio varias generaciones de militantes. Los viejos de hoy alguna vez fueron jóvenes ideológicos con un sentido político. No es casual que incluso el agudo Roger Bartra afirme sin más que AMLO “representa la nostalgia por el viejo PRI”, sin parar un momento en considerar que si bien esta frente a un liderazgo, también ante un movimiento político amplio y por ende, diverso.

Los viejos no se olvide son los padres y abuelos de esos jóvenes que están en la política mediática y pragmática que inunda al país. La qué hoy excluyen por razones generacionales o mejor porque simple y llanamente son la onda. Esa generación que van en busca del poder, choque contra lo que choque, con tal de alcanzar el control de un país, un estado, un municipio… el dinero rápido.

De una sociedad hoy bombardeada por millones de spots televisivos y radiofónicos que van en busca de electores susceptibles de una voz, una consigna, una promesa, una imagen tan efímera como el vuelo de un colibrí.

Aquella que termina por imponer las emociones sobre las razones. Que vuelve irrelevante las ideas, los programas, los debates, las trayectorias. Y en esa tarea que actúa contra la política paradójicamente contribuyen las instituciones políticas y electorales que hablan de la “formación política de los ciudadanos” y la “elevación del debate político” como la quintaesencia de la democracia.

Pero va contra su mayor principio, que es la de generar información para que los ciudadanos tomen las mejores de decisiones en el momento de votar. El ruido del spot y la imagen efímera no es información simplemente un chispazo de la nada. Y la nada siempre será nada. Salvo que esa nada sea capaz de parir votos emocionales y forme gobiernos “realistas” que terminan frustrando a millones que luego reniegan de la política y los políticos o los melodramas políticos.

En la elección presidencial de 2012, recordemos, se nos vendió una telenovela donde la segunda juventud, la gracia, la belleza física y hasta un copete fue comprada por millones de electores, aquellos que sucumben ante la política como espectáculo de lágrimas y risas, mientras a otro tanto se le compró con dinero contante y sonante creando una síntesis apabullante de las otras ofertas.

Hoy, sin alcanzar hasta ahora los mismos niveles, pues lo candidatos que están en precampaña no les alcanza para ofrecer una nueva telenovela de amor y política, están en marcha estrategias buscando el mismo objetivo.

Sin embargo, no es la misma, todos ellos y ellas personas bien casadas. No aspiran a un divorcio o al casamiento como marketing político, sino a las imágenes de esposos, padres, hijos, amigos insuperables en lealtad, compromiso, y saberes, pero sin la emoción de aquella pareja que provocaba, el tiempo verbal es correcto, suspiros, sonrisas, envidia, aspiraciones, alter ego.

Las campañas en ese sentido se tornan convencionales, insípidas, sin un relato consistentemente mediático que mantenga la atención de la masa en la trama y el inevitable desenlace feliz. Ese que convierte las locaciones en actos ceremoniales claudicantes de cualquier honor con toda la liturgia, rituales, reverencias, besamanos.
En tanto eso llega, la vulgaridad de la política se expresa a través del bocaza, el boquiflojo, el que se multiplica a través de los medios de comunicación, quien no para, con tal de subir rápido por la escalera de la intención de voto, limpiando el camino a golpe de calificativos y denuestos.

La interposición del valor de la juventud en sí mismo, cuándo solo es asunto de tiempo, y el tiempo es insustancial, lo sustantivo es lo que le aporta cada uno a una comunidad diversa como es la mexicana. Y los jóvenes, aun con sus mañas, no han tenido tiempo.

Diría el gran Renato: Sabia virtud de conocer el tiempo

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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