Ernesto Hernández Norzagaray
15/12/2017 - 12:00 am
Los señores de la guerra
No obstante, la consigna sigue siendo la misma, fuga hacia adelante. La única diferencia es que si antes el ejército realizaba funciones de policía sin el sustento jurídico –lo cual es una declaración de parte de los altos mandos- ahora, de aprobarse la Ley de Seguridad Interior por el Senado, seguirán haciendo lo mismo y probablemente con los mismos o mayores saldos trágicos y subsecuentemente viviremos una mayor inseguridad en nuestras comunidades.
Mucho se ha hablado de lo imprescindible que es el ejército en la lucha contra la delincuencia organizada, menos se ha defendido los saldos que esa presencia ubicua ha tenido para el país, y mucho menos, del costo que significa mantener esta guerra con distintos nombres.
Y no digamos en términos de vida, que pareciera que es lo que menos importa, sino lo que cuesta a los contribuyentes.
Grosso modo es dinero que se le quita a la educación para comprar armas de última generación. A la salud para la adquisición de tecnología de punta. A la vivienda para establecer campamentos y retenes en montes, caminos y carreteras. A los servicios públicos para sostener una nómina de cientos de miles de soldados y policías que están hartos de esta guerra.
Una guerra que además a soldados y policías de a pie les ha arrebatado sus mejores años, familias, amigos y compañeros de armas.
Pero, a pesar de ese saldo social y económico, la situación en lugar de mejorar tiende a empeorar como lo indican los números de la guerra permanente.
No obstante, la consigna sigue siendo la misma, fuga hacia adelante. La única diferencia es que si antes el ejército realizaba funciones de policía sin el sustento jurídico –lo cual es una declaración de parte de los altos mandos- ahora, de aprobarse la Ley de Seguridad Interior por el Senado, seguirán haciendo lo mismo y probablemente con los mismos o mayores saldos trágicos y subsecuentemente viviremos una mayor inseguridad en nuestras comunidades.
Sí, porque si antes, la inseguridad la imponían los grupos criminales, ahora el ejército con mayores recursos legales podrá justificar cualquier acción contra civiles inocentes que se vean en un escenario de violencia.
Y eso no es una buena estrategia. Es un buen negocio para quienes se encargan de avituallar a unos y otros bandos. Claro, se podrá justificar con el relato de que unos son los buenos, los que nos defienden, los que evitan que las cosas empeoren y los de enfrente los malos, los que no necesitan justificación alguna para invadir y asesinar en los barrios, los pueblos, las calles, el espacio privado.
Más aun, como diría un político, a los delincuentes no se les combate con “globos, porque ellos no traen globos”. Y tiene razón cada día están mejor armados.
Es una carrera como la de la Guerra Fría cuando las grandes potencias buscaban tener el arma más destructiva. La inversión que hicieron especialmente los Estados Unidos de Norteamérica y la URSS fue con cargo a los contribuyentes, sacrificando a sus sociedades, una o dos generaciones, con el fin de ganar la guerra.
Finalmente la URSS no pudo seguir sosteniendo esa carrera insensata y sus líderes decidieron darla por terminada unilateralmente, con su propia desaparición. Se impuso la paz. Llegó el llamado Fin de la Historia, propugnado por Francis Fukuyama. El ejemplo no es malo y nos debe servir, para reconocer lo insensato que solemos ser antes de pensar en la paz y establecer planos de convivencia.
Pero, no, la ideología dominante y sobre todo los intereses que están en juego, determinan que pueblos enteros estén sometidos a la lógica e intereses de los señores de la guerra. Para los que la paz no es negocio o es un pésimo negocio.
Es por eso que el dibujo verbal que hizo López Obrador sobre la pacificación del país en esa entrevista banquetera provocó histeria, entre los políticos y generales, medios de comunicación oficial y la comentocracia oficialista.
Mucha gente compró inmediatamente el rechazó al tabasqueño que nuevamente se había vuelto loco aunque otro tanto, reflexionó en clave de paz, de la necesidad de contribuir a la paz. Sin embargo, para los primeros estaba claro: ¿Cómo perfilar una posible alternativa a la guerra baja intensidad que todos los días cuesta al país decenas de vidas?
Ahora la mencionada Ley podría enmendarse en el Senado, no porque se haga caso a quienes en México se han pronunciado en contra, sino porque lo hace la ONU y varios organismos internacionales dedicado a la salvaguarda de los derechos humanos.
A los interesados en detener las guerras que asolan el mundo. A los que quieren como cantaba John Lennon una oportunidad para la paz.
Quizá, si lo hacen, entonces dirán que nuestro Presidente es un hombre de buena voluntad y ha atendido las solicitudes que vienen de fuera, nada de que dio marcha atrás en sus propósitos guerreristas. Con los negocios de la guerra. Los otros Odebrecht de los que nadie habla pero que sangran el país en todos los sentidos.
Que es un frente que desde el poder nadie ataca. Al contrario se hacen transacciones si no que se le pregunte al Señor Lozoya que en la desfachatez quiere demandar a medio mundo. Porque se le difama, afecta su fama pública y sobre todo su honor. Carajo.
Entonces, desde el cinismo tenemos que transitar a una alternativa que pacifique el país y recobre la esperanza. Que recobremos algo de lo perdido. Y eso pasa por empezar a reconocer que es posible una salida de paz inédita con sus riesgos y cada uno de los candidatos a la Presidencia de la República debe hacer su posicionamiento, su contribución. Sin embargo, otros países lo han logrado luego de décadas de sangrías. De negociaciones tan difíciles que parecían imposibles. De un paso atrás y dos adelante.
Y al final del trayecto inestable lo han logrado y siguen todos esos países teniendo problemas, pero han dejado de tener uno de ellos, probablemente el más importante porque las guerras dividen, asesinan y siembran rencores.
Y eso, en cualquier país es un triunfo por la paz y la derrota de los hombres de la guerra.
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