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Sanjuana Martínez

27/11/2017 - 12:00 am

El jefe Diego, Deschamps y el escrache a corruptos

Escrachemos a los corruptos. Exhibamos públicamente nuestro rechazo. Recordé-moseles sus fechorías en su cara. No es necesario insultarlos, basta con decirles sus verdades, que no se sienten tranquilos a comer en un restaurante como si fueron gente decente. Es nuestra obligación exhibirlos en su condición de traidores a la pa-tria.

"Si hubiera más mexicanos que perdieran el miedo y le gritaran en su cara a los co-rruptos lo que piensan, México ya habría cambiado". Foto: Especial

Como ciudadanos afectados por las miles de decisiones que políticos, funcionarios, diputados y senadores toman sin considerar nuestra opinión, tenemos la obligación de exhibir nuestro firme rechazo a quienes, por intereses personales, prefieren servir-se que servirnos.

Escrachemos a los corruptos. Exhibamos públicamente nuestro rechazo. Recordé-moseles sus fechorías en su cara. No es necesario insultarlos, basta con decirles sus verdades, que no se sienten tranquilos a comer en un restaurante como si fueron gente decente. Es nuestra obligación exhibirlos en su condición de traidores a la pa-tria.

La palabra escrache es utilizada en Argentina, Uruguay, Paraguay, España y Vene-zuela para protestar públicamente contra un funcionario, político, militar, policía, líder sindical, diputado, senador o empresario, por haber cometido daño a los ciudadanos. El escreche, es decir, la protesta se dirige a su casa, a su lugar de trabajo o en luga-res públicos como restaurantes, tiendas, hoteles o en la calle y pretende dar a cono-cer a la opinión pública los reclamos contra esa persona.

Si hubiera más mexicanos que perdieran el miedo y le gritaran en su cara a los co-rruptos lo que piensan, México ya habría cambiado. Si hubiera más mexicanos como el ciudadano que sin aspavientos increpó al panista Diego Fernández de Cevallos, conocido mejor como “El Jefe Diego” cuando iba saliendo de un restaurante, luego de comer junto al líder sindical vitalicio de Pemex y senador, Carlos Romero Des-champs.

El hecho quedo registrado en un video que circula en las redes. Sin insultar, tranqui-lamente, el ciudadano haciendo ciudadanía, le pregunta al jefe Diego: ¿Comieron bien señores? porque 50 millones de mexicanos no. El político panista, señalado por ope-rar el hilo negro de las negociaciones en lo oscurito con otros partidos políticos, sin importar ideología ni colores, amigo de Carlos Salinas de Gortari, alcanza a contestar: “así es esto”. Y revira: ¿usted está entre los 50 de aquí o de allá”. Y el ciudadano le contesta: “Yo trabajo, no he robado al país, gracias a Dios”.

Yo no sé ustedes, pero yo felicito a este ciudadano que valientemente enfrentó a uno de los políticos más oscuros de este país capaz de sentarse con el diablo si eso sig-nifica beneficios para él y su grupo panista o vaya usted a saber de qué partido.

¿Cuántas veces hemos visto en la calle, en un restaurante, o en algún lugar público a gobernadores corruptos, diputados o senadores señalados por malversación, empre-sarios rapaces capaces de corromper a cualquier líder sindical con tal de no aumen-tarle el salario a sus trabajadores o funcionarios que extendieron licencias de cons-trucción a cambio de una jugosa y millonaria mordida?

¿Cuántas veces nos hemos quedado con las ganas de gritarles sus verdades, de decirles en su cara lo que pensamos de ellos, de exhibirlos públicamente?

Imaginen ustedes encontrarse a Humberto Moreira en un restaurante de Saltillo o Monclova, Coahuila. ¿Qué le dirían? Imaginen encontrarse a los desarrolladores cau-santes del derrumbe de cuatro casas en la colonia La Antigua de Monterrey. ¿Se quedarían con las ganas de decirles que por su culpa murieron dos personas?

Propongo, queridos lectores, estimados ciudadanos, que la próxima vez no se que-den con las ganas. Propongo que de manera educada, sin necesidad de insultos o gritos, les digamos frente a todos, sus verdades y exhibamos su condición de perso-na indecente, de corruptos, de persona non grata. No es posible que ellos anden tan campantes y nosotros enojados con la vida porque por su culpa el país se va a pique, porque gracias a sus tranzas nuestra economía se encuentra en crisis desde hace décadas. No es posible que ellos se pasen como gente honorable por las tiendas, por los aeropuestos, por los restaurantes.

Si la justicia no funciona y deja impunes a cientos, miles de políticos, funcionarios y empresarios corruptos. ¿Qué nos falta para exhibirlos públicamente como lo que son?

En otros lugares, el escrache ha tenido mucho éxito. Los corruptos se la piensan dos veces antes de pasearse tan campantes. En Argentina la palabra nació en 1995 cuando fue utilizada por la organización de HIJOS de desaparecidos contra los milita-res genocidas que vivían en la impunidad por el indulto concedido por el ex presidente Carlos Menem.

También este método de exhibición de los indignos y traidores a la patria, funcionó en Chile. Ahí se le conoce como Funa y en Perú como El Roche”. Este sistema de con-dena pública funcionó también en España, contra los empresarios especuladores de la construcción por la burbuja inmobiliaria que costó la pérdida de viviendas a miles de ciudadanos. Lo mismo sucede actualmente en Venezuela donde los ciudadanos muestran su rechazo a políticos del actual y anterior gobierno.

Alcemos la voz. Escrachemos. Enfrentemos a los corruptos en la calle. Exhiba-mos a quienes han traicionado su deber de servicio con los ciudadanos. Condene-mos a los impunes para que dejen de vanagloriarse de sus fechorías, para que dejen de sentirse orgullosos de ser impunes, de quebrar el sistema de justicia ineficiente que padecemos.

Al hacerlo, estamos cumpliendo con nuestra obligación de ciudadanos para exigir un cambio de paradigma, una ética del servicio público, de la responsabilidad social. Empecemos a construir un país ético…. ¡Basta de corruptos paseándose como si fueran personas decentes!

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Sanjuana Martínez
Es periodista especializada en cobertura de crimen organizado.

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