A dos meses y treinta y dos años del 19 de septiembre, un ensayo de Amandititita

19/11/2017 - 12:05 am

En este ensayo, la cantante y escritora mexicana Amandititita entra a su propio universo de sismos. A uno, hace 32 años, que le arrebató a Rockdrigo González, su padre; a otro, el de hace dos meses, que la agarró sola en un hotel de la Ciudad de México. Y a ese sismo permanente que es la vida de los que arrastran los recuerdos de una tragedia que no acaba nunca y que, por el contrario, se puede repetir. Amanda Lalena llevó unas flores a Álvaro Obregón 286; encontró a un hombre tomándose una selfie. Lanzó las flores al suelo, más allá de las vallas: “Y al caer, me parecieron las flores más feas de todo el mundo”.

Por Amanda Lalena Escalante Pimentel, Amandititita *

Ciudad de México, 19 de septiembre (SinEmbargo).– Comencé este texto el siete de septiembre, una nota en mi diario para no ser leída por nadie más que por mí. Lejos estaba de imaginar que se volvería una carta dirigida a aquellos que perdieron a un ser querido en los pasados sismos de septiembre.

La noche del siete de septiembre pasado me encontraba en la ciudad de los Ángeles; estaba viendo Twitter en el teléfono cuando sonó la alerta sísmica: días antes había estado en la Ciudad de México y olvidé desactivarla. Los minutos que duró el sismo de 8.2 grados me parecieron eternos; mi esposo y mis mejores amigos, que es todo lo que tengo por familia, se encontraba en la ciudad. Sentí una fuerte asfixia. Salí al jardín buscando oxigeno, repitiendo en mi cabeza que todo estaría bien. No había nadie conmigo. Estaba completamente aterrada.

Minutos después, cuando entraron los mensajes y corroboré que todos estaban a salvo, el aire fluyó de nuevo. Pero me quedé muy asustada de las cien mil cosas que imaginé, de esa intuición terrible de que algo estaba por pasar. Unas horas después nos dimos cuenta que no fue otro temblor, que había severos daños en Chiapas, Oaxaca y Morelos. Estuve toda esa noche despierta y comencé a bosquejar este escrito.

Hace 32 años y la herida no termina de sanar, pensé. “Qué cansado”, escribí.

Esta obsesión endemoniada con los temblores, la paranoia continúa. Este sentir que tengo que estar siempre alerta, que estar alerta es un antídoto contra el desastre, que si me desconcentro todo se va a desboronar. Fastidio y desgaste. No poder subir más de tres pisos sin pensar en qué pasaría si tiembla. Todo el tiempo ir preguntando: ¿cuáles son las salidas de emergencia? ¿Han sentido un temblor aquí? ¿Han revisado este edificio? ¿Cuándo se construyó este edificio? ¿Y si me agarra un temblor con estos zapatos?

Cansada de mis preguntas (y sobretodo de las respuestas, que por lo general eran absoluta desinformación), todos coincidían en que no me preocupara, que todo estaría bien, que tocara madera, que lo que se cayó, ya se cayó. Aunque nunca me convencieron, comprendí que mi percepción por ser excepcional era exagerada y empecé a guardar silencio sin dejar mentalmente de realizar un simulacro en cada lugar donde me encontraba: ubicar muebles sólidos para los triángulos de vida, hacer un dibujo en mi cabeza de cómo salir en caso de sismo.

Como algunos saben, mi padre murió en el terremoto del 19 de septiembre 1985. Ocho meses después, mi madre y yo llegamos a la Ciudad de México, que estaba devastada. Y lo terrible no había hecho más que comenzar, porque no sólo fue el cambio del mar por las ruinas: fue también testificar cómo mis familiares, unos después de otros, colapsaron emocionalmente como si también se trataran de edificios.

EL hotel Regis, en el centro de la Ciudad. Colapsado en 1985. Foto: cuartoscuro

La ciudad partida se fue levantando en mis años de formación; una infancia lúgubre desarrolló mi carácter; una gran inseguridad y un amor gigante por la Ciudad de México. Por muchos años no tuvimos casa; transitábamos por todos los recovecos de la metrópoli. Los homenajes a mi padre, un músico conocido como Rockdrigo González, se realizaban sobre los escombros de su edificio en la Colonia Juárez: entre trozos de concreto muebles y varillas se congregaban decenas de personas a cantar sus canciones con el espíritu herido y una tremenda inconsciencia.

Añoraba la vida que había dejado en Tampico. Desconocía que el mundo allá también se había derrumbado: la muerte de mi padre fisuró la cordura de todo aquel que lo amaba, volviéndolos extremadamente frágiles. Cuando él murió, le sobrevivían sus dos padres, tres hermanos y mi madre. El día de hoy, a excepción de su hermana menor –con la que no tengo contacto–, todos están muertos. La pérdida de mi padre fue el inicio de muchas pérdidas más; rupturas en cadena, en efecto dominó.

Alcoholismo, farmacodependencia, hospitales psiquiátricos: tengo historias de todo tipo. ¿Qué habría pasado si mis familiares hubieran encontrado el apoyo correcto? ¿El apoyo psicólogo correcto? ¿La guía espiritual correcta? ¿Los libros correctos? Yo qué sé. Una pasión, o tal vez sólo a alguien que los hubiera escuchado.

2017.

Días después del sismo del siete de septiembre me confirman un vuelo de Los Ángeles a México. Yo tenía que estar del 18 de septiembre al día 20. Me gustó saber que estaría en la Ciudad de México el 19 de septiembre; pensé en dejar una flor al edificio de Bruselas y Liverpool, como cada 19. Me puse a escuchar la música de mi padre, ese es mi pequeño homenaje.

A la 13:14 que comenzó el sismo, yo estaba completamente sola en un hotel del sur de la capital, el “Puertas del Sol”. Y no estaba únicamente sola en el cuarto: era la única huésped de todo el hotel. Durante el sismo estuve en posición fetal junto a la cama, un acción entrenada que, entiendo, es de las más oportunas. La voz de mi padre sonaba entre con los crujidos de la tierra. Un 19 de septiembre, otra vez.

Lo que sucedió desde ese momento hasta hoy es muy largo y personal. He estado viviendo en constante contemplación, deshebrando y anudado mi historia y sus personajes; lo que doy, lo que recibo, mi trabajo, mi relación con los mexicanos; pasando por estados bellos, seguidos de tristezas profundas. También me ha anclado el pánico. No he querido darle carpetazo en mi cabeza y seguir adelante: me he detenido a pensar cómo podemos levantar la ciudad y también sacarnos los escombros de adentro. De qué manera podemos además de ayudar a la reconstrucción material, a rehabilitar a las personas que perdieron a alguien.

Publicar esto es difícil para mí pero, pensé, si yo me encuentro en este grado de vulnerabilidad 32 años después ¿como será a dos meses?

Una imagen de las labores de rescate y remoción en el edificio de Álvaro Obregón 286. Foto: Diego Simón Sánchez, Cuartoscuro

Dos días antes de que se cumpliera un mes del 19S caminé por la Colonia Roma, compré unas flores en el puesto que está en el camellón de Álvaro Obregón para llevarlas al numero 286. Las más bonitas, las más blancas. Lo primero que vi en el acordonado edificio fue a un hombre tomándose una selfie; estaba sonriendo, utilizando el derrumbe de escenografía. Sentí una gran ira, fuego de adentro. A mi alrededor parecía que no había tiempo; la muerte es tan palpable, se siente una densidad que ensordece los ruidos. Arroje las flores desde el acordonado; quedaron a unos metros del derrumbe.

Y al caer me parecieron las flores más feas de todo el mundo.

Como muchos de ustedes estoy inundada de preguntas y entre más me informo más dudas tengo. ¿Cuándo se esclarecerá el caso de las empresas clandestinas que desaparecieron, junto con el numero exacto de victimas? ¿Por qué en las calles hay folletos, que continuamente son renovados, de gente que busca desparecidos el 19S? Entonces, ¿serán los números de muertos que nos dijeron o serán más?

En mi percepción, la ciudad sigue cubierta por una nube de polvo; una nube priísta de silencio. Una nube que protege a empresas corruptas y borra la vida de sus trabajadores y habitantes. Así, una vez más, lastima la integridad del país.

¿Dónde están en este momento los familiares de las víctimas? ¿Y los hijos de las costureras que estaban en Bolívar y en la escuela Rébsamen, y su madre que nunca fue a recogerlos? No pasa un día que no piense en ellos.

Sé lo difícil que es ver cómo todo vuelve a la normalidad. Las paredes se resanan. La ciudad se va poniendo en pie. Vendrá una nueva tragedia: la gente se mudará de tragedia, como de casa. Conozco los días que se les avecinan, y no serán fáciles. Además del sentimiento de tristeza, cada día se vivirá una lucha entre la locura y la lucidez, la ira contra la hidalguía. Eso, aparte de la crisis económica, pues muchos perdieron además de un familiar, su único soporte monetario.

A la naturaleza no se le puede comprender. A la naturaleza humana tampoco, porque no sólo son las condiciones meteorológicas y los caprichos de la Tierra lo que nos enfrenta a nuestra fragilidad: también es la maldad de los hombres.

Decidí iniciar un proyecto de apoyo integral a las víctimas de los pasados sismos, junto a un equipo de trabajo. Nos estamos dando a la tarea de recopilar información para ubicar y entender cómo se puede canalizar adecuadamente a los afectados, entendiendo sus necesidades personales. La idea es abordar varias ramas: psicología, meditación, el arte que, cabe mencionar, es lo que a mí me salva la vida. Ayudaremos a financiar becas y, los más importante, daremos un seguimiento personalizado.

Cuidar a los demás es mi forma de agradecer a todos los que me cuidaron, me enseñaron, me emplearon. Porque a lo largo de estos 32 años ha habido mucho más que dolor: aún perdiendo batallas y pasando momentos oscuros, soy una persona bastante alegre. No voy a minimizar mi felicidad. Es plena cuando está. Por momentos me llego a sentir cansada, pero no cambiaría mi historia por nada.

La Ciudad de México no solamente es el escenario de lo que escribo, de cuentos y canciones: es la ciudad que me ha dado todo lo que soy y si estoy aquí es para servirles.

Amandititita durante la inauguración de una exposición fotográfica en honor a Rockdrigo. Foto: Cuartoscuro

* Amanda Lalena Escalante Pimentel es conocida como Amandititita”. Compositora, cantante, escritora, debutó en 2008 con el disco Reina de la anarcocumbia. Es hija del cantante y músico Rockdrigo González, quien murió en el sismo de 1985. Amandititita, quien mantuvo en sin embargo una videocolumna, recientemente publicó un libro de cuentos: “Trece latas de atún”.

Amandititita
Es cantante de música popular.
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