El destino de la familia de Reyna Grande cambió en 1980, cuando su madre decidió hacer lo mismo que su padre –un albañil con miras a construir una casa donde vivir– dos años atrás: salir de México en búsqueda de mejores oportunidades.
“—¿Cuánto será?
—No mucho — me contestó mami, cerrando su maleta. Se dirigía al lugar del que la mayoría de padres nunca regresa, un lugar que primero se llevó a mi padre, y que ahora estaba haciendo lo mismo con mi madre”.
Así relata la escritora mexicana en su nuevo libro –"La Distancia entre Nosotros"– una escena que posiblemente se ha repetido por millones a lo largo de las últimas décadas en las familias mexicanas.
La migración es un proceso que deja múltiples secuelas en un niño y Reyna Grande ha logrado describir, a través de su propia experiencia, la historia de miles de esas familias que quedan fragmentadas por una frontera.
Además de la entrevista con la autora, y por cortesía de Vergara y Riva Editoras, añadimos para los lectores de SinEmbargo el Capítulo 1 de la Parte 1 del libro, titulada "Mi mamá me ama".
Ciudad de México, 18 de noviembre (SinEmbargo).– Han pasado 32 años desde que la escritora Reyna Grande –entonces niña– dejó Iguala, Guerrero. “La Distancia entre Nosotros” no es un libro sobre el cruce de la frontera, sino una travesía mucho más íntima que narra el abandono al que se enfrentan los hijos de los migrantes.
La economía del país encuentra su rostro en la niñez de Reyna. El peso se había devaluado en un 45 por ciento, cuando su padre decide que la mejor opción que puede dar a su familia es ganar en dólares.
Una “ironía”, reflexiona hoy la autora, que miles tengan que buscar lo mejor para los suyos y a la vez implique separarse de ellas. Es entonces que otros familiares intentan cubrir sus roles, como lo hizo su hermana mayor Mago, o su abuela Evila.
“Una mañana de sábado, mi abuela entregó de mala gana a la tía Emperatriz el dinero que mis padres habían enviado para que compráramos una torta de cumpleaños. Era mi tercer cumpleaños [con 5 años de edad] que celebraba sin papá, pero el primero sin mamá”, relata en el libro.
La niñez de Reyna transcurre en México y a partir de los nueve años en Estados Unidos, ese vecino con el que México comparte más de 3 mil kilómetros de frontera, que pasa por momentos convulsos desde que Donald Trump tomó la Presidencia el pasado 20 de enero.
La agresividad del magnate contra la comunidad latina ha despertado, a la vez, la solidaridad con los hispanos, y en especial, con los niños, sostiene Grande.
Para Reyna ha sido imprescindible tener en mente a los niños a la hora de escribir este libro. Las situaciones que atraviesan siguen vigentes. En los últimos años alrededor de 200 mil menores de edad llegaron a la frontera para pedir un permiso de quedarse.
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—¿Por qué este libro? —se le pregunta a la autora de otras cuatro obras.
—Para mí era importante escribir sobre esta experiencia para que ellos no se sintieran tan solos —dice la autora.
—Es una historia que abarca ambos países. Los que se van y los que se quedan…
—Es una autobiografía. Yo escribo de mi experiencia aquí viviendo en Iguala, Guerrero. Y de cuando mis padres se van a Los Angeles, y me dejan en Guerrero por muchos años. Escribo por esa desaparición familiar desde el punto de vista de los niños [ella y sus hermanos]. Y la segunda parte del libro trata de mi experiencia cruzando la frontera para reunirme en Los Angeles con mis padres
—Es entonces una mirada íntima, más allá del viaje por cruzar la frontera…
—Escribo sobre los efectos de la separación. Nunca pudimos superarla. Y la familia nunca fue igual. Yo escribo del abandono de nuestros padres, porque a mi y a mis hermanos nos dejaron en guerrero cuando se fueron a Estados Unidos y tardaron muchos años en regresar. Y ya cuando regresaron ya no eran igual. Ellos habían cambiado. La experiencia con la migración los cambió. Y allá en Estados Unidos se divorciaron. Fuimos viendo cómo la familia se empezó a desintegrar desde que estábamos nosotros, los hijos, acá en México.
—En la obra mencionas la situación económica de México como disparador para migrar. En ese sentido, ¿crees que tu historia es la de miles de hogares?
—Es una historia muy común. Creo que aquí en México hay muchas familias que tienen familiares allá en los Estados Unidos. Son familias separadas. Tienen padres que están allá. O el esposo que se va y la esposa que se queda. Creo que es una historia aquí en el país que sucede esta experiencia de la separación.
—Tu padre se fue, en primer lugar, por la familia…
—A mí se me hizo una ironía que mis padres migraron para tratar de salvar a nuestra familia, pero al hacerlo la destruyeron.
—¿Puede otro familiar suplir a los padres?
—Pues a mí quien me cuidó mucho fue mi hermana. Ella se quedó encargada de nosotros. Tuvo que dejar su niñez a un lado para convertirse en mamá. Ella siempre tuvo fe de que algún día nuestros padres iban a volver. Y hasta hoy en día veo cómo le afectó a mi hermana perder su niñez.
—¿Cómo es ya estar del otro lado? En el libro cuentas que no es tan fácil conseguir el sueño americano como muchas veces se cree.
—En el libro trato de mostrar cómo es la experiencia de ser migrante en los Estados Unidos. Al aprender un nuevo idioma, estilo de vida. Escribo para esas familias afectadas con tanto trauma de migrar, el libro de enfoca en esos efectos, en cómo mi papá se fue haciendo más alcohólico tratando de sobrevivir en ese país. Y mis hermanos y yo tuvimos muchos retos que enfrentar.
—Sin embargo, tú historia es de triunfo…
—A pesar de todos los retos que enfrenté siendo una migrante indocumentado logré superar estas circunstancias y logré ir a la universidad y perseguir una carrera como escritora. Logré encontrar ese sueño americano, que uno anhela. Pero hay historias trágicas también.
—¿Logran los mexicanos integrarse a los Estados Unidos? ¿Qué rol juega la identidad?
—Depende de la persona. Hay muchas que nunca logran identificarse. Sobre todo, los adultos. Ellos ya han formado su identidad cuando llegan y por lo tanto se les hace más fácil identificarse como mexicanos. Es un proceso mucho más fácil para los niños.
— Ahora que mencionas los retos de la comunidad latina en los Estados Unidos no podría dejar pasar el tema de Donald Trump. ¿Está su discurso agresivo calando hasta a los niños migrantes?
—Especialmente a los niños migrantes porque se les está negando la oportunidad de progresar. Por ejemplo, Trump quiere eliminar el programa DACA. No es un programa perfecto, pero les había dado un poco de oportunidad de trabajar legalmente, ir a la escuela y no tener miedo a ser deportado.
—Es entonces un buen momento para escribir sobre esto…
—Desde que Trump se hizo Presidente, más y más personas están leyendo mi libro para entender más sobre la migración y cómo impacta a las familias migrantes. Eso me da mucho gusto, porque aunque hay mucho racismo en los Estados Unidos, también hay mucha gente con mucha compasión por los migrantes, que quieren saber cómo ayudarlos.
—¿Cómo se diferencia este libro de otros sobre migración?
—Creo que una cosa es que el libro está escrito por una migrante. Muchos de los libros sobre migración son escritos por personas que no son migrantes. Ellos estudian esta situación, investigan y escriben, pero desde afuera. Mi libro es uno de los pocos libros que existen que son escritos por un una migrante, y desde una manera muy personal. También quiero mencionar que para mí este es un sueño que se me ha hecho realidad de ser publicada en México por primera vez, tras 11 años de ser publicada en los Estados Unidos.
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Parte 1
Mi mamá me ama
Capítulo 1
–No me iré por mucho tiempo.
–¿Cuánto será? –quería saber. Necesitaba saber.
–No mucho –me contestó mami, cerrando su maleta. Se dirigía a un lugar del que la mayoría de los padres nunca regresa, un lugar que primero se llevó a mi padre, y que ahora estaba haciendo lo mismo con mi madre. Estados Unidos.
Mi hermana Mago, mi hermano Carlos y yo tomamos nuestros bolsos con ropa y acompañamos a mami hacia la puerta de la pequeña casa que estábamos rentando. Los hermanos de mami se encontraban empacando nuestras pertenencias para guardarlas. Apenas salimos a la luz del sol, pude ver a papi por un segundo. Mi tío estaba guardando un retrato de mi padre en una caja, por lo que, en seguida, corrí a toda prisa para quitarle la fotografía.
–¿Por qué te llevas eso? –me preguntó mami mientras caminábamos por el camino de tierra hacia la casa de la mamá de papi, en donde nos quedaríamos mientras mami no estuviera aquí.
–Él es mi papi –le dije, y sujeté el retrato con fuerza contra mi pecho.
–Tu abuela tiene más fotos de él en su casa –me explicó mami–. No tienes que llevarte esta.
–¡Pero este es mi papi! –le señalé. Ella no entendía que esa cara de papel detrás de una pared de cristal era el único padre que conocía.
Papi se había marchado a los Estados Unidos hacía dos años. Quería construir para nosotros una casa, una casa de verdad hecha de ladrillos y concreto. Si bien era albañil y podía construir una casa con sus propias manos, no podía encontrar trabajo en México a causa de una economía muy débil, por lo que se vio obligado a marcharse hacia el lugar al que todos en mi pueblo llamaban el otro lado. Tres semanas atrás, él había llamado a mami para decirle que necesitaba su ayuda. “Si los dos estamos aquí juntando dólares, será mucho más fácil conseguir los materiales para la casa”, le había dicho.
Pero al mismo tiempo, también nos estaba dejando sin una madre.
Mago (un apodo para Magloria) tomó mis bolsos de ropa para que pudiera sostener la foto de papi en mis manos. El camino de tierra estaba lleno de rocas que esperaban hacerme tropezar, pero ese día, me movía con mucho más cuidado que nunca, debido a que llevaba a mi papi en mis brazos y podría romperse con facilidad.
Mi pueblo, Iguala de la Independencia en el estado sureño de Guerrero, está rodeado de montañas. Mi abuela vivía en las afueras de la ciudad y, mientras caminábamos hacia su casa, mantenía mis ojos fijos sobre la montaña más cercana. Era muy grande y suave, como si estuviera recubierta de un terciopelo verde. Durante la temporada de lluvia, un círculo de niebla envolvía su cima, como el pañuelo blanco que la gente se ata sobre la frente cuando sufre dolores de cabeza. Por esto los lugareños la llamaron la montaña que tiene dolor de cabeza. En ese entonces, no sabía cómo era el otro lado ni tampoco mi mami. Ella nunca había salido de Iguala. Hasta ese día.
No vivíamos lejos de la mamá de papi y, al doblar la esquina, su vivienda ya estaba a la vista. La casa de la abuela Evila se encontraba sobre la base de la montaña. Era una pequeña casa de adobe pintada de blanco con algunas tejas terracota sobre el techo. Algunas buganvillas subían por una de las paredes. Los viñedos, densos con flores rojas, daban la ilusión de que la casa estuviera sangrando.
–Háganle caso a la abuela –dijo mami, mirándome fijo. Los cuatro nos habíamos quedado callados mientras caminábamos. Se detuvo y se paró frente a nosotros–. Pórtense bien. No le den ningún motivo para enfadarse.
–Ella nació enfadada –dijo Mago por lo bajo.
Carlos y yo reímos. Mami también lo hizo, pero se detuvo de inmediato.
–Silencio, Mago. No digas esas cosas. Tu abuela nos está haciendo un gran favor al cuidarlos. Escúchenla y háganle caso en todo lo que les diga.
–Pero ¿por qué tenemos que quedarnos con ella? –preguntó Carlos, quien cumpliría siete años el mes siguiente. Mago tenía ocho y medio, cuatro años más grande que yo.
–¿Por qué no nos podemos quedar con la abuelita Chinta? –preguntó Mago. Yo también había pensado en la mamá de mami. Su voz era suave como el arrullo de las palomas enjauladas alrededor de su humilde casa y también olía a aceite de almendras y a hierbas. Pero por más que amara a mi abuela, siempre querría estar con mi mamá.
–Su padre quiere que se queden con su madre. Piensa que estarán mejor allí... –dijo mamá, suspirando.
–Pero...
–Basta. Ha tomado una decisión y debemos cumplirla –contestó mami.
Seguimos caminando. Mago, Carlos y yo aminoramos la marcha y pronto, mami se quedó caminando sola por delante. Miré la foto que tenía en mis brazos, el cabello oscuro ondulado de papi, sus labios bien marcados, su nariz ancha y sus ojos color café apuntando hacia un lado. Deseaba que me hubiera estado mirando a mí, y no hacia detrás de mí. Deseaba que pudiera verme.
–¿Por qué te la llevas? –le pregunté al Hombre Detrás del Vidrio. Como siempre, no me respondió.
–¡Señora, ya llegamos! –gritó mami desde la entrada de la casa de mi abuela. En la acera de en frente, el perro del vecino nos ladraba. –¡Señora, soy yo, Juana! –agregó mami, solo que más fuerte esta vez. No abrió la puerta para entrar porque a mi abuela no le gustaba mami. Y la verdad era que a mi abuela tampoco le gustábamos nosotros, por lo que no entendía por qué papi quería que nos quedáramos allí.
Finalmente, la abuela Evila salió de la casa. Su cabello plateado se encontraba atado en un rodete tan tenso que estiraba todo su cuero cabelludo. Caminaba inclinada hacia adelante, como si estuviera llevando una bolsa de maíz invisible. A medida que se acercaba hacia la cerca, se secó las manos en su delantal, manchado con una salsa roja fresca.
–Llegamos –dijo mami.
–Ya lo veo –le contestó mi abuela. No abrió la puerta ni tampoco nos invitó a pasar para resguardarnos bajo la sombra del limonero que tenía en el patio. El radiante sol del mediodía quemaba mi cabeza, por lo que me acerqué a mami, para resguardarme bajo su sombra.
–Gracias por cuidar a los niños, señora –le dijo mami–. Todas las semanas le enviaremos dinero para su cuidado.
La abuela nos miraba a los tres y yo no podía distinguir si estaba enojada o no. Siempre tenía el ceño fruncido, no importaba con qué humor se encontrara.
–¿Y por cuánto tiempo se quedarán?
–El que sea necesario –le contestó mami–. Solo Dios sabe cuánto tiempo nos llevará construir la casa que Natalio quiere.
–¿Que Natalio quiere? –le preguntó la abuela Evila, inclinándose sobre la cerca–. ¿Acaso tú no la quieres?
Mami nos miró y colocó sus brazos sobre los tres. Nos recostamos sobre ella. De pronto, las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos y sentía como si me hubiera tragado una de las canicas de Carlos.
–Claro que sí, señora. ¿Qué mujer no querría una linda casa de ladrillos? Pero no al precio que tenemos que pagar para tenerla –le contestó mami.
–Los dólares estadounidenses sirven mucho aquí –dijo la abuela Evila, señalando una casa de ladrillos a lo lejos en su terreno–. Mi hija se construyó una muy linda casa ella misma con el dinero que ganó en el otro lado.
Volteamos para admirar la casa. Era la más grande de la manzana, pero mi tía no vivía allí. Nunca había regresado de los Estados Unidos, a pesar de haberse marchado mucho antes que mi papi. Atrás dejó a mi prima Élida, de quien mi abuela se ha hecho cargo desde entonces.
–No hablo de dinero –le indicó mami a la abuela y luego volteó hacia nosotros y se agachó para estar a nuestra altura. Respiró hondo y agregó–: Trabajaré tan duro como pueda. Cada dólar que gane será para ustedes y la casa. Volveremos antes de que puedan notarlo.
–¿Por qué papi solo quiere que vayas tú y no yo? –preguntó Mago–. Yo también quiero verlo.
Al ser la mayor, ella podía recordar mucho mejor a papi que yo. Esperó por él mucho más tiempo que yo.
–Ya te dije por qué. Tu padre solo tiene suficiente dinero como para mí. Además, voy allí para trabajar. Para ayudarlo con la casa.
–No necesitamos una casa. Necesitamos a papi –le contestó Mago. –Te necesitamos a ti –agregó Carlos.
Mami recorrió el cabello de Mago con sus dedos.
–Me marcharé por un año. Prometo que, para ese entonces, volveré y traeré a su padre conmigo. ¿Prometes cuidar a Carlos y a Reyna por mí, ser su pequeña madre?
Mago lo miró a Carlos y luego a mí. Yo no sabía qué vio mi hermana en mis ojos que provocó que su expresión se hiciera más suave. ¿Podía ver cuánto miedo tenía yo? ¿Podía sentir que mi corazón se estaba rompiendo al perder a mi madre?
–Sí, mami. Lo prometo. Pero tú también debes mantener tu promesa, ¿está bien? ¿Volverás?
–Claro que sí –le contestó mami. Abrió los brazos y nos envolvimos en ellos.
–No te vayas, mami. Quédate con nosotros. Quédate conmigo. Por favor –le rogué, aferrándome con fuerza a ella.
Me dio un beso arriba de la cabeza y me empujó suavemente hacia la puerta cerrada.
–Tienes que resguardarte del sol antes de que te agarre dolor de cabeza.
La abuela Evila finalmente abrió la puerta para que pudiéramos entrar, pero nos quedamos quietos. Nos quedamos allí con nuestros bolsos, y la idea de arrojar la foto de papi al suelo para que estallase en pedazos se cruzó por mi mente. Odiaba que se llevara a mi madre solo porque él quería una casa y un terreno propio.
–No te vayas, mami. ¡Por favor! –le rogué.
Mami nos dio un fuerte abrazo a cada uno y nos besó para despedirse. Presioné mi mejilla contra sus labios pintados con un lápiz labial rojo de Avon.
Mago me sostuvo con todas sus fuerzas mientras mirábamos cómo mami se marchaba. Cuando desapareció por la lomada en el camino, solté con fuerza la mano de mi hermana y comencé a correr, pidiendo a gritos por mi madre. Entre lágrimas, observé cómo un taxi se la llevaba lejos. De inmediato, sentí una mano sobre mi hombro y volteé solo para ver a Mago parada detrás de mí.
–Vamos, nena –me dijo. No había lágrimas en sus ojos y, mientras caminábamos de regreso a la casa de mi abuela, me preguntaba si cuando mami le pidió a Mago que fuera nuestra pequeña mamá, también quiso decir que no tenía permitido llorar.