Alejandro Calvillo
24/10/2017 - 12:05 am
El refresco cuesta mucho
Los costos diferidos del refresco lo estamos pagando usted y yo, aunque no tomemos refresco.
Sin duda, el refresco cuesta mucho, como el tabaco y el alcohol. No es sólo lo que se paga por la botella o la lata de refresco, esa es una parte muy pequeña del costo de las bebidas azucaradas. En la ecuación económica no está el costo a las personas, la sociedad y el medio ambiente
La reflexión, que hemos compartido anteriormente, la hizo también Alessandro de Maio, médico en Salud Global de la Organización Mundial de la Salud, cuando estaba en el “super” tras un hombre que con un periódico llegó a la caja y se quejó del precio tan alto del refresco mientras en la portada del periódico que llevaba en la mano aparecía una noticia sobre las consecuencias de la epidemia de obesidad en el mundo. La pregunta que se hizo Demaio, que nos hacemos, es porque existe esta desconexión en la economía actual.
Cuántos productos no están en el mercado generando grandes ganancias a las corporaciones y con grandes costos a las personas, las comunidades y las naciones: costos en salud, costos ambientales, costos para el desarrollo de los niños, costos que pagamos todos. Cuántas inversiones, como las mineras, llegan a destruir el entorno natural, contaminan y afectan la salud de comunidades. A estos costos se les ha llamado “fallas del mercado” o “externalidades”, el costo que no está en el precio que se paga por el producto, que se transfiere al conjunto de la sociedad, al planeta.
En un mundo donde los bienes comunes se sacrifican al interés de los privados y donde las grandes corporaciones se han convertido en grandes poderes políticos que someten a gobiernos, las externalidades no encuentran límites y se convierten en epidemias globales y en riesgos para la sobrevivencia en condiciones mínimas en este planeta.
Ahí está como máxima expresión la administración Trump de la cual están encantadas tanto las corporaciones petroleras como las de comida chatarra y bebidas azucaradas, entre otras. Para Trump no hay bienes comunes sólo existe la ganancia, creando el paraíso de las “externalidades”. Esa administración está derogando, destruyendo las regulaciones que se habían establecido para evitar esas “externalidades”, derruyendo las normatividades que protegían de la contaminación atmosférica o la protección de reservas naturales de la exploración petrolera. Trump se ha lanzado contra todo lo que huela a Obama y Michelle que habían implementado ciertas políticas para combatir la obesidad infantil enfrentando la oposición de gran industria de alimentos y bebidas. Trump está derogando las políticas nacionales estadounidenses para garantizar la calidad nutricional de los alimentos brindados a los niños en las escuelas y en los programas de asistencia alimentaria, ha pospuesto la obligación de que los etiquetados de los alimentos y bebidas indiquen la cantidad de azúcar que en su elaboración se han añadido, manteniendo a los consumidores sin, tan siquiera saber cuánta azúcar se ha añadido al producto que están consumiendo..
Sin duda, lo que se paga en el “super”, en la tiendita por un refresco, es un precio muy alto por el plástico de la botella, el agua extraída de los pozos y el azúcar subvencionada con nuestros impuestos. El precio de estos productos es extremadamente bajo, lo que permite una gran ganancia. Esa gran ganancia es suficiente para que las refresqueras invadan el planeta entero con la publicidad aspiracional de su producto, de vincular su consumo a la felicidad, a la juventud e, incluso, al deporte, a todo aquello que sus efectos contradicen.
Lo que se paga al comprar el refresco es el primer pago y el menor. Los costos mayores son diferidos. Los mayores se reflejan en las epidemias de caries dental, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer a os que contribuye el consumo de bebidas azucaradas. Las bebidas azucaradas no son la única causa de estas enfermedades pero si una muy importante, desde el momento de que son la principal fuente en la dieta de azúcares añadidos. Los costos en enfermedad, en ausentismo y en muerte prematura son incuantificables.
El otro costo, bien identificado por Demaio, es el alto costo que pagamos al mantener un ciclo global de inyección de altos recursos a estas empresas para continuar sus multimillonarias campañas publicitarias alrededor del mundo y la distribución global de sus productos.
En el caso mexicano existe otra “externalidad”, la disposición para sus embotelladoras de parte de los recursos de agua de mejor calidad en el territorio nacional, en muchos casos, dejando sin acceso a agua a comunidades rurales como lo ha hecho Coca Cola en Chiapas y ha quedado bien documentado en un reportaje de Trouthout (http://bit.ly/2jvCD4e). En 2007, durante la reunión anual del WWF o Fondo Mundial por la naturaleza, el presidente de Coca Cola, Neville Isdell, reconoció que por cada litro de esta bebida se consumen 200 litros de agua y que devolverían esta agua a la naturaleza. ¿Cuál es el costo de entregar recursos de agua de excelente calidad a embotelladoras de bebidas azucaradas y que se pierdan 200 litros por cada uno que se produce?
Hay otro costo muy alto que se difiere al adquirir estos productos. Se contribuye con recursos para que estas empresas ejerzan uno de los cabildeos más poderosos en los poderes ejecutivo y legislativo, para comprar a científicos que nieguen la evidencia sobre el daño de sus productos, para financiar asociaciones de profesionales de la salud o de enfermos para neutralizarlas y volverlas aliadas, así como financiar campañas contra las políticas que se recomiendan internacionalmente para enfrentar estas epidemias y atacar a través de mercenarios a quienes las promueven.
Los costos diferidos del refresco lo estamos pagando usted y yo, aunque no tomemos refresco. Lo pagamos con nuestros impuestos que se destinan a atender las consecuencias del muy alto consumo de estas bebidas, su contribución al sobrepeso, la obesidad y, especialmente, a la diabetes y a las enfermedades cardiovasculares.
Los que pagan el más alto costo de bebidas azucaradas son las familias de menores ingresos, las comunidades rurales, los pueblos indígenas que no tienen acceso a agua de calidad para beber y que en muchas ocasiones sólo tienen acceso a refrescos ya que estas compañías suelen distribuir estas bebidas y no agua embotellada. Desee temprana edad los niños presentan problemas graves de caries con un alto costo para estas familias. Cuando descubren que tienen diabetes es porque acudieron al médico con una llaga en el pie que no sana, que no cicatriza, y reciben la noticia que se trata de pie diabético o cuando la pérdida de la visión es tal que van a consulta y les diagnostican retinopatía diabética. Así es como se enteran que tienen diabetes en un proceso ya muy avanzado. Las enfermedades no transmisibles se llevan un alto porcentaje de los ingresos de estas familias.
Con etiquetados confusos y que promueven un alto consumo de azúcares añadidos, con una publicidad invasiva dirigida a niños de alimentos y bebidas no saludables y con una regulación no aplicada por la autoridad para los alimentos y bebidas en las escuelas, las “externalidades” se potencian. Con consumidores sin información y niño expuestos a la publicidad multimillonaria de estos productos, con presencia de éstos en las escuelas y sin acceso a agua de calidad para beber, los costos aumentan y las emergencias epidemiológicas permanecen y se agudizan.
Con la autoridad de salud sometida a los intereses de las grandes corporaciones de alimentos y bebidas, manteniendo un etiquetado que la mayor autoridad mundial le ha advertido que es contrario a las políticas contra la obesidad, con una regulación de la publicidad que el propio Instituto Federal de Comunicaciones le demuestra que no protege a los niños, con una regulación de alimentos y bebidas en escuelas que no se aplica, las epidemias continúan y se agudizan frente a una estrategia que ha sido cooptada por los intereses económicos. Sin duda alguna, el conflicto de interés en la autoridad de salud es la principal razón del fracaso de la estrategia contra la obesidad y la diabetes y de que, entre otras cosas, el costo del refresco nos resulte tan alto a los mexicanos.
La dimensión del problema que enfrentamos requiere una autoridad firme y clara que tenga la voluntad y el compromiso de realizar cambios, de implementar políticas que modifiquen las condiciones que generan estas epidemias, que tenga el carácter para enfrentar los intereses que mantienen las condiciones actuales y que se oponen a las políticas recomendadas internacionalmente.
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