Antonio Salgado Borge
20/10/2017 - 12:05 am
#MeToo
La protesta pública de cientos de miles de mujeres no sólo no es trivial, sino que puede ser determinante.
Harvey Weinstein abusó de mujeres que trabajaron o aspiraban a trabajar para su compañía. Una investigación de The New York Times [1], seguida de otra publicada en The New Yorker[2], dieron cuenta de cómo este famoso e influyente productor de Hollywood llevaba años citando a jóvenes actrices a supuestas “reuniones de trabajo”, que en realidad resultaron ser encuentros que Weinstein llegó a aprovechar para chantajearlas, amenazarlas y hasta violarlas.
Aparentemente, las acciones de Weinstein eran un secreto a voces dentro de su compañía y en Hollywood. Sin embargo, el productor de Shakespeare Enamorado o El Discurso del Rey había permanecido intocable y mantenía su jerarquía hasta hace apenas unas semanas.
No es casualidad que estas notas hayan motivado a decenas de mujeres, desde las más encumbradas actrices hasta aquellas que por una u otra razón cambiaron de carrera, a hacer públicos sus casos. La publicación de ambos reportajes generó que muchas de las mujeres agredidas por Weinstein se sintieran vindicadas y fortalecidas.
Las repercusiones del caso de Weinstein no han parado ahí; a partir de su difusión miles de mujeres en todo el mundo se han sumado a la etiqueta #MeToo (en español, #YoTambién) para hacer públicas sus experiencias a través de sus cuentas en redes sociales.
Pero #MeToo ha sido criticada o minimizada por algunos. En este sentido, es posible resaltar al menos tres grupos de críticos no excluyentes ni omnicomprensivos. El primero es el integrado por quienes, escépticos, afirman que de poco o nada sirve poblar los muros con etiquetas o con testimonios personales. El segundo grupo está conformado por aquellos que, no sin alguna dosis de cinismo, se mofan de la “credulidad” de las mujeres que han compartido sus experiencias bajo esta etiqueta.
El sitio de humor feminista Reductress capturó perfectamente esta última actitud al burlarse de esta iniciativa mediante una nota titulada “Mujer publica otro estado de Facebook con la esperanza de que los hombres aprendan a ser seres humanos”.[3] Finalmente, el tercer grupo lo forman quienes afirman que los hombres, finalmente los responsables de la opresión, son quienes deberían de publicar etiquetas contra abusos como el de Weinstein en sus redes sociales.
Me parece que los tres grupos de críticos de #MeToo mencionados parten de verdades para llegar a una conclusión equivocada. La protesta pública de cientos de miles de mujeres no sólo no es trivial, sino que puede ser determinante. Es posible ver por qué este es el caso con la ayuda de un conocido e influyente artículo de Rae Langton, profesora en el departamento de filosofía de la Universidad de Cambridge. En su artículo, titulado Actos de habla y actos inhablables[4], Langton emplea brillantemente las categorías de un conocido colega para distinguir entre tres tipos de actos relacionados con el habla.
Para ilustrar esta distinción empecemos suponiendo que un individuo –llamémosle “Juan D”, dice en México la frase “los homosexuales no deberían tener derecho a votar”. En un primer y obvio sentido, la frase de Juan D es un acto locucionario; es decir, es una simple expresión sonora de una oración. Pero, en un segundo sentido, esta frase puede ser también un acto perlocucionario cuando Juan D la dice con la intención de convencer a quien la escucha de que los homosexuales no deberían tener derecho a votar.
Finalmente, en un tercer sentido, cuando la frase es dicha en el contexto adecuado, esta hace un hecho lo que en ella se expresa y se convierte en un acto ilocucionario. Por ejemplo, si esta frase fuera dicha por Vladimir Putin en Rusia, en ese país automáticamente se haría una realidad el derecho de los homosexuales al voto.
Con base en esta distinción, en su conocido artículo Langton argumenta que hay algunos actos de habla que a la vez subordinan y silencian. Si bien es fundamental advertir que hay notables diferencias con el caso analizado por esta filósofa en su texto, me parece que es seguro afirmar, en términos generales, que los casos similares al de Harvey Weinstein –para abreviar, “casos Weinstein”- se encuentran en la categoría de actos que, en efecto, subordinan y silencian. Vale la pena revisar por qué.
Recordemos que la frase “los homosexuales no deberían tener derecho a votar”, cuando es tomada como un acto ilocucionario, subordina de facto a todos los homosexuales para los que no poder votar se vuelve el caso, y que, para ello se requiere de un contexto de autoridad que lo haga válido. Los “casos Weinstein” claramente no incluyen una expresión hablada unívoca o específica; sin embargo, éstos pueden llegar a ser vistos como una suerte de discurso al momento en que son comunicados, repetidos, y, por ende, conocidos.
Lo anterior es crucial: al difundirse y hablarse de su existencia en círculos relevantes, sin que de ello se deriven consecuencias legales o sociales para los culpables, los “casos Weinstein” legitiman un estado de cosas opresivo y hacen efectiva la subordinación de sus víctimas. Esto ocurre en buena medida porque estos casos se originan y son comunicados a quienes los conocen desde posiciones de autoridad. De esta forma, tal como ocurrió en el hipotético caso de Putin, al transmitirse el mensaje “así son las cosas” se convierte en un hecho que “así serán las cosas”. “Ciertamente un efecto de legitimar algo es que la gente cree que es legítimo. Pero la gente cree que es legítimo porque ha sido legitimado, y no viceversa” (Langton, 1993 p.203).
Si bien es fácil ver por qué los “casos Weinstein” subordinan, normalmente no ocurre lo mismo cuando se trata de justificar por qué este tipo de casos silencian. Sin embargo, me parece que una justificación de esta naturaleza no sólo es posible, sino que resulta fundamental para entender por qué reacciones como #MeToo no son triviales.
De acuerdo con Rae Langton, silenciar no necesariamente pasa por amenazar y prohibir a un individuo la expresión de determinadas oraciones. Y es que hay al menos otra especie de silenciamiento que se produce cuando alguien expresa palabras que no se llegan a traducirse en la acción que con su expresión conlleva. Por ejemplo, cuando una mujer dice “no” en una interacción sexual y el hombre no se detiene, y esto se convierte en una violación, el acto ilocucionario que la mujer intentó al momento de expresar su negación –detener al hombre- no se pudo llevar a cabo.
Para Langton, casos que incluyen expresiones sin efectos, como los “no” en una violación, demuestran que no tener autoridad en un dominio determinado puede hacer que el hablante se encuentre discapacitado para efectuar actos ilocucionarios -es decir, para efectuar actos que se traduzcan en estados de cosas específicos-. Pero este tipo de “discapacidad ilocucionaria” puede aparecer de formas más sutiles. Esta filósofa menciona, a manera de ejemplo, el caso de Linda Marchiano, una actriz de películas pornográficas que escribió un libro denunciando que fue violada y drogada durante la grabación de una de las películas en que formó parte. Paradójicamente, este libro de denuncia terminó siendo anunciado ¡como pornografía! en algunas publicaciones pornográficas. Machiano pudo expresar palabras, pero, probablemente por ser quien era –en este caso, por trabajar donde trabajaba-, no pudo acceder a las condiciones necesarias para que la intención de su acción de habla fuera efectiva.
Algo similar ocurrió en 2015, cuando ocho actrices denunciaron que fueron violadas cuando participaban en grabaciones de películas para la compañía Kink. En los comentarios a la nota dedicada por Sinembargo al tema pueden apreciarse comentarios que califican este hecho como “un caso muy extraño”, preguntando “¿como alguien puede ir a una industria de ese tipo y decir que la violaron?”. También se afirma que “La neta ellas mismas se lo buscan”. Me parece que algo similar ocurre cuando se considera los prejuicios contra las víctimas de “casos Weinstein”. En este sentido, es posible leer comentarios que revelan cómo se pueden hacer inefectivos los actos de denuncia; por ejemplo, alegando que “son actrices de Hollywood” o insinuando que la protesta de la víctima pierde fuerza por supuestas –subrayo “supuestas”- debilidades morales: “¿qué esperabas de alguien que se vestía de X o Y manera”.
Es innegable que iniciativas como #MeToo tienen alcances limitados; claramente la publicación masiva de testimonios en una o más redes sociales son insuficientes para desarticular una estructura que, hoy por hoy, subordina y silencia a muchas mujeres. También es indisputable que los hombres no pueden voltear a ver para otra parte o pretender que no son los causantes y responsables directos de un estado de cosas opresivo e insostenible. Sin embargo, nada de lo anterior se sigue que los testimonios compartidos por miles de mujeres sean inútiles. Me parece que lo contrario es cierto. Cuando consideramos que la forma ideal de combatir los actos que subordinan y silencian es reemplazándolos con actos que liberan, queda claro que la participación masiva de mujeres expresando sus experiencias es necesaria para hacer que los actos de habla de aquellas mujeres que son víctimas en casos específicos tengan la fuerza ilocucionaria que les ha sido negada. Para que las palabras de quienes han sido subordinadas o silenciadas sean reconocidas como las verdaderas acciones que son.
[1] https://www.nytimes.com/2017/10/05/us/harvey-weinstein-harassment-allegations.html
[2] https://www.newyorker.com/news/news-desk/from-aggressive-overtures-to-sexual-assault-harvey-weinsteins-accusers-tell-their-stories
[3] http://reductress.com/post/woman-posts-another-facebook-status-in-hopes-that-men-will-learn-to-be-human-beings/
[4] http://web.mit.edu/langton/www/pubs/SpeechActs.pdf
@asalgadoborge
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