Luis Felipe Lomelí
04/10/2017 - 12:04 am
La impunidad como valor
¡Esperemos a la Divina Providencia para juzgar a quienes dieron la orden de la violencia policíaca en Cataluña o Nochixtlán!
No hay paz posible sin justicia. No hay país posible sin justicia. Sí, pero ojo: también es posible dilatar la justicia, diluirla, ensalzar criminales, convertirlos en arquetipos y modelos a seguir mientras se sigue usufructuando con la explotación de la gente. No, no estoy hablando de los narcocorridos ni de las múltiples series y películas sobre narcotráfico. Estoy hablando de algo más lejano y, por lo tanto, más hondo e imbuido en el imaginario hispanoamericano, de México o Cataluña: la impunidad como valor.
Si nos damos una vuelta a las obras del acomplejadamente llamado “Siglo de Oro” español nos encontramos con el presente. A Tirso de Molina se le atribuye haber compuesto una de las obras más representativas de la literatura hispanoamericana, El burlador de Sevilla, mejor conocido como Don Juan Tenorio y reescrito y “covereado” por Zorrilla, Mozart, Lord Byron, Carlos Morton y cientos de autores más.
¿Y quién es Don Juan?: el prototipo de la hispanidá, del «latin lover», el macho enamorado, el ídolo de multitudes… el criminal, porque Don Juan y Don Luis, en la versión más conocida de Zorrilla, felizmente hacen recuento de las decenas de asesinatos y las decenas de violaciones sexuales que cometen impunes durante un año. ¡Gran obra! ¡Qué lujo! ¿Y por qué son impunes? ¡Por astutos! -canta el clamor machista popular- ¡por berracos, por cabrones! -olvidando lo que refiere con creces la obra: son «hijos de papi» y su padre tiene derecho de picaporte con el rey. Mejor dicho: porque su familia pertenece a la élite que dicta la justicia y les confiere toda la impunidad para sus atropellos. Por eso Don Juan es un ídolo, porque el ideal se cimienta en el deseo de estar más allá de la justicia.
Y ahí van los donjuanes del presente, «los Porkys» veracruzanos blandiendo su amparo, la «casa blanca», Odebrecht cometiendo actos de corrupción por todo el continente. ¡Qué loable! ¡Qué astutos los involucrados en los Panama Papers! ¡Qué jugada magistral la de Macri! ¡Qué bonitas fotos las de los hijos de la gran izquierda latinoamericana presumiendo sus riquezas!
Pero a Don Juan lo matan, ¿cierto? No se va impune -dirá algún desprevenido. Sí, pero Don Juan es juzgado por agencias ultraterrenas, es un fantasma el que lo jala a los infiernos, y nosotros vivimos en un reino que es de este mundo. ¿O vamos a esperar a que bajen los angelitos y serafines para juzgar a los asesinos de Allende, Iguala y larguísimo etcétera; a los asesinos indirectos del terremoto, a tod@s aquell@s que decidieron ignorar las especificaciones de ingeniería, que aprobaron las verificaciones falsas, que firmaron los permisos? ¡Esperemos a la Divina Providencia para juzgar a quienes dieron la orden de la violencia policíaca en Cataluña o Nochixtlán!
“¡Qué largo me lo fiais!”, se ríen los donjuanes.
Mejor aún, busquemos chivos expiatorios. Ahí está Fuente ovejuna, del gran Lope, para explicarnos el mecanismo. Porque al igual que con Don Juan los crímenes están bien mientras se cometen contra los nacos, contra la plebe, contra este 90 por ciento de la población que somos (casi) todos. Don Juan se mete en verdaderos problemas cuando sus crímenes atentan contra la clase alta, igual que el comendador de Fuente ovejuna cuando viola a la hija del alcalde. Entonces, sí, la plebe sirva para que la clase alta haga justicia: ¡Vamos a casa del comendador! ¿Quién mató al comendador?
Pero es una justicia a medias, ni siquiera es justicia. Sólo se establece un límite: las clases privilegiadas son intocables, con el 90 por ciento restante reine la impunidad. Porque no sólo se torturará al pueblo entero, sino que al final otro criminal y amigo del comendador, el maestre de Calatrava, será absuelto y seguirá feliz y campante cometiendo atropellos. Al pueblo se le tortura, al maestre se le perdona, por los siglos de los siglos…
Porque siglos después, hasta finales del XIX, en otras dos novelas fundacionales de nuestras naciones española y mexicana –Doña Perfecta, de Pérez Galdós, y La parcela, de José López Portillo y Rojas- se habla sin reparo del asesinato extrajudicial como metodología para facilitar la “justicia”: la ley fuga, el “mátalos en caliente” para que los abogados no “enturbien el proceso”. Y, claro, la ley fuga sólo aplica contra los jodidos, contra el nosotros 90 por ciento, pues al final, en una, Doña Perfecta sigue tranquilita e impune y, en otra, el compadre rico perdona a su compadre rico y vivieron felices para siempre -ellos, claro, los ricos, porque la viuda y el huérfano del hombre a quien mandó matar el compadre son lo de menos.
Ahí están nuestros valores en nuestra gran literatura. Una impunidad tan feliz que ni se ve: ¿A quién le importa que el maestre de Calatrava siga impune? ¿A quién le importan los crímenes de Don Luis y Don Juan sucedidos fuera de Sevilla y la clase alta? ¿A qué país le importan los crímenes que cometen sus compañías fuera de su territorio? Etcétera.
Sólo en la versión de La parcela hecha para el cine por Julio Bracho -con el nombre de La posesión– el pueblo hace justicia por su propia mano y mata al compadre rico y asesino. Pero ese era cine “revolucionario”, cine para viejitos que fueron niños dando sus cates con Zapata y Villa, cine de trasnochados izquierdistas, cine que nada tiene que ver con nuestra realidad del siglo XXI tan trendy y tan fashion, tan iphone8 y tan selfie. ¡Vamos a bailar «Despacito» y a escuchar jazz! Descorchemos una botella de champú porque todos podremos ser «latin-lovers», violadores. Let’s post it! Que la justicia vendrá luego y tan larga me la fiais.
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