Óscar de la Borbolla
12/06/2017 - 12:00 am
El pernicioso éxito
Nos deseamos éxito, en lugar de desearnos felicidad; en la palabra "suerte" que constantemente nos decimos no hay otra cosa que la idea de éxito. Ser el mejor, aunque uno sea barrendero, pero el mejor barrendero", como aconsejan algunos padres, es otra manifestación de lo mismo.
Uno de los errores conceptuales que más infelicidad nos acarrea es confundir el éxito con la felicidad. Y una de las cegueras que más nos empobrecen es creer que solo hay una finalidad en la vida y que esa finalidad es el éxito.
Estas dos verdades de perogrullo, pues cualquiera que reparare un momento en ellas admitirá su acierto, están, sin embargo, en el fondo de muchos de nuestros consejos, recomendaciones y conductas: desde esa despedida de los padres que dejan a sus hijos a la puerta del colegio con la frase "puros dieces" (en vez de "aprende mucho"), hasta los esfuerzos sobrehumanos que en ocasiones le ponemos a algún trabajo no sólo para sacarlo, sino para hacerlo con excelencia, pasando por el entusiasmo con el que aplaudimos a quien acierta un gol o el desprecio se concentran en la frase "es un Godinez", implican que en el fondo e inconscientemente creemos que el fin más alto de la vida es el éxito.
Nos deseamos éxito, en lugar de desearnos felicidad; en la palabra "suerte" que constantemente nos decimos no hay otra cosa que la idea de éxito. Ser el mejor, aunque uno sea barrendero, pero el mejor barrendero", como aconsejan algunos padres, es otra manifestación de lo mismo.
Y de igual modo, la publicidad insiste en que el éxito es la felicidad y ese éxito que nos enseña, tan atractivo y placentero, no alude a otra cosa que el dinero. El éxito y el dinero son caras de la misma moneda.
Pero, ¿qué significa ser exitoso?, ¿de qué depende alcanzar el éxito? Desmontemos estas preguntas en pasos: El exitoso es quien destaca, pero ¿por encima de quien destaca? Pues por encima de los que se mantienen por debajo, ¿por debajo de qué? Pues por debajo del exitoso... o sea que para que el éxito se alcance se necesita dejar a los demás detrás o debajo. ¿Entonces, hagamos una pregunta de verdad ingenua, el éxito no lo pueden alcanzar todos? No. Por supuesto que no. Hagamos otra pregunta ingenua: ¿pero, entonces, papá o mamá o amigo (o quien quiera que nos quiera), si el éxito no es para todos, no sabes que al impulsarme a esa meta hay un altísimo porcentaje de que fracase, me frustre o en el mejor de los casos me sienta insatisfecho?
Y más aún, ¿por qué no sólo las personas que nos rodean y quieren, sino que nosotros mismos nos proponemos ser exitosos? ¿por qué quiero el éxito yo sabiendo que solo está reservado para unos pocos y que además no necesariamente depende de mí, sino de factores que no puedo definir yo? ¿No será el éxito un virus de infelicidad que entre todos hacemos que prolifere y, más que un bondadoso motor de desarrollo, un veneno que nos pone a competir a todos contra todos?
Pensar el éxito como el único fin y como sinónimo de felicidad es en buena medida la causa de muchas cosas nefastas que ocurren en el mundo. La felicidad ajena al éxito, en cambio, y además con el contenido que cada quien quiera meterle, esa sí que es la mejor finalidad de la vida. Si adoptáramos sin confusión esta meta le daría un toque más humano a la actual sociedad de canibales y sobre todo no nos martirizaríamos por algo que, en el mayor número de las veces, ni siquiera depende de nosotros.
Twitter @oscardelaborbol
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