Sanjuana Martínez
05/06/2017 - 12:00 am
Norberto Rivera, el devorador de corderos
El cardenal Norberto Rivera debe irse. No solo porque así lo manda la ley de la Iglesia, sino por su infame complicidad en el deleznable delito del abuso sexual contra menores en México.
Mañana cumple 75 años el cardenal Norberto Rivera. Y por protocolo deberá presentar su renuncia ante el Papa Francisco, según el derecho canónico. Todo indica, que será aceptada, pero si no, la Santa Sede confirmaría su complicidad en la protección de quienes han encubierto a los sacerdotes pederastas.
La historia de complicidad del cardenal Rivera con los abusos sexuales del clero es larga y contundente. Empezaremos por hacer un recuento de sus exabruptos y su desprecio hacia las víctimas.
En noviembre de 2006, la exigencia era muy clara: retirar mi libro Manto púrpura: pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera editado por Random House Mondadori.
El enviado del cardenal, Hugo Valdemar lo dijo y lo recupero para la memoria histórica: “Que la editorial sea sensible a este reclamo y retire ese libro que está propagando una calumnia que ya ha caído por su propio peso, y que Sanjuana Martínez le pida perdón a la opinión pública que ha engañado con todas sus mentiras y patrañas”.
El libro en cuestión, fue editado hace once años y efectivamente causó una violenta reacción de la Arquidiócesis de México. Primero, porque contaba la verdad de las víctimas de abusos sexuales de sacerdotes y segundo, porque exhibía la complicidad, el encubrimiento y la protección que el cardenal Rivera, ofrecía a los sacerdotes pederastas.
No fue fácil. La primera edición se agotó y la segunda terminó en un almacén. Manto púrpura…, es el segundo texto de mi trilogía sobre la Iglesia y sus crímenes. Los tres fueron editados por el escritor y periodista, mi querido Braulio Peralta y tuvieron azarosos destinos. El primero La cara oculta del Vaticano (Random House Mondadori 2005) contiene mis investigaciones desde el Vaticano cuando fui corresponsal y lo regalamos hace unos meses, en la Brigada para Leer en Libertad que dirige la extraordinaria promotora cultural Paloma Sáiz Tejero, quien tuvo a bien rescatarlo. Y el tercero Prueba de Fe: la red de cardenales y obispos en la pederastia clerical (Planeta 2007) finalmente se agotó rápidamente con una corta edición.
La desfachatez del cardenal llegó a su máximo esplendor cuando fue interrogado por las autoridades de la Corte Superior de California donde fue denunciado por “conspiración a la pederastia” y dijo textualmente que se enteró de los crímenes del cura pederasta Nicolás Aguilar por mi libro Manto púrpura.
Los tres libros, significan un ejercicio de la memoria. No podíamos dejar de consignar lo que estaba sucediendo en la jerarquía católica mexicana. Era necesario contar las historias de las víctimas que iban buscando un espacio en medios de comunicación que censuraban la información.
El manto púrpura del cardenal Norberto Rivera cubría la verdad y el cerco de silencio irremediablemente se extendía, gracias a su poder con la clase política y con el gobierno, mientras, las víctimas iban cayendo en un hoyo negro de oscuridad e impunidad.
Algunos periodistas, perdimos nuestros trabajos por defender la libertad de publicar y denunciar lo que estaba pasando. El cardenal se encargaba de denostarnos, de azuzar el fundamentalismo católico y de desacreditar la información. Era el precio que teníamos que pagar por atrevernos a darle espacio a las víctimas.
Las historias se acumulaban y los espacios se reducían a consecuencia de la férrea censura. No existía aún el poder de las redes sociales. Fue entonces cuando Braulio me dijo: “Publícalo en libro”. Me resistí un par de meses, pero finalmente me convenció.
Desde entonces, los casos de pederastia clerical me han perseguido. El tema me cayó como un jarro de agua fría y las víctimas me eligieron, confiaron en mi para contar sus historias. Me comprometí no solo a difundir sus denuncias, sino a acompañarlos en su camino hacia la justicia. Con inmenso respeto y admiración, los he visto llorar, sufrir, pero también gritar de alegría con cada pequeño logro, con cada granito de arena que ha ido cambiando la historia de este país.
Ellos, las víctimas mexicanas, ellos tienen nombre y apellido. Su rostro de gran dignidad es también el rostro que exhibe la podredumbre de la Iglesia católica. Ellos, José Barba, Juan José Vaca, Arturo Jurado, Manuel Fernández Amenábar (fallecido), Joaquín Aguilar, Eric Barragán, Jesús Romero Colín, Patricio Bonilla, Sergio Sánchez Merino, Joaquín Rodríguez González, Felipe Valladares, Efrén y Guadalupe Alva Cortez, Gunnar Mebius, Humberto Abaroa, Lenin Moisés López Jiménez, Ignacio Martínez, Javier Calzada Tamez… y cientos más, merecen todo nuestro reconocimiento. Son ellos los que han ido alzando la voz para evitar que los depredadores sexuales con sotana, sigan dañando a más niños gracias a la protección que les brindan sus superiores como Norberto Rivera.
El cardenal debe irse. No solo porque así lo manda la ley de la Iglesia, sino por su infame complicidad en el deleznable delito del abuso sexual contra menores. Y el Papa Francisco, no solo debería aceptarle su renuncia, sino también, debería ponerlo a disposición de las autoridades para que responda ante la ley de los hombres. Hay un estado de derecho que el señor ha ido burlando continuamente. Hay unas leyes que se las pasó por el arco del triunfo. Hay unas víctimas que esperan justicia y reparación.
¿Qué hará el cardenal Rivera cuando se vaya por la puerta chica? ¿Pedirá perdón a las víctimas que tanto despreció? ¿Colaborará con las autoridades policiacas para dar con el paradero de los curas pederastas prófugos de la justicia que él ha protegido?
Y lo más importante: ¿qué hará la Procuraduría General de la República (PGR)? ¿Qué hará la Secretaría de Gobernación encargada de vigilar los excesos de los ministros de culto? ¿Qué harán los ministerios públicos, los jueces que llevan los casos de abuso sexual sin detener a los depredadores con sotana que siguen hoy en día incrementando el número de cientos de víctimas?
Si la justicia no actúa, si el cardenal Rivera queda impune, que sea la sociedad quien le reclame su complicidad, que sean los feligreses quienes le muestren su rechazo, que sean los católicos decentes quienes le exijan cuentas.
Y rescatemos la memoria. Cada vez que lo veamos, recordemos que el cardenal Norberto Rivera, es un pastor del rebaño católico, devorador de corderos, indolente, soberbio, capaz de incrementar el número de niños que fueron víctimas de quienes protegió.
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