Peniley Ramírez Fernández
04/06/2017 - 12:00 am
El no tan maravilloso Juan Zepeda y el trabajo infantil
En los archivos públicos de su papel como Alcalde no aparecen datos sobre su relación con quienes viven al interior del Bordo de Xochiaca, el gran basurero instalado en Nezahualcóyotl, donde se vierten los residuos sólidos del municipio, unas mil 200 toneladas diarias de basura.
Es 2014. Juan Zepeda gobierna el municipio Nezahualcóyotl, una de las concentraciones urbanas más complejas de México. El Alcalde se ha propuesto bajar los índices de inseguridad. Al final de su gobierno, habrá logrado reducir el 57 por ciento de los homicidios, según cifras oficiales.
Zepeda se mueve por el municipio con altos índices de marginalidad saludando a las mujeres, anunciando programas de limpia de ambulantes, orgulloso de sus logros. A la gente le gusta porque es sencillo, porque habla con un lenguaje franco y simple, los mismos atributos que le catapultaron desde la posición de un desconocido hasta ser el candidato que más creciera en la contienda por la gubernatura del Estado de México.
Pero hay un tema que no aparece en la agenda, que no luce cuando uno busca sus informes de gestión, sus registros hemerográficos. En los archivos públicos de su papel como Alcalde no aparecen datos sobre su relación con quienes viven al interior del Bordo de Xochiaca, el gran basurero instalado en Nezahualcóyotl, donde se vierten los residuos sólidos del municipio, unas mil 200 toneladas diarias de basura.
En 2013, siendo Alcalde, Zepeda anunció a la prensa que el Bordo de Xochiaca ya no recibiría la basura del municipio que él gobernaba, y que el basurero sólo sería un “centro de transferencia”.
Cuatro años más tarde, esto no ha sucedido. Aún la basura llega al bordo en pequeños transportes, movidos por el pedaleo de hombres en bicicleta o por burros. Afuera del basurero hay carteles municipales de Nezahualcóyotl, pero adentro el control irrestricto es para las organizaciones gremiales que agrupan a los recolectores. Es con ellos con quienes se debe hablar para entrar allí, y fue con ellos con quienes hablamos en Univision cuando grabamos en ese lugar, en noviembre de 2016.
Ahí dentro el silencio seco del basurero solo es cortado por el ruido de la basura, movida por el viento, por el crujido de los camiones sobre el suelo fangoso, por las risas de quienes conducen esas grandes moles de metal con emblemas de Nezahualcóyotl.
Allí encontramos trabajando a los niños.
Encontramos a los tres hijos de Erica Herrera, la protagonista de nuestro reportaje, chicos que van a la escuela en una primaria de Neza, pero antes, cada mañana, trabajan con su madre separando plástico de otros reciclables, para sobrevivir.
Encontramos familias enteras, que dejan a sus niños pequeños al borde del camino sin pavimento que separa la basura de “los campamentos”, unas pequeñas chozas donde los recolectores se guarecen de la lluvia y el sol durante la jornada.
Los más pequeños, que aún no pueden ayudar, juegan con lo que encuentran en la basura, mientras su familia llena grandes bolsas con los residuos de los camiones que antes, en Neza, han sido ya invadidos por otros recolectores, que separan antes que ellos lo que se puede reciclar.
El planteamiento de nuestro reportaje era simple: cuestionamos por qué Coca-Cola era estricta contra el trabajo infantil en Estados Unidos, mientras en México alimentaba su fábrica de reciclaje más grande del mundo con la labor de estas familias, a las que les pagaba el precio más bajo de toda su cadena de acopio, sin que las autoridades ni la compañía tomaran alguna acción concreta para evitar que los niños trabajaran.
Para las familias, los mayores temores son que las ratas muerdan a los bebés, que los chicos se corten con las agujas mezcladas con la basura o que queden aplastados, cuando los camiones del municipio vierten su carga en la gran plancha de desperdicios que se extiende varios kilómetros a la redonda.
Confieso que cuando publicamos en Univision el reportaje sobre el trabajo infantil de estos chicos en el basurero de Nezahualcóyotl, el Bordo de Xochiaca, no había caído en cuenta en la responsabilidad del municipio. No había caído en cuenta que, así como podían gastar algo de dinero en impedir estos peligros desde la fábrica de Petstar, propiedad de Coca-Cola de México en sociedad con varios embotelladores mexicanos de la multinacional, también podían haberlo hecho quienes gobernaban Nezahualcóyotl.
Pero en los últimos días, cuando el nombre de Juan Zepeda se convirtió en un referente en la prensa de la Ciudad de México, como la gran revelación de las campañas electorales, como el único candidato que no había sido cuestionado por una conducta reprochable, por manejos corruptos, por desvíos de dinero, recordé a estos niños.
Recordé el evento de 2014, cuando el Presidente Enrique Peña Nieto y el Gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, inauguraron la ampliación de la planta de Petstar, la más grande del mundo. Durante el evento en la fábrica, Peña Nieto dijo que las inversiones de grandes transnacionales, como la refresquera, “vienen a detonar empleos y empleos de mayor calidad”.
Juan Zepeda era el Alcalde de Nezahualcóyotl cuando se inauguró la planta, cuando Peña Nieto anunció que el trabajo de esos recolectores era vital para el desarrollo de Petstar. Y era también Alcalde cuando dedicó varios proyectos a mejorar la vialidad afuera del Bordo mientras adentro estas familias se veían obligadas a trabajar con sus hijos, porque no tenían donde dejarlos, porque necesitaban su ayuda.
Mientras escribo esta columna, aún no se desarrollan las elecciones en el Estado de México. Sin importar el resultado, la figura de Zepeda ha quedado ya instalada en la escena política nacional y creo que este elemento de su trayectoria, desconocido hasta ahora, es un necesario contraste público con la imagen del rockstar impoluto, del candidato exitoso.
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