Sanjuana Martínez
22/05/2017 - 12:00 am
Estar en la lista de la muerte
Javier fue asesinado varias veces antes de morir.
“¡Bájate!, hijo de la chingada”, le gritó el pistolero encapuchado a Javier Valdez que conducía su Toyota Corolla rojo. “¡Híncate cabrón”, le ordenaron y le dispararon 12 balazos.
Veo la imagen de Javier tirado en medio de la calle boca abajo, su sombrero, sus lentes, su sangre derramada e imagino el encuentro de tan solo unos segundos con la muerte. La sorpresa, el espasmo, el hormigueo en el cuerpo, la voz temblorosa sin poder ordenar las palabras, la sensación del miedo que paraliza, el dolor de los primeros balazos, el recuento de la vida que pasa en unos segundos porque sabes que vas a morir, un pensamiento para los que amas y el final.
A Javier no solo lo mataron los 12 balazos 9 milímetros que dos sicarios le dispararon por orden de la narcopolítica. Lo mató la indiferencia del gremio periodístico mezquino que tenemos. Lo mató también la inacción de los organismos internacionales que dicen defender periodistas, de esas decenas de Ong’s que reciben presupuestos mercadeando con los cadáveres de nuestros compañeros, pero ignorando la situación grave que padecemos decenas de periodistas en provincia. Lo mató la falta de protocolos oficiales y no gubernamentales para atender el exilio inmediato de quienes sufren amenazas. Lo mató la falta de recursos económicos para establecerse en otro estado, en otro país, junto a su familia. Lo mató el desprecio de las instituciones que se supone deben velar por la seguridad. Lo mató las inexistentes medidas cautelares que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) debieron haberle brindado. Lo mató el gobierno de Sinaloa porque aún sabiendo el riesgo que corría jamás le otorgó protección. Lo mató también la envidia de una parte del gremio periodístico de Sinaloa que jamás lo valoró y que vive de vender su pluma. Lo mató la Secretaría de Gobernación, encargada supuestamente de velar y garantizar el ejercicio profesional de los periodistas…
Es verdad, alguien o varios, ordenaron matar a Javier, pero antes, meses antes, él fue muriendo poco a poco con la mira de la pistola encima, porque casi nadie hizo nada.
Las condiciones que le ofrecieron para el exilio no fueron suficientes para trasladarse con su familia. Ese esquema se repite en muchos casos de compañeros asesinados. Nadie pudo resolverles el esquema de su nueva vida, por falta de dinero o por falta de interés.
Javier fue asesinado varias veces antes de morir. Primero lo mató la envidia que envuelve a un gremio desunido, mezquino, sin organización y sometido a permanentes rencillas de ego; un gremio que no ha sabido afrontar la ola de asesinatos, que aparentemente no le preocupa la masacre que padecemos porque carece de autocritica; un gremio que no tiene estructura solidaria para los compañeros en vida, no en la muerte.
A los periodistas muertos se les difunde cuando son ejecutados, pero en vida se les ignoró, se hizo a un lado su trabajo, su entrega, su dedicación a la cobertura más peligrosa ubicada en la provincia mexicana y en particular en los estados fronterizos. Los periodistas de provincia trabajamos en la indefensión absoluta y en condiciones de abandono. Si no estás en la capital no existes, salvo excepciones de quienes nos hemos buscado también un lugar en medios nacionales.
Las amenazas contra Javier eran constantes, pero se intensificaron a raíz de la publicación el 19 de febrero en Riodoce de su entrevista con el enviado de Dámaso Lopez Núñez, “El Licenciado”, uno de los supuestos sucesores de El Chapo, detenido el pasado 2 de mayo.
¿Qué molestó a los rivales de El Licenciado que están dentro del propio cartel de Sinaloa? La entrevista con el “enviado” del Licenciado desvelaba lo que ya muchos suponían: la excisión del poderoso cartel de Sinaloa después de la detención de El Chapo.
Insisto, algo no les gustó a los “Chapitos”, es decir, a Iván, Alfredo y su tío Aureliano sucesores de El Chapo, enfrentados con El Licenciado. El día de la publicación, hombres armados compraron masivamente los ejemplares de Riodoce para evitar su difusión. La censura impuesta por los matones jugó un papel importante en el asesinato de Javier.
La excisión del cartel de Sinaloa, va más allá porque después de la detención de El Licenciado, los estadounidenses revelaron que él estaba ya concretando una alianza con el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Aunado a todo esta reestructura del Cártel de Sinaloa hay que añadir la narcopolítica, la implicación del Estado mexicano en la ejecución de Javier Valdez. Los supuestos vínculos de políticos y funcionarios del gobernador panista Quirino Ordaz Coppel ya han sido difundidos. La sospecha que cayó sobre Quirino, luego de la fuga de reos del cártel de Sinaloa, nadie se la quita.
La narcopolítica también asesinó a Javier Valdez. La penetración del narco en las más altas esferas de los gobiernos en México se ha vuelto tan cotidiana que ya ni siquiera es noticia.
Las líneas de investigación del asesinato de nuestro compañero no deben descartar lo anterior, pero el fiscal general de Sinaloa, Juan José Ríos Estavillo se llena la boca diciendo que la ejecución de Javier pudo ser producto del robo de su auto 2012 y muchos volvemos a ver la intención de los gobiernos estatales de desviar la atención del verdadero móvil que ha aniquilado la vida de dos compañeros corresponsales del periódico La Jornada , donde también colaboro, en menos de mes y medio.
La muerte ha lastimado a uno de los mejores periódicos de México. El dolor y la tristeza, recorren los pasillos de la redacción de La Jornada dirigido con valentía y entrega por Carmen Lira. El cruel asesinato de Miroslava y Javier han manchado de sangre al mejor periodismo. Y nosotros no dejaremos de exigir justicia.
Ser periodista libre, critico e independiente en México se ha convertido en una sentencia de muerte. Sabemos que algunos estamos en la “lista de la muerte”. A veces, sentimos su nauseabundo olor acercarse. La escuchamos resoplar al oído. Convivimos con la muerte. Allí está en cada amenaza que sufrimos, en cada llamada intimatoria, en cada allanamiento, en cada persecución.
Desde que asesinaron a Javier mucha gente me ha llamado o escrito para pedirme que me cuide. ¿Cómo podemos cuidarnos? ¿A dónde acudimos en caso de emergencia? ¿A quien le pedimos ayuda?…. ¿A la policía que esta coludida con el crimen organizado? ¿Al ejercito que se ha convertido en un ejercito traidor que voltea sus armas contra civiles y ejecuta extrajudicialmente, tortura y desaparece? ¿A la Marina, cuyos nexos con el narcotráfico son públicos?…
Los periodistas que hemos decidido contar la verdad, la ominosa realidad que va dejando esta estela de dolor y sufrimiento con 200 mil muertos, más de 30 mil desaparecidos, un millón y medio de desplazados, 40 mil huérfanos, sabemos que estamos solos.
La sociedad mexicana no ha logrado entender que cada vez que se mata a un periodista, se mata un pedazo de democracia. Cada vez que se silencia a un periodista perdemos todos un trozo de libertad de expresión. Cada vez que se agrede a un medio de comunicación se lastima una porción de libertad de prensa, del derecho a la información que todos los mexicanos deben gozar y que se esta vulnerando con esta matanza indiscriminada de compañeros.
No es fácil ver pasar los cadáveres de colegas y amigos entrañables. No es fácil vivir como vivimos. No es fácil vivir con la zozobra, con el miedo que no paraliza, pero no deja dormir. No es fácil tener descolgado el teléfono de casa desde hace dos años. No es fácil ver el coche que te sigue. No es fácil salir de casa pensando que ese abrazo, ese beso que das, puede ser el último. No es fácil vivir pensando ¿quién será el siguiente?…
México no puede seguir por este camino. Los necesitamos a ustedes. Necesitamos que los ciudadanos alcen la voz, que protesten con nosotros, que salgan a la calle a exigir justicia, que dejen el sillón de confort, que dejen de pensar que el cambio llegará de Los Pinos. Necesitamos su mano, su sostén, su apoyo. No nos dejen solos. Solos no somos nada, juntos seremos invencibles para cambiar este país. Nosotros nos jugamos la vida, ¿qué más quieren?
Cada vez que mis hijos me ven llorar por un compañero asesinado, saben que también lloro por los hijos de mis compañeros, por esos huérfanos de la prensa, por todos los huérfanos de esta guerra fratricida, por esta barbarie que parece no tener fin. Y ellos, mis hijos, saben que también pueden llegar a serlo, saben que se pueden quedar sin madre.
A eso hemos llegado. A ejercer el periodismo como un destino manifiesto hacia la muerte.
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