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El último disparo de Hemingway explicado a través de su cerebro

13/05/2017 - 12:03 am

En la madrugada del 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway abrió la bodega del sótano donde guardaba sus armas, cogió su escopeta favorita ‒una Boss calibre doce‒, subió las escaleras hasta el vestíbulo de la entrada principal de su casa, le colocó dos balas al arma, se la puso en la boca y apretó el gatillo.

Por Alejandro Gamero

Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).- Dos días antes se le había dado el alta de la Clínica Mayo, donde recibió terapia por electrochoque y donde había sido ingresado por riesgo a cometer suicidio. Su depresión psicótica no solo no había remitido con el tratamiento sino que había ido a más: en sus crisis paranoides Ernest afirmaba que sus movimientos eran vigilados por el FBI.

Todo apuntaba a que el trágico final era inevitable. Una mañana de abril de ese mismo año la mujer de Hemingway, Mary, encontró al escritor en la cocina sosteniendo una escopeta.

La explicación más común ofrecida por los biógrafos para el final de Hemingway es la combinación de depresión maníaca ‒trastorno bipolar‒ y acoholismo ‒posiblemente como consecuencia de sus problemas mentales‒. Es la explicación que recoge, por ejemplo, Chris Martin en Ernest Hemingway: a psychological autopsy of a suicide. 

La enfermedad fue diagnosticada en sus últimos años de vida, pero todo parece indicar que la sufrió toda su vida. Se podría hablar también de negligencia médica, porque el tratamiento que recibió, terapia de electrochoque, solo hizo agravar su situación. En sus últimos días pasó de pesar 120 a 50 kilos y además le produjo pérdidas de memoria, algo terrible para cualquier escritor pero especialmente devastador en el caso de Hemingway, que le llevó a verse a sí mismo como un guerrero vencido. En una de sus últimas cartas afirmaba que no soportaba vivir en este mundo convertido en un estorbo.

Otra posible explicación que se le da al trágico final del autor es una enfermedad genética denominada hemocromatosis, que consiste en la incapacidad para metabolizar el hierro, lo que termina provocando un severo deterioro físico y mental. Este problema podría explicar el suicidio del padre de Ernest en 1928 y el historial de suicidios de la estirpe de Hemingway: sus hermanos Ursula y Leicester en 1966 y en 1982 respectivamente y su nieta, la modelo y actriz Margaux, en 1996. De hecho, el comportamiento de Ernest en sus últimos años fue similar al de su padre antes de cometer el suicidio y los registros médicos confirman que al autor se le había diagnosticado hemocromatosis a principios de 1961.

Además tenía otros problemas como diabetes y hay quien apunta que incluso podría haber padecido algún tipo de cáncer o de leucemia. A todo lo que habría que añadir una vida turbulenta y trepidante, que acabó pasándole factura en forma de numerosos traumatismos encéfalocraneanos.

Las lesiones y traumatismos en la cabeza fueron frecuentes y fatales a lo largo de la existencia de Hemingway. Estas innumerables conmociones provocaron daños acumulativos en el cerebro del escritor, que al llegar a los cincuenta años eran ya irreparables. A través de cartas, testimonios y otros registros, Farah ha documentado al menos nueve grandes conmociones cerebrales en la vida de Hemingway, desde golpes jugando al fútbol o practicando boxeo ‒la encefalopatía traumática crónica es habitual en las personas que practican de forma continuada deportes de contacto‒, hasta su participación en las dos guerras mundiales o sus accidentes ya sea en coche o los dos accidentes aéreos sucesivos, lo que le provocó fracturas de cráneo e hizo que el líquido cefalorraquídeo se le saliera por la oreja.

EL CEREBRO DE HEMINGWAY

Un nuevo libro, El cerebro de Hemingway, del psiquiatra estadounidense Andrew Farah apunta precisamente en esta última dirección. Según Farah Hemingway la clave del suicidio del escritor sería que este padeció encefalopatía traumática crónica, una enfermedad neurodegenerativa producida por la presencia de lesiones cerebrales traumáticas repetitivas que puede acabar provocando trastornos afectivos y síntomas psicóticos, inestabilidad social, comportamiento errático, pérdida de la memoria, demencia, problemas en el habla, cefaleas, vértigos, depresión o Parkinson. Muchos de los síntomas que padeció Hemingway en sus últimos años de vida.

El diagnóstico de Farah explica el comportamiento de Hemingway en su última década de vida: irracional, irritable, impaciente, violento y, lo peor de todo, incapaz de escribir.   Así lo confirmó su amigo el escritor A. E. Hotchner, que viajó a Cuba para ayudar a Ernest a recortar y organizar lo que acabaría siendo El verano peligroso. Según Hotchner, Hemingway parecía "extraordinariamente indeciso, desorganizado y confuso".

No es que Farah señale que la encefalopatía traumática crónica sea la única causa del suicidio de Hemingway, pero defiende que desde luego fue un factor determinante. Es cierto que hoy en día esta enfermedad solo se puede diagnosticar una vez que la persona ha fallecido porque requiere un minucioso análisis del tejido cerebral muerto, por lo que afirmar que Ernest tuvo esta dolencia no deja de ser una especulación sin base científica concluyente. Sin embargo, actualmente se está trabajando para poder desarrollar métodos que permitan diagnosticar esta enfermedad en vida y es posible que si Hemingway hubiera vivido en nuestros días se habría diagnosticado su enfermedad con más precisión y le habría dado un tratamiento más eficaz. Teniendo en cuenta que el daño era cerebral, el tratamiento de electrochoque que recibió no solo fue inútil sino que solo sirvió para añadir más estrés a un paciente que tenía un problema en la estructura de su cerebro.

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