Alejandro Páez Varela
10/04/2017 - 12:05 am
El último clavo en el ataúd
Y así, si ella se mantiene hasta 2018, la presidencia de Barrales será –aunque no sea del todo su culpa– la de la administración de la tragedia. El próximo año, es probable, por primera vez en su historia irá con un candidato que no es miembro del partido (Mancera) a la contienda Presidencial. Y a partir de allí, si los cálculos no fallan, el PRD empezará a pelear los niveles de votos del Partido Verde, de Nueva Alianza. Y a partir de allí, esa fuerza que aspiró a gobernar México será un satélite de otras: ayudará a cargar el fiel de la balanza, dependiendo quién ofrezca más.
Las granadas cayeron al mismo tiempo junto a Alejandra Barrales, y ella no pudo hacerle frente a las dos. Entonces se sentó en una de ellas: el escándalo por el departamento de Miami, no declarado, con valor de casi un millón de dólares.
Sabía desde mediados de marzo que el equipo de Univisión traía información que la comprometía, porque los reporteros mismos le habían preguntado, como es su obligación, sobre sus hallazgos en Florida. El 17 de marzo, ella envió al Instituto Mexicano para la Competitividad AC (IMCO) una extraña carta en la que decía que “se hizo de mi conocimiento” que su declaración era “inexacta” y como no queriendo la cosa, sumaba en su 3de3 el departamento de Miami.
Más o menos a las 6 de la tarde (tiempo de la capital del país) del 20 de marzo, el sitio de Univisión Investiga soltó la bomba en Estados Unidos y minutos después (6:29 de la tarde), la soltó SinEmbargo en México. Fue entonces que Barrales tomó el casco y se sentó sobre la granada de su patrimonio personal en duda.
El 21 de marzo se dedicó a tratar de defenderse. Unas veinte entrevistas dio, incluso en la mañana del 22.
Pero la otra granada tronó. Era la granada del Senado de la República. Esa misma semana, los senadores perredistas tomaron la decisión de dejar la bancada. Y el 28 por la tarde lo anunciaron.
Así, el de la Revolución Democrática en el Senado se convirtió en uno más entre los partidos satélite. Ocho senadores le quedaron. Se le fueron doce. Y son ocho senadores en el PRD porque Alejandra Barrales misma se regresó al Senado. Para hacerlo, tuvo que aceptar a Dolores Padierna como líder de su mini-bancada. Sin ella, sin Barrales, el PRD empataría en siete con el Partido Verde.
Ahora es el Partido del Trabajo la tercera bancada. PT por decir algo, porque en realidad es Morena la que está allí. Son 16 senadores y casi todos apoyan a AMLO y aunque no todos irán a Morena, una parte importante sí.
El PRD tiene cuatro gubernaturas: Ciudad de México, Michoacán, Morelos y Tabasco. En 2018 salen Miguel Ángel Mancera, Graco Ramírez y Arturo Núñez. Lo más probable, no se sabe todavía, es que entreguen el mando a un opositor.
Y así, si ella se mantiene hasta 2018, la presidencia de Barrales será –aunque no sea del todo su culpa– la de la administración de la tragedia. El próximo año, es probable, por primera vez en su historia irá con un candidato que no es miembro del partido (Mancera) a la contienda Presidencial. Y a partir de allí, si los cálculos no fallan, el PRD empezará a pelear los niveles de votos del Partido Verde, de Nueva Alianza. Y a partir de allí, esa fuerza que aspiró a gobernar México será un satélite de otras: ayudará a cargar el fiel de la balanza, dependiendo quién ofrezca más.
Y así, en 2019, cuando cumple exactamente 30 años de su fundación, el PRD llegará despojado de sangre y vida, de futuro y esperanza, y será otro barco de piratas, esos a los que la “democracia” mexicana deja que asalten uno o dos puertos al año sólo para darles vida artificial.
Era imposible, hay que aceptarlo, que Alejandra Barrales detuviera la sangría en el PRD, que se cocinó con “Los Chuchos”, con su entrega al Gobierno de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, el nombramiento mismo de Barrales vino de la ceguera: llegó para garantizar que Mancera tendría la candidatura presidencial de 2018 y sus padrinos cerraron los ojos a la otra realidad –a la otra urgencia–: detener la fuerza centrífuga que hace añicos al PRD.
Hay una ceguera generalizada en el PRD, padece. Mezclada con soberbia.
Ayer, por ejemplo, la secretaria general, Beatriz Mojica, dijo que la de Edomex “va a ser un a campaña cuerpo a cuerpo, porque las encuestas marcan un empate”. Marcan empate, sí, pero entre Josefina, Delfina y Del Mazo. Zepeda, su candidato, no está empatado. Está muy lejos, abajo, en cuarto lugar. Ceguera y soberbia. Y Barrales habla de “unidad”; que la “militancia está animada y la gente está puesta”; que “el PRD es más que esas diferencias”. Ceguera y soberbia.
El PRD acaba de sufrir una pérdida terrible en el Senado; los dirigentes hablan de un PRD que no es real.
Ceguera más soberbia, parece, dan igual a fantasía.
No creo que el PRD tenga el valor de lanzar a Alejandra Barrales para la Ciudad de México en 2018. No lo creo, pero no lo descarto. Si es así, si es ella la que va, entonces sí es casi inevitable decir que la tragedia de esa fuerza de izquierda empezó con “Los Chuchos”, pero fueron los manceristas los que metieron el último clavo en el ataúd.
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