Ejidatarios de la comunidad del Cerro La Gloria, situado en Monclova, Coahuila, denunciaron que un grupo inmobiliario los despojó de sus tierras. Les dijo que serían beneficiados por un programa para el campo. Fue así que lograron el acceso, cercaron todo el cerro y se apropiaron del lugar.
Por Jesús Peña
Ciudad de México/Monclova, 5 de marzo (SinEmbargo/Vanguardia).– Una familia de inmobiliarios, engañó a la comunidad del Cerro La Gloria de Monclova, de que serían beneficiados por un programa para el campo. Fue así que lograron el acceso, cercaron todo el cerro, amenazaron a los ejidatarios y se apropiaron del lugar.
Como si el cerro fuera de ellos, como si de ellos fueran las tierras. Que era un programa del Gobierno estatal, se inventaron, mintieron a los campesinos.
Y apenas se sintieron los amos y señores del cerro, se dieron gusto tumbando chozas, quemando corrales, robando y matando los animales de los comuneros, como los forajidos en las viejas películas del oeste, como los caciques de los cuentos de Edmundo Valadés.
Invadieron, se apropiaron del cerro, 3 mil 500 hectáreas, ocho cañones de puro agostadero, y la gente que se joda.
“Que nos iban a sacar a la verga de aquí, dijeron: ‘¿se salen?, o los vamos a sacar a chingar a su madre. A güevo’”.
Y los sacaron.
Cuenta Antonio de la Cruz Valdez, el líder de los comuneros y posesionario del Cerro La Gloria, en Monclova, Coahuila.
–¿Cómo ellos entraron aquí?
–No pos dijeron que era un programa de gobierno que nos traían. Que iban a dividir las pastas de los animales. Puro pedo. Les pregunté ‘¿quién metió el programa?’, y pos no, nunca supieron decirme. Uno inocente, no sabíamos ni qué. Estábamos ciegos y pos… sorpresa.
Eran los hermanos Arturo y Alfredo González Palma, propietarios de una mentada inmobiliaria Amistad Bienes Raíces, de Monclova.
Pero entonces acá nadie los conocía, nadie sabía que existían ni los había visto.
La gente del cerro vivía muy paz y muy a gusto.
“Encantados. Mi papá llegó aquí en los cincuentas [del siglo pasado] y aquí nos crecimos. Todo muy bonito”, dice Rosa Morales, una comunera.
El día que los González Palma empezaron con lo de sus cercas de alambre de púas, que pusieron portones con candado por todos los cañones del cerro, se agarraron a repartir llaves a los campesinos como queriendo disimular, como queriendo despistar, como queriendo hacerse los buenasalmas.
“Después cambiaron drásticamente. Se pusieron agresivos y cada que nos mirábamos era pleito. Nos decían que nos iban a sacar a cómo fuera lugar, porque ellos habían comprado. Querían aparentar que esto estaba solo para poderlo reclamar, por eso venían y hacían sus desmadres, para que la gente se desesperara y se salieran”, dice Antonio de la Cruz, el líder de los comuneros.
Ya luego siguieron con la lata de las firmas, que “fírmele aquí”, que “fírmele acá”, según ellos pa que las gentes de La Gloria los dejaran andar libres todo el monte.
Hasta otro día que van poniendo tapones de tierra, con sus máquinas, en las pasadas de los ranchos y ya no dejaron entrar a nadie.
Los sacaron a la mala.
“No sabíamos ni qué estaba pasando porque nunca se presentaron ellos aquí a hablar con nosotros ni nada”, dice Antonio de la Cruz.
Entonces las pilas de los comuneros se secaron y sus animales, sus chivas, sus yeguas, sus vacas, se murieron de sed.
Lo del dichoso programa ese de las cercas del gobierno, había sido nomás que una treta, un engaño, una farsa.
Al último los González Palma salieron con que el cerro era de ellos, que ellos lo habían comprado, dijeron, sin enseñar ningún papel, ninguna firma, nada.
Y empezó el tumbadero y el destripadero.
Tres años hace ya de eso.
Don Luis Morales, 70 años, 27 de vivir en el cerro, fue uno de los primeros.
A él los hermanos González Palma le taparon los caminos con zanjas, le demolieron su rancho, le mataron sus gallinas, le metieron unos perros, de esos malos, en el corral de los marranos para que mataran a sus marranos, y se los mataron; le envenenaron cuatro vacas y un borrego y le degollaron a sus tres cachorros, ahí nomás, en la enramada.
Entraron cuando don Luis no estaba.
“A uno se le hace fácil meter un animal. Teníamos unas chivas hermosas, unas chivas pintas, mire... qué hermosas. Unas vacas hermosas. Hace poquito compré cuatro marranos finos, a uno le gusta un chicharroncito fresco. Nomás jallamos el destripadero. Hasta se me enfermó la mujer”, dice don Luis.
Y dice que “ya estoy hasta aquí”, tocándose la frente, que ya no halla qué hacer con los González Palma.
“Le dije ‘mire Palma, venga por favor aquí. Nos vamos a echar unos frititos y una coquita, punto por punto. Yo no voy a pelear ni voy a sacar la pistola pa tirarle de balazos, siéntese, siéntese y vamos a platicar’. Nunca vino. Le digo que a mí me han hecho la vida de cuadritos. El señor González Palma me la ha hecho de cuadritos…”.
Y no es al único, 35 familias que antes habitaban en las profundidades del Cerro La Gloria, prefirieron irse por miedo.
“Ya no volvimos por miedo. También nos tienen amenazados, ¿cómo vamos a entrar?”.
Dice Maximino Rodríguez, otro de los comuneros.
Hacía tiempo que don Maximino se había ido a otro pueblo, lejos de La Gloria.
Cuando quiso regresar al cerro encontró su rancho derrumbado, sus jacales, sus corrales hechos escombros, basura, y su pila, más seca que el desierto.
Sus caballos y sus yeguas habían desaparecido.
Y Maximino ya no volvió más, por miedo.
Le gustaba el cerro, el pasto, vivir ahí.
Sólo unos pocos, los que habían nacido en el Cerro La Gloria, los que siempre habían vivido allí, los que no tenían pa donde jalar, se quedaron, a pesar de los pesares.
Doña Rosa Morales no se fue ni porque una tarde encontró el corral de las chivas, con las chivas, incendiándose, en llamaradas.
Un señor de nombre Braulio Reyna, que trabaja para los señores González Palma, le prendió lumbre desde su moto y arrancó.
El hermano de Rosa, que andaba en alto del cerro con sus cabras, lo miró, pero no pudo alcanzarlo.
Llegaron los bomberos y hasta la televisión llegó.
Nada se pudo hacer.
Del corral y las chivas quedó la pura ceniza, puras cenizas quedaron, dice Rosa.
Pero aun así Rosa no se fue, no se va.
-¿Ustedes no se daban cuenta que les quemaban el corral?
-No, es que nos tantean.
En una de esas tanteadas, que Rosa acompañó a su hermano al Seguro Social, los hombres de los González Palma aprovecharon para entrar en su choza y se robaron todo: los tanques de gas se robaron, los botes de la leche, los aceros, los machetes, todo.
Dejaron limpio el cuartito.
Rosa dice que ya está harta.
Un día le tiran el agua de la pila, otro, caen con gendarmes en su rancho para espantarla.
“Me dicen, ‘sálganse de aí. Andan haciendo males en las tierras de nosotros’, les digo ‘¿cuáles males?, estamos trabajando’. Oiga pos tanta cosa. Somos gente pacífica, mis hermanos no son de pleito”, dice.
No contentos con eso, los hermanos González Palma, le pusieron a Rosa, y a la mayoría de las familias que vivían en el Cerro La Gloria, una demanda por despojo y daños patrimoniales, así le pusieron.
-¿Cómo llegaron con ustedes?
-Empezaron con las firmas ‘fírmeme y fírmeme’, pa decir que les prestaba uno aquí. Eso era todos los días. Mi hermano decía ‘ah cómo friegan’.
Rogelio Smith, sesenta y tantos, 32 de vivir en el cerro, mejor vendió sus 115 chivas, antes de que se les mataran, antes de que se le murieran de sed, antes de que se le quedaran ganchadas por las chiches en las alambradas de púas que mandaron poner los González Palma en los límites de su ranchito, con jacal de adobe y corral.
Ya le habían robado a Rogelio su rifle y el freno de su caballo que… prefirió madrugarles.
Él había llegado al cerro como tantos.
“Dije ‘pos aquí me voy a posesionar’, pa meter una chivitas, unas gallinas”.
Pasó el tiempo y se fue quedando, se fue quedado, hasta que se vino la bronca.
“Te imaginas, haces mucho sacrificio para tener lo que tienes y luego que nomás de volada va uno o dos y te dicen ‘¿sabes qué?, aquí es mío’, ‘oye, pero pérate’, ‘No. Te vas a ir’. Nos afectaron de a madre esos señores”, dice Rogelio.
Y dice que todavía le queda en el cerro una chiva, una yegua y la burra pinta colorada en la que salía a cuidar sus cabras.
Del rancho de don Rafael González, otro campesino avecindado en el Cerro La Gloria, no dejaron ni señas.
Derribaron su tejabán, se robaron puertas y ventanas, una planta de luz, una estufa, unas mesas y hasta el asador que estaba enterrado se llevaron.
Lo despelucaron.
“Todo se llevaron. Fue una represalia”, dice Rafael.
Lo primero que uno ve cuando llega al Cerro La Gloria, por el Cañón del Magueyoso, son los restos del jacal de Juan Pedro Guerrero.
Hace algunas semanas que Pedro se quedó sin casa, después que vino la máquina de los González Palma y arrasó de tajo con sus dos cuartos de carrizo y lámina.
Destrozaron su corral, le tumbaron sus gallineros y le robaron sus chivas, 10.
Ese día, Pedro, que además de ser campesino es obrero en AHMSA, andaba trabajando.
Ya cuando terminó turno, que regresó a su rancho, encontró todo devastado.
Parecía como si por el rancho hubiera pasado un huracán, un ciclón, la cama de Pedro en medio del monte.
Lo único que le quedó fue su mascota, Pancho, un palomo domesticado.
“Aquí tenía las chivas y las gallinas, vea cómo me dejaron el corral. Antes no se llevaron mi palomo”, dice.
Desde entonces Pedro va por el cerro con su machete sin filo a la espalda, por si las moscas.
“Nos han matao ganao, robao, pero vamos a hacer que nos paguen todo esos daños que nos han hecho”.
-¿Y su familia?
-Se tuvo que ir, mi mujer se tuvo que ir con los niños. Con estas violencias no puedo. Nos destruyen, nos roban animales, nos matan animales ¿Te imaginas?, no está el hombre de la casa, van a agarrar a la familia, a la mujer, a los niños.
Una de las últimas de los hermanos González Palma ocurrió la tarde del 13 de febrero.
A Antonio de la Cruz Valdez, el líder de los comuneros y posesionario del Cerro La Gloria, le llamó una vecina para avisarle que unos hombres en máquinas andaban rondando su rancho.
“Yo estaba arriando unos animales para arriba de la sierra. Como la compañera había oído que yo quería sembrar aquí, me habló, que si yo traía las máquinas esas, le digo ‘no’ y dice ‘pos andan en tu rancho’”.
Bajando de la sierra Antonio y otro de los comuneros toparon con una cuadrilla de hombres, serían unos ocho o 10, tres o cuatro camiones de volteo con logotipos del Ayuntamiento de Monclova, una retroexcavadora y una máquina de esas que les dicen pata de cabra.
De la casa y los corrales de Antonio habían quedado sólo derribos.
“Chingos de años de trabajo y en un ratito estos güeyes me demolieron todo. Los enfrento, les digo que qué andan haciendo allá adentro y me dicen que a ellos les mandaron demoler, que son trabajadores”.
Discutieron, se insultaron, hasta que de plano se armó la bronca.
“Nos liamos a golpes ahí, pero como ellos eran muchos, no pude. Entre dos me tumbaron, me empezaron a patalear y los demás a tirarme piedras. El compañero que iba conmigo se metió y me quitó a uno de ellos, entonces logré pararme. Traté de defenderme como pude, ellos dijeron que no querían problemas conmigo y les dije ‘está bien, retírense’. Ya no podía ni respirar, donde me dieron una pedrada en las costillas. Lo que quería era que se fueran”.
A las 6:00 de la de tarde cayó en el cerro un piquete de policías municipales.
Iban sobre Antonio y el otro comunero.
“Uno de los compañeros que estaban aquí cerca le habla a la policía y la policía entró hasta acá, pero no a ayudarnos, venía por nosotros, nos andaba correteando y pos nos tuvimos que subir para la sierra, porque aparte de que iba lastimado, si me agarraba la policía me iba a poner otra chinga más”.
Serían las 11:00 de noche cuando Antonio bajó de la sierra.
Tenía dos costillas rotas y una rodilla lastimada.
Entonces los comuneros del Cerro La Gloria se presentaron a la autoridad: que ya estaban cansados, dijeron, de que los hermanos González Palma les tumbaran sus chozas, les robaran sus bienes, les quemaran sus corrales, les mataran su ganado.
No pasó nada.
“Ya estamos enterados que ellos quieren vender las tierras a unas personas americanas, quieren hacer cabañas y todo eso, como turismo. Si ellos fueran los dueños pueden hacer lo que quieran, pero no son. Los dueños somos nosotros”, dice Antonio.
-¿Denunciaron ustedes?
-Nos defendimos por la vía legal con demandas, que esas demandas siguen congeladas, no proceden. Hay muchos intereses personales, las demandas nos las tienen bloqueadas.
-¿Su mujer, sus hijos qué dicen?
-Ellos tienen miedo ya quieren que deje esto por la paz, pero ellos no sienten lo que yo por el campo. Yo aquí me muero.
EL DUEÑO DEL PREDIO
José Juan Flores Hernández, es el único y verdadero dueño de las tres mil 500 hectáreas, con sus siete cañones, que conforman el Cerro La Gloria, en Monclova.
Así se consigna en una serie de escrituras y planos que datan de finales del siglo XlX y principios del XX, y a la que Vanguardia tuvo acceso.
Dichos documentos están inscritos en el Registro Agrario Nacional y el Registro Público de la Propiedad.
“Estos predios siempre han sido de mis abuelos, de mis padres, desde 1877. Aquí está un inventario de todas las escrituras que tenemos, los derechos de agostadero y todo" dice Juan Flores.
Don Juan, quien además de ser el albacea y heredero universal de este predio, tiene lazos de parentesco con la mayoría de los comuneros del Cerro La Gloria, asegura que esta propiedad nunca ha sido vendida.
“O sea son puros cuentos de los señores González Palma, se los demostramos con documentos en la mano, planos y todo. No venemos encuerados. Cada escritura está certificada, aquí no hay con que no es”, dice.
Y señala que ya está en pláticas con los posesionarios del cerro, a fin de llegar a un arreglo razonable sobre el precio de los terrenos.
INMOBILIARIA NIEGA ACUSACIONES
Por su parte José Arturo González Palma, propietario de Amistad Bienes Raíces, en Monclova, se declaró legítimo propietario de cinco polígonos situados en un lugar que llamó La Cieneguilla y que según él fue invadido desde octubre por un grupo de personas que se dicen comuneros.
“Nosotros somos dueños de estas tierras. Son cinco propiedades, una de ellas la adquirimos hace 10 años, a través de un notario público, todo legalmente, no hay nada que podamos estar escondiendo”, dijo.
-¿Estamos hablando de tres mil 500 hectáreas?
- Claro que no, no sé de qué están hablando, nosotros somos dueños de cinco polígonos y no llegan ni a las 500 hectáreas.
González Palma denunció que cada vez que se presenta en su propiedad, los llamados comuneros se acercan para agredirlo y ya han golpeado a varios de sus trabajadores.
“Contrariamente a lo que ellos están dictando ahí, que nosotros los estamos agrediendo. La orden que tienen mis trabajadores es que si encuentran a esa gente dentro de mi propiedad, que ni los confronten, porque es gente que ha causado problemas, no nomás ahí, sino en otras comunidades de Monclova”.
Comentó que en el último incidente, mientras su personal reparaba una cerca que habían dañado los comuneros, se aparecieron tres individuos armados y luego de la confrontación vinieron los golpes.
“Casi, casi había muertos ahí en ese momento. Uno de mis trabajadores fue lesionado con una navaja en la pierna en varias ocasiones y está reportado en el Ministerio Público, está presentada una denuncia penal en contra de esta gente por daños”, dijo Arturo González.
Y cuando se le cuestionó en tormo a los dichos de los comuneros sobre los abusos cometidos por sus trabajadores, respondió que son mentiras.
“Claro que no, eso es mentira”.
-Oiga, que ustedes han tumbado jacales, quemado corrales y matado los animales de los comuneros...
-Es mentira.
La tierra en disputa:
3 mil 500 hectáreas de agostadero con sus siete cañones:
•Toro Prieto
•Cañón Largo
•Magueyoso
•Vereda Blanca
•Mezquite
•Carnero
•Los Osuna
Su flora:
•Nopal
•Sotol
•Orégano
•Savia
•Chaparro prieto
•Mezquite
•Pino
•Cedro
•Palmito
•Zacate
•Lechuguilla
•Maguey
Su fauna
•Puma
•Venado
•Coyote
•Oso
•Conejo
•Ardilla