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Antonio Calera

25/02/2017 - 12:03 am

Los sándwiches de Leonel Álvarez

Recuerdo que mi madre nos hacía un sándwich de vez en cuando a los hermanos Calera.

Recuerdo que mi madre nos hacía un sándwich de vez en cuando a los hermanos Calera. Foto: Cuartoscuro

Estudié en un colegio de gente acomodada de la clase media en el Estado de México. En este colegio era dado que los niños tuvieran o mucho dinero (según mi perspectiva) para ir a la tiendita del colegio o en su defecto un lunch copioso para la hora del recreo. Recuerdo que mi madre nos hacía un sándwich de vez en cuando a los hermanos Calera. Pero en realidad, era más usado que nos dieran un par de monedas para comprar algo en la cooperativa. La cooperativa tenía sendas filas y era complicado de pronto poder llegar en la media hora de receso a comprar algo y si lo lograbas te quedaba muy poco tiempo para engullirte ahí una dona, un churro o algunas papas. Era complicado. Si tú tenías buenas calificaciones no sé por qué así se veía, te invitaban a ti como niño a vender en la cooperativa durante un receso. Los niños que tenían ahí no eran buenos para dar cambio, entonces se enlongaba más la fila. Así empezó una tradición salvaje y violenta que era la del robo de loncheras para comer lo de otros. Al cabo de unos años (mi escuela era de estas típicas donde se acostumbraba que tú te quedabas estudiando ahí toda tu vida, yo estudié ahí desde primero de kínder garden hasta acabar la secundaria), después de mucho tiempo de conocernos nos dimos cuenta que había algunos compañeros que tenían unos desayunos completos en las loncheras. Tenían esas loncheras de la marca Aladín que estaban de moda en el Estado de México. Había loncheras de Hulk, de Scoby Doo, de Hello Kitty; también usaban calquier tupperwer que empezaba a pulular en el mundo. De pronto nos dimos cuenta que se escondía un jugo en el termo, una torta o un par de tortas y además un postre. Entonces, uno de los blancos se abrió contra El tortas Álvarez. Unos minutos antes de que sonara la chicharra para salir al recreo, alguien se encargaba de deslizar la lonchera de Álvarez que se guardaba debajo de los pupitres hacia atrás y así hasta que llegaba al último asiento. Alguien sacaba el lunch, repartía el botín y se le regresaba la lonchera vacía al individuo hurtado. Bueno, se atacaba a tortas Álvarez porque se veía que su mamá se preocupaba y dedicaba bastante tiempo en preparar sus alimentos. Este tortas Álvarez, en realidad no era que su madre tuviera una gran mano, una gran muñeca para cocinar, quiero decir, era una torta muy sencilla y también muy extraña. Era una torta con frijoles refritos, rebanadas de queso amarillo y una especie de relish o de pepinillos agridulces y mostaza. Pero bueno, el error en todo caso desgraciadamente lo cometió él al brindarnos mordidas de vez en cuando de su torta porque nos dimos cuenta que su torta, al tener un sabor muy distinto al nuestro, pues nos gustaba. Debo decir que solamente lo hice una vez y me sentí muy apenado. Después fui testigo de cómo una y otra vez fue robada esa lonchera. El tortas Álvarez primero se ofendió, se quejó. Se quedó sin comer su torta un recreo, dos recreos, tres recreos hasta que de pronto avisó a los coordinadores y la cosa fue creciendo hasta que fueron llamados varios cabecillas del complot de hurta loncheras; conversaron con sus padres y los encararon tanto a los hurtadores como a El tortas y sus padres para decir que esto tenía que parar. Y como son las cosas en el llamado ahora bullyng escolar, pues los más fuertes, los más hijos de puta, los más cabrones lo siguieron haciendo hasta que Álvarez decidió hacer tortas que ya no tuvieran ningún sentido, tortas que sólo le gustaban a él, entonces su lunch era muy extraños, él sí lo comía pero que ya no gustaban tanto. Aún así, los malhoras continuaron con el hurto. Una vez, al escuchar que se deslizaba la lonchera, Álvarez se volteó y le dijo al de atrás que pasara la voz, esperó tortas Álvarez con mucha paciencia a que la gente hubiera perpetrado la primera mordida, que hubiera hincado el diente a la torta de dudosa calidad y soltó la frase lapidaria. Con un tono seco dijo: díganle a todos los que están comiendo mi torta, que tiene caca de gato. Y bueno, la gente nunca más le volvió a robar las tortas al Tortas Álvarez

(capítulo 2 de la misma nota)

El tortas Camacho era célebre por llevar dos tortas en una misma bolsa. Éstas iban bien cubiertas en servilletas y dispuestas una al lado de la otra con perfecta economía. No sobraba espacio en la bolsa y él las guardaba en su mochila, no llevaba lonchera para evitar hurtos. Tenía siempre una torta de huevo con mostaza y una de mermelada de fresa. Al principio de los años se le veía en una esquina a El tortas Camacho (que era un tipo regordete) saborear de principio a fin primero su torta salada y luego su torta dulce; pero luego al parecer harto ya de su menú que nunca cambiaba, empezó a darnos mordidas de sus tortas. La gente primero se abalanzaba muy fuerte, me acuerdo que El tortas Camacho ponía los dedos en la punta de su torta para que tu mordida no fuera muy grotesca, muy gandalla, entonces tú, por miedo a morderlo pudieras comer poquito, así te iba dando. Después ya no se fijó tanto en eso, era prácticamente que te invitaba a comer la mitad de la torta. Yo me imagino que él pasó por grandes depresiones porque se ve que le dijo a su madre si le hacía una torta distinta y ella no lo hico. Él ya no quería tortas. Entonces te cambiaba tu torta por lo que tuvieras. Eso que tú tuvieras era cualquier cosa. Empezó a intercambiar sus tortas por anillos de futbol americano, por cualquier dulce de la cooperativa y la gente lo hizo así durante mucho tiempo. El tortas Camacho jamás volvió a comer de sus tortas, se ve que harto ya de la torta de huevo frío y de mermelada de fresa, llegó a un grado donde ya no sólo llevaba un par de tortas, sino que llevaba dos tortas de huevo y dos tortas de mermelada para poderlas cambiar. Entonces se convirtió como una especie de tiendita, de intercambio de productos en donde él se quedaba en el salón, no salía al recreo y se iba llenando de muchos objetos. Tuvo que ser frenado en su espíritu comercial de capitalista salvaje porque al final nos enteraríamos ya llevaba varias tortas. Yo no sé cómo lo hacía, si las preparaba él o su madre. Tampoco recuerdo que esas tortas hubieran sido magnificas, pero él ya llevaba seis o siete tortas para hacerse de bufandas, chalecos, maquinitas electrónicas, juguetes de peluche que después también cambiaba por otros objetos. Ya la torta había quedado muchísimo muy atrás. Llegó a un nivel de sofisticación en donde él comía lo mejor de la cooperativa. De pronto se le veía comer molletes con salsa verde que eran caros. Se le veía comer nachos, que acababan de llegar; por cierto, no conocíamos los nachos en esa zona del Estado de México pero de pronto nos dimos cuenta que había ahí un queso amarillo echando burbujas en un contenedor con totopos y era muy caro el nacho, una sofisticación grande. Entonces a él sí se le veía comiendo esos nachos o una torta de pierna que era ya como la exquisitez que solamente los profesores comían. Bueno, ahí fue truncado su emporio por los mismos profesores que se dieron cuenta que perdía más tiempo en su empresa que en estudiar.

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