Óscar de la Borbolla
06/02/2017 - 12:00 am
Trump vs la esperanza
La esperanza es un sentimiento que va y viene, aunque a veces se va por mucho tiempo. No es un bien ni un mal que poseamos de modo permanente. Y me refiero a ella con esta doble calificación, pues tener esperanza no siempre es bueno como muchos se empeñan en creer. De hecho, el esperanzado […]
La esperanza es un sentimiento que va y viene, aunque a veces se va por mucho tiempo. No es un bien ni un mal que poseamos de modo permanente. Y me refiero a ella con esta doble calificación, pues tener esperanza no siempre es bueno como muchos se empeñan en creer. De hecho, el esperanzado y el escéptico pueden comportarse exactamente igual, quiero decir que la mucha fe en que algo sucederá y la radical desesperanza pueden provocar la parálisis: en unos porque hagan o no hagan lo que esperan vendrá, y en otros porque hagan o dejen de hacer de cualquier forma no vendrá. Quien espera con total convicción y quien no espera nada ocupan el mismo asiento en la inactividad.
El optimismo y el pesimismo extremos son caras de la misma moneda. La fe en que Dios proveerá o en el curso fatal de la dialéctica (como la razón que rige los procesos históricos) o la certeza de que hay un destino cifrado en la posición de los astros equivale, en sus consecuencias, a la postura de quienes están del otro lado de la calle: la de quienes se sienten impotentes frente a la inercia de las cosas. Unos y otros, por razones contrarias, se abandonan en la indolencia y, por ello, a unos hay que recordarles el evangélico consejo de "ayúdate que yo te ayudaré"; a otros, el voluntarismo a la Che Guevara, y a los astrólogos hay que dejarlos en su creencia simplemente dedicándoles una sonrisa...
Por otra lado, entendemos que sin esperanza la persona vive convencida de la esterilidad de su acción y, por tanto, no actúa. Sabemos que hace falta esperar para que alguien se anime a moverse. ¿Será, entonces, que la esperanza es buena o mala dependiendo de su magnitud? ¿Que la mucha esperanza trae las mismas consecuencias que la desesperanza? No. No es la cantidad de esperanza, sino en dónde se deposita, de qué fuerza pensamos que viene aquello que esperamos, qué o quién es lo que lo traerá hasta nosotros.
Pienso que el único depositario de nuestra esperanza para que esta no se convierta en factor de inmovilidad es uno mismo, que para que la esperanza sea un acicate que nos haga actuar debemos ponerla en nosotros, incluso, cada quien en sí mismo.
Dividamos en dos el universo como decía Papini: "Yo y el resto". Si en el resto -dios, la razón histórica, los demás, el gobierno, mi papá, etc.- es donde deposito mi esperanza, esta se convierte en una silla, en una poltrona, en un camastro donde pasivamente me siento a esperar a que otro traiga lo que yo quiero, necesito o es urgente. Es uno mismo de quien cabe esperar y en donde -me choca esta palabra- debe ponerse la esperanza.
Pero ¿qué pasa si uno no confía en uno?, pues pasa lo que ha ocurrido siempre: la esperanza se pone en otro o -lo que viene a resultar lo mismo- no se tiene ninguna esperanza. En ambos casos se inscribe uno en las filas de la inacción.
Sin embargo, ¿cómo confiar en uno si la bravucona edad de la inexperiencia adolescente ha quedado atrás?, ¿cómo, si uno sabe que, aunque pueda mucho, no puede contra el mundo? Extrememos estas preguntas: ¿puede Edipo confiar en él mismo? ¿Cómo depositar en uno mismo la esperanza si cualquiera que sea la cara del destino: las circunstancias, la propia capacidad, la suerte, los imponderables con los que cada quien tropieza están ahí combinados y la vida de cada quien es, en el mejor de los casos, una negociación con eso?
No lo sé. Lo que sí sé es que la única esperanza buena es la que nos hace creer que lo que deseamos, lo que esperamos, vendrá sólo causado por nosotros.
@oscardelaborbol
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