Peniley Ramírez Fernández
01/02/2017 - 12:00 am
América para los trumpianos
“Nosotros, los ciudadanos de América, ahora estamos unidos en un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y restaurar su promesa para todo nuestro pueblo. Juntos, determinaremos el curso de América y el mundo en los próximos años”. La frase que antecede abrió el discurso pronunciado por Donald Trump durante su toma de posesión, el […]
“Nosotros, los ciudadanos de América, ahora estamos unidos en un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y restaurar su promesa para todo nuestro pueblo. Juntos, determinaremos el curso de América y el mundo en los próximos años”.
La frase que antecede abrió el discurso pronunciado por Donald Trump durante su toma de posesión, el 20 de enero. Contiene una visión que Estados Unidos ha proclamado al mundo desde el siglo XIX y se resume en la frase “América para los americanos”, que significó, de facto, “América para los estadounidenses”, corazón de la doctrina Monroe, el manual que ha regido su política exterior.
A diferencia de esta doctrina y las palabras de Trump en su discurso inaugural, sus primeros días en el cargo han sido un rosario de prácticas que contradicen este discurso y lo que Estados Unidos ha sido en sus relaciones internacionales durante su historia como potencia mundial.
A simple vista, y a juzgar por sus órdenes ejecutivas, el anuncio de un muro en la frontera con México y el veto a siete países de mayoría musulmana, parecería que el magnate de bienes raíces desconoce cómo funcionan los mercados en un mundo globalizado y cuáles son los antecedentes de estrategia geopolítica estadounidense, que hicieron poderosa la oficina oval desde donde ahora despacha.
Sin embargo, la prensa estadounidense ha comenzado a encontrar pistas que permiten cuestionar si realmente se trata de la reescritura de la doctrina, no ya desde los intereses expansivos de un país, sino desde la cuidadosa selección de un Presidente que aún es, al mismo tiempo, un hombre de negocios.
Desde su campaña, Trump ha manifestado un efervescente discurso proteccionista, con el que ha criticado la intervención de Estados Unidos en Siria y ha dicho que su país debería gastar menos “ayudando” en el extranjero y más en su propio territorio.
Este discurso parece ignorar cómo su propio país consiguió territorios, manejó las vidas de miles de seres humanos alrededor del mundo y con eso obtuvo, para sus propios habitantes, un estatus de superioridad económica que no han logrado otros países del continente, con excepción de Canadá.
El crecimiento de la economía estadounidense durante el siglo XX no se explicaría sin la intervención en conflictos bélicos en otros continentes. Desde la primera guerra mundial, que permitió a los proveedores de Estados Unidos vender material bélico, alimentos, y otorgar préstamos a los países aliados mediante bancos de ese país, hasta las guerras estadounidenses en Iraq desde 1991, cuyos últimos objetivos son el control estratégico del precio del petróleo en la región más rica del mundo en el hidrocarburo.
A diferencia del discurso de Trump -que encontró eco en una mayoría de población rural blanca, de clase media y baja, de acuerdo con las encuestas de salida de la elección presidencial- la intervención estadounidense en otros territorios del mundo, como Egipto, Siria o Nicaragua, no fue una decisión filantrópica para malgastar dinero de sus autoridades, a pesar de que sus discursos fuesen encaminados a la búsqueda de la democracia o al combate a la violación de los derechos humanos.
Como muchos analistas, historiadores y periodistas han demostrado desde el siglo XIX, cada incursión estadounidense ha cumplido objetivos geopolíticos y económicos concretos, medibles hacia la economía interior de Estados Unidos o hacia el crecimiento de grandes compañías de ese país, como los fabricantes de armas o las petroleras.
Pero quizá este discurso no tenga ancla únicamente en un proteccionismo demagogo, parte del éxito de la carrera política del multimillonario, sino en otros objetivos, más del ámbito de sus propias finanzas.
Como ejemplo, este fin de semana la prensa estadounidense destacó cómo la administración Trump había excluido del veto de los países musulmanes a Arabia Saudita y Turquía, países donde su conglomerado Trump tiene intereses comerciales. Estos países, según un artículo del diario The Washington Post, están entre otros donde también existe una población de mayoría musulmana y han aumentado recientemente las organizaciones terroristas.
Inexplicablemente, el veto impuesto por Trump a siete países con mayoría musulmana ignoró la lista de naciones donde han muerto más estadounidenses en los últimos años, según datos recopilados por CNN, como la propia Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Egipto y Líbano.
En México, al anuncio del muro sobrevino un agregado respecto a que el financiamiento podría venir de recortes, o cancelación, de la Iniciativa Mérida, un programa de “ayuda” en el combate al narcotráfico que significará hasta 2019 un aporte estadounidense de 2 mil 500 millones de dólares.
La medida hasta ahora no parece que será concretada, pero el mero planteamiento de su cancelación también resulta inexplicable, dado que la cifra de ayuda significa apenas un 10 por ciento de lo que costaría el muro. En cambio, como ha sido documentado por la prensa de ambos países, la Iniciativa ha sido utilizada por las agencias estadounidenses, en la última década, para canjearse un acceso vital para obtener información de seguridad nacional e interna mexicana.
En ese periodo, al amparo de la Iniciativa se instalaron centros de fusión de agencias estadounidenses en varias ciudades mexicanas, incluso agentes de la agencia antidrogas de ese país (DEA, por sus siglas en inglés), tenían su propio escritorio durante el sexenio de Felipe Calderón en las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR), para revisar directamente expedientes de investigación de fiscales mexicanos.
Más allá de las ocurrencias, las crisis diplomáticas y las peleas binacionales en Twitter, en los próximos meses, bien vale mirar atentamente cuáles son los intereses económicos detrás de este nuevo orden geopolítico que se aleja de los principios que han regido a las autoridades estadounidenses durante los últimos dos siglos.
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