Sergio Saldaña Zorrilla
27/12/2016 - 12:00 am
Las cuatro décadas perdidas de la economía mexicana
Desde su inicio, el actual modelo económico mexicano ha sido una trampa de subdesarrollo. Tenemos 35 años con un modelo económico que ha desmantelado nuestra industria nacional y nos ha empobrecido. Estamos a la mitad de la cuarta década de fracasos económicos en México y sin embargo el staff de economistas en el poder sigue […]
Desde su inicio, el actual modelo económico mexicano ha sido una trampa de subdesarrollo. Tenemos 35 años con un modelo económico que ha desmantelado nuestra industria nacional y nos ha empobrecido. Estamos a la mitad de la cuarta década de fracasos económicos en México y sin embargo el staff de economistas en el poder sigue sosteniendo este modelo con un cinismo silencioso, ya sin argumentos.
En sus inicios, el actual modelo económico se introdujo disfrazado de medidas temporales para salir de las crisis económicas. Las medidas monetaristas de ajuste de los años ochenta quizás hayan sido justificables. Las crisis de 1976, 1982 y 1985 demandaban la corrección de los grandes desequilibrios de la economía mexicana (el incontrolable déficit comercial y el elevado déficit público, principalmente). Por eso los hacedores de política económica mexicana de esa década optaron por medidas predominantemente monetaristas (maniobrando principalmente con la oferta monetaria, tasas de interés, etc.). El gran defecto de ese tipo de medidas es que si se sostienen por mucho tiempo, el resultado es la contracción de la tasa de crecimiento económico de largo plazo: justamente lo que nos ha ocurrido.
No era necesario cambiar de modelo. Es mentira que se haya agotado el llamado desarrollo estabilizador (gracias al cual se creció sostenidamente a tasas de casi 4% anual entre 1950 y 1980). Sólo había que implementarlo responsablemente. Lo que desestabilizó la economía mexicana fue la imprudencia en el manejo de las políticas monetaria y fiscal de los años setenta, llevando al país a una severa y prolongada crisis en 1982. Una vez cometidos esos errores, claro que había que estabilizar la rampante inflación de la década de los años ochenta y abatir la inmanejable deuda externa que la imprudencia antes mencionada originó. Por ello es comprensible que se haya aplicado una política de choque. Solamente que las medidas de choque debían durar por tan sólo un tiempo razonable: dos o tres años. En lugar de ello, las medidas de choque, siempre contractivas, se han prolongado hasta hoy. Por su parte, la participación del Estado en la economía fue reduciéndose: primero, liquidaron casi todas las empresas públicas, luego el Estado se arrinconó a sí mismo para fungir como tan sólo un regulador de la actividad económica, y hoy ya ni eso: el Estado mexicano hoy es un cliente más de intereses de particulares, en su mayoría empresas y gobiernos extranjeros. Una vez instalado este modelo monetarista, se añadió una reestructuración de la economía mexicana orientada hacia la apertura comercial: grosso error.
Por eso, pasamos de un modelo de desarrollo estabilizador al actual modelo de subdesarrollo desestabilizador. Lo anterior no quiere decir que debamos regresar a exactamente el mismo modelo económico; quiere decir que debemos identificar los factores de éxito del pasado para adaptarlos a las circunstancias actuales toda vez que el actual modelo es un rotundo fracaso para la mayoría de los mexicanos.
El Gráfico de arriba representa las tasas de crecimiento per cápita anual de la economía mexicana de 1960 al 2015, del cual podemos observar que:
La tasa de crecimiento económico per cápita de México viene en descenso. Durante el período 1960-2015, esta tasa promedio anual ha sido del 1.8%. Sin embargo, si subdividimos el período, observamos que en el periodo 1960-1981 la tasa de crecimiento es del 3.75%, mientras que en el periodo 1982-2015 es de tan sólo 0.58%. Como si se tratara de dos países distintos, el comportamiento de esta tasa de crecimiento entre un período y otro es muy marcado.
Ni estabilidad ni crecimiento. En la política económica existe la disyuntiva clásica de que, con el objetivo de estabilizar la economía se sacrifica un poco de crecimiento económico y viceversa. Sin embargo, en el caso de México, durante los últimas cuatro décadas no ha habido ni un crecimiento económico significativo ni ha habido una estabilidad en lo que verdaderamente importa, que es el ingreso per cápita –y el bienestar social en el fondo. La estabilidad macroeconómica de las últimas décadas es tan sólo un mito que se nos sigue vendiendo y que tan sólo los tontos compran, pues el crecimiento económico per cápita de los últimos 35 años es más volátil que nunca antes, con una desviación estándar de casi el doble respecto de los 20 años previos.
La venta de empresas del sector público debilitó la economía mexicana. El periodo 1982-2015 se caracteriza por el desmantelamiento de las empresas propiedad del Estado mexicano. La creación de esas empresas tenía una fuerte razón de ser: generar gasto público productivo por medio del aumento de la inversión, del aumento en la disponibilidad de insumos para la industria nacional, generación de eslabones productivos y fuente de ingresos públicos[1]. En esencia, las empresas públicas tenían la virtud de actuar como instrumentos contracíclicos y como pivotes de la industrialización. Al privatizarse estas empresas (por medio de, además, procesos de venta infestados de corrupción), se desarmó al Estado mexicano para echar mano de su política fiscal para enfrentar cualquier crisis. El colmo de la privatización ha sido la reciente entrega de Petróleos Mexicanos a empresas extranjeras como parte de la reciente Reforma Energética, con lo cual el Estado mexicano ha entregado el control del sector energético a empresas y gobiernos extranjeros y con ello el país ha perdido gran parte de su soberanía.
La liberalización comercial empobreció a la mayoría de los mexicanos. La liberalización comercial por sí misma no es causa de pobreza, pero en el caso de México, que la realizó sin estrategia, sí lo ha sido. El ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en 1985 fue el primer paso de esa apertura. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue el paso siguiente, que en la práctica nos convirtió en parque de ensamble barato de, principalmente, las empresas de los Estados Unidos de América (EUA). Ello generó un aparente crecimiento económico (aparente porque sólo infló el componente de exportaciones netas de la demanda agregada). Sin embargo, el costo del desmantelamiento productivo nacional ha tenido un elevadísimo costo económico para la mayoría de los mexicanos, lo cual se refleja en que la pobreza se duplicó desde la entrada en vigor del TLCAN, al pasar del 31% en 1994 al 62% en 2015, mientras que el crecimiento económico per cápita sólo aumentó un mediocre 1% durante ese periodo.[2]
Estamos cerrando 2016 con niveles de deuda pública que representan el 50% del Producto Interno Bruto (PIB), con una depreciación del peso mexicano frente al dólar americano del 40% respecto de un año atrás, con un rampante incremento de tasas de interés y sin una sola estrategia de salida. La economía mexicana está coyunturalmente mal y estructuralmente muy mal. Las actuales autoridades económicas del país no sólo tienen un enfoque erróneo, sino además están bajo el mando de políticos sumamente corruptos: combinación catastrófica.
Si no inician las transformaciones hoy mismo, el daño para la economía mexicana de los siguientes años podría ser muy grave -pues sus impactos son no lineales y sus interacciones se expanden inciertamente hacia el futuro. Necesitamos cambiar de modelo económico y de clase política, pues son males que se apoyan mutuamente.
Twitter: @SergioSaldanaZ
[1] Salvo en los casos donde las empresas públicas cayeron en manos de funcionarios y políticos corruptos que llevaron a números rojos en no pocas ocasiones a algunas de estas empresas. En todo caso, lo que falló ahí fue la honradez, no el modelo.
[2] Banco Mundial (2016). Estadísticas BIRF-AIF. Consulta on-line, 20 de diciembre de 2016.
Szekely y Lustig (1997). México: Evolución económica, pobreza y desigualdad. Banco Interamericano de Desarrollo. Washington, DC.
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