Adrián López Ortiz
16/12/2016 - 8:00 am
El valor de los medios II
El valor de los medios de comunicación en un sistema democrático radica en su capacidad para construir junto al ciudadano una mejor comunidad. Ser el vehículo para el máximo ejercicio posible del Acceso a la información, la libertad de prensa y, en un sentido más amplio, la libertad de expresión como derecho humano. En la […]
El valor de los medios de comunicación en un sistema democrático radica en su capacidad para construir junto al ciudadano una mejor comunidad. Ser el vehículo para el máximo ejercicio posible del Acceso a la información, la libertad de prensa y, en un sentido más amplio, la libertad de expresión como derecho humano.
En la entrega anterior planteé que la industria mexicana enfrenta serios obstáculos para cumplir con esa función pública, tanto en lo externo como en lo interno. Desde ambas perspectivas los medios se encuentran en un mal equilibrio con consecuencias concretas peligrosas.
EL MIEDO
Los problemas externos más graves son la presión desde el poder político y el crimen organizado, sobre todo cuando estos se mimetizan; la impunidad generalizada por la omisión gubernamental; y la falta de un marco regulatorio moderno en materia de publicidad oficial.
El efecto combinado de estos tres factores es terrible: medios y periodistas trabajan a la intemperie. No cuentan con ninguna garantía real de prevención ante agresiones o de impartición de justicia una vez que se convierten en víctimas del delito. Lo sabes hasta que lo sufres: la indefensión es absoluta.
El problema es mundial, desde los conflictos armados en medio oriente y las confrontaciones étnicas en África, hasta la censura impuesta desde las dictaduras latinoamericanas, los periodistas están cada vez más inseguros y sufren cada vez más agresiones.
Pero México no es país en guerra (en teoría), sin embargo, según el Dr. Medardo Tapia, sí sufre uno de los niveles más altos de victimización por violencia en el mundo.
En México, si tuviste la “mala suerte” de ser agredido en lo físico, lo emocional o lo patrimonial, tu condición de víctima se verá agravada por la corrupción, la simulación y la ineptitud de las autoridades. Incluso por los mismos medios.
El periodismo profesional no es inmune. Todo lo contrario, pues en el carácter público de su función, se ve obligado a pagar altos costos personales y patrimoniales para afrontar una situación de riesgo o victimización. Ahí el vergonzoso caso de Sergio Aguayo demandado por daño moral por el inefable Humberto Moreira.
Toda esa explicación se resume en una palabra: miedo.
En México los periodistas tienen miedo. Un miedo que no necesariamente es manifiesto, pero que encarna en la excesiva precaución, la auto-censura, la huida o la renuncia. De acuerdo con el informe más reciente de Artículo 19, en México se agrede a un periodista cada 23 horas. Es más de uno por día. Sí –repito- uno por día. ¡Y no pasa nada! Por eso el sentimiento de desprotección es permanente: ¿cómo evitar qué me pase algo?, ¿Y después?
El miedo evita que el periodista haga su trabajo. Que las redacciones se concentren. Que haya periodismo.
El SILENCIO
Desde la perspectiva interna los problemas son más graves. La alta dependencia de la publicidad oficial y la falta de mecanismos institucionales para la transparencia y rendición de cuentas frente a las audiencias, ocasiona un efecto perverso en la industria y la calidad del contenido que se produce/comunica
Me explico: si la capacidad para pagar la nómina proviene de un cheque emitido por una dependencia pública o de la cuenta personal de algún poderoso, la independencia (el primer requisito del periodismo) desaparece.
Y si sumamos la carencia de capacitación técnica y especializada en temas como políticas públicas o derechos humanos; la cuasi nula innovación en plataformas, formatos narrativos y contenidos, lo que tenemos no es periodismo. Sino la cooptación de la agenda mediática por actores de poder (económico, político o violento) con intereses precisos.
Dicha cooptación nos lleva a la normalización del boletín oficial como noticia. El “contenido patrocinado” vuelto portada sin que el ciudadano lo sepa. El ocultamiento de ciertos temas incómodos. Todo con tal de sobrevivir. Esconder quien paga el contenido que los usuarios consumen no es “sembrar” temas en la agenda, como eufemísticamente se le llama. Es mentir, punto.
Ambos efectos no son aislados, hacen una sinergia perniciosa. Medios y periodistas mexicanos saben perfecto cuáles temas tocar y cuáles no. Qué se puede decir y qué está prohibido. Es una libertad selectiva. Lo he escuchado en decenas de reuniones con compañeros: hay temas que mejor no trato… Sé que nuestra nómina se resuelve en Los Pinos.
LA AGENDA
En el torbellino global de la digitalización que arrastra a los medios, pareciera demasiado por resolver. Como si reinventar el modelo organizacional y de negocio no fuera lo suficientemente difícil, en México y muchos otras democracias hay que considerar también mejores mecanismos sobre publicidad oficial para los medios y sobre seguridad para los periodistas.
Por eso la opción segura, que no fácil, es decirle que sí al poder. Parcial o totalmente, claudicar ante el crimen organizado o el grupo político-económico en turno, es abandonar la mayor libertad que puede tener una institución periodística, el control del agenda setting o su línea editorial. Claudicar es decirle que sí a una agenda ajena: la agenda del miedo.
Una agenda que se convierte en la porción de realidad que otros quieren que se diga. Los medios decimos más con lo que no decimos (Álex Grijelmo).
Entiendo que el escenario es complejísimo. Que el camino no es claro. Que faltan recursos, aliados… ideas. Sobre todo si la sociedad no muestra mucho interés por defender a sus medios y periodistas. Es una pregunta que me hago casi a diario: ¿por qué nos dejan solos?
Tal vez ahí esté la respuesta.
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