Adrián López Ortiz
20/10/2016 - 12:00 am
Menos morbo y más humanidad
¿Qué nos pasa a los mexicanos?, ¿de qué tamaño tiene que ser la crisis para que dejemos el sillón y la apatía? Me explico: Hace casi tres semanas, cinco soldados fueron masacrados en una emboscada en Culiacán. La nota se volvió internacional y aún así, todavía no hay ningún detenido. Uno de los sobrevivientes concedió […]
¿Qué nos pasa a los mexicanos?, ¿de qué tamaño tiene que ser la crisis para que dejemos el sillón y la apatía?
Me explico:
Hace casi tres semanas, cinco soldados fueron masacrados en una emboscada en Culiacán. La nota se volvió internacional y aún así, todavía no hay ningún detenido. Uno de los sobrevivientes concedió entrevista a Denise Maerker. En algún momento el hombre rompe en llanto y reclama: "¿por qué la gente no denuncia?"
Esta semana, “manifestantes” del poblado de Paredones, Culiacán, bloquearon la calle frente al Congreso del Estado, para denunciar abusos del Ejército. “Nos exigen información que no tenemos”, decía una. “Nos ofrecieron 2 mil pesos por cabeza”, aceptaba otra.
En redes sociales he visto ambos bandos encendidos. Los que apoyan incondicionalmente la causa militar y llaman hasta a la venganza. Y los que ven en el Ejército al demonio y justifican que hayan sido asesinados. "Seguro algo debían", reza la estupidez popular.
El Ejército no es santo. Tampoco lo son el resto de las corporaciones policiales. Están ampliamente documentadas las violaciones flagrantes y sistemáticas de derechos humanos que cometen nuestras policías y militares. Tlatlaya, Tanhuato o Ayotzinapa son imposibles de minimizar. Pero cuidado, cuando les negamos el derecho legítimo al uso de la fuerza (que el estado les concede), estamos negando el estado de derecho y aceptando la Ley del Más Fuerte.
Tampoco podemos ser ingenuos, esa protesta perfectamente organizada en tan solo unos días habla de la ejecución precisa de un discurso contrario a la legalidad. En el mismo tenor, vemos como los hijos de Joaquín Guzmán han reiterado su deslinde de la emboscada a través de su abogado, al tiempo que consiguen portadas y espacios en horario estelar de televisión. Lo hemos visto antes, y seguimos cayendo en el juego.
Y aquí viene lo más interesante.
Durante la semana una niña de 3 años, Victoria Scarlet, murió tras resultar baleada en un asalto en Culiacán. Ayer, una maestra fue asesinada cuando se resistió a ser despojada de su auto. En Guamúchil, un comerciante fue asesinado también tras ser asaltado en su negocio. Tres cuerpos más han sido hallados en diferentes circunstancias con disparos o huellas de tortura. Con Mario López Valdez, el Gobernador del Movimiento, rondamos los 7 mil 500 asesinatos en el sexenio.
En Noroeste, el periódico donde trabajo, esas notas no recibieron ningún comentario masivo. A lo muchos algunas caritas tristes en Facebook. Es así desde hace mucho.
En cambio, y como suele ser con la causa animal, ayer denunciamos el caso de una perrita que fue quemada con aceite. Acudimos, reporteamos y denunciamos el abuso. Era un nota menor hasta que de pronto cerca de 100 mil personas vieron la historia en Facebook. Sobre ella se escribieron decenas de comentarios de una inusitada indignación. Sí, indignación, pero sobre todo, odio. Leí cosas absurdas como un llamado a quemar y empalar a la “bruja hija de la ch..” que la quemó.
Incluso, en algún momento, alguien inventó que la persona que cubrió la nota era quien la había quemado. De inmediato, nuestros activistas digitales se metieron a su perfil de Facebook, la acosaron, amenazaron e insultaron con la total certeza de que era la culpable. Tuvo que cerrar su perfil y Noroeste publicar una nota aclaratoria.
En fin, una historia menor sobre el abuso a un animal –repito: un animal- y con la simple intención de la denuncia, terminó en un caso mayúsculo de odio y acoso a un ser humano.
Y aquí atrevo la pregunta que no me deja dormir: ¿qué nos pasa? Ha visto usted a los sinaloenses salir a las calles a reclamar la situación de inseguridad, el vacío de autoridad, las violaciones a derechos humanos, la corrupción policial... Por supuesto que no. Es más fácil indignarse en Facebook contra el maltrato animal, mientras nos encerramos en cotos privados, activamos las alarmas y odiamos a los que están afuera.
Los ejemplos son sinaloenses pero sirven para ilustrar comportamientos nacionales. ¿Dónde la utilidad social de darle juego a historias como #LadyCoralina o #LadyOxxo? Los medios tenemos que preguntarnos dónde están nuestras agendas. Entre el oficialismo al que los obliga la dependencia de la publicidad oficial y la urgencia por ganar clicks, estamos haciendo héroes a los criminales, volviendo importante la banalidad y destruyendo lo poco que tenemos de “opinión pública”.
Sería iluso reclamar a los usuarios que sean haters. Entiendo que los mexicanos estemos muy enojados: el Gobierno, los empresarios, los periodistas. Nuestra clase política nos queda a deber todos los días y eso nos fascina: tenemos el chivo expiatorio perfecto. Así podemos culpar a Todos. Todos a quienes podamos endilgarles nuestra responsabilidad.
Pero sí puedo reclamarle a medios y periodistas lo qué hacemos. No para dejar de hacer periodismo, pero sí para que lo hagamos mejor. Para que definamos agendas de verdadera pertinencia e interés público. Para que innovemos y busquemos sobrevivir sin depender del Gobernador, del Presidente o de la sangre.
Nuestros gobernantes deben estar felices, mientras ellos delinquen y corrompen, los medios nos movemos entre la simulación-estupidez. Y nuestras audiencias con nosotros. La reflexión es para los que tomamos decisiones. Editores, directores y dueños de los medios mexicanos: necesitamos menos morbo y más humanidad.
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