Un fármaco defectuoso puede provocar que autoridades sanitarias y personas vacunadas se relajen, reduciendo la implementación o cumplimiento de medidas.
Por Ana Beatriz Micó
Ciudad de México, 31 de agosto (AS México).- Encontrar una vacuna que nos ayude a combatir la pandemia de la COVID-19, que ha causado más de 840 mil muertes en todo el mundo, se ha convertido en la prioridad de los científicos. Numerosas empresas se encuentran inmersas en desarrollar un fármaco eficaz y seguro en tiempo récord. De la misma forma, diversos países están deseosos de recibir las dosis.
En esta línea, Richard Peto, profesor de la Universidad de Oxford y asesor de la Organización Mundial de la Salud, asegura que la primera vacuna se compraría y usaría en todo el mundo aunque no fuera del todo eficaz: "Creo que hay una gran prisa, una prisa algo nacionalista y también una prisa algo capitalista, por ser absolutamente el primero en registrar una vacuna, y de hecho hará más difícil evaluar otras vacunas".
De hecho, en Estados Unidos el comisionario de la Administración de Alimentación y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), Stephen Hahn, afirmó en Financial Times que no descartan aprobar el uso de emergencia de la vacuna contra el coronavirus desarrollada por Oxford, antes incluso de que termine la fase 3 de ensayos.
EFECTOS SECUNDARIOS
Esta precipitación podría resultar contraproducente en la lucha contra la COVID-19. Porque, aunque es prometedora, la vacuna de Oxford / AstraZeneca aún se encuentra en las primeras etapas de desarrollo clínico. De momento, hemos podido ver información publicada sobre 1 mil 077 voluntarios sanos.
Recientemente, Joan Pons, enfermero español que había probado la vacuna de Oxford, contó en El programa de verano, de Telecinco, que no había tenido ningún efecto secundario. Por su parte, un 70 por ciento de las personas que participaron en el estudio desarrollaron fiebre o dolor de cabeza. Aunque no tuvieron complicaciones: "No han necesitado asistencia médica, se ha solucionado con un poco de Paracetamol".
Si bien estos efectos secundarios son relativamente comunes y no suelen suponer una amenaza, es importante comprender completamente todos los riesgos asociados con la vacuna y cómo pueden afectar a los diversos grupos vacunados. Por ejemplo, si un voluntario sano de 35 años presenta dolor de cabeza y fiebre un día después de la vacuna, es fácil relacionar los síntomas con la vacuna e ignorarlos. Pero ¿qué pasa con una persona de 80 años recién vacunada con problemas cardíacos? ¿Y si la fiebre acelera su pulso y le causa dolor en el pecho?
FALSA SENSACIÓN DE SEGURIDAD
El profesor Peto insiste en que “necesitamos una vacuna que funcione y la necesitamos pronto”, pero lo realmente importante es tener “pruebas bastante sólidas de eficacia”.
La semana pasada, el Grupo de Expertos en Ensayos de Vacunas Solidarias de la OMS, del que forma parte Peto, ya avisó en la revista médica The Lancet de que una vacuna deficiente sería peor que ninguna vacuna, especialmente porque las personas que la tuvieran pensarían que ya no corren peligro y detendrían el distanciamiento social: “El despliegue de una vacuna débilmente efectiva podría empeorar la pandemia de COVID-19 si las autoridades asumen erróneamente que causa una reducción sustancial del riesgo, o si las personas vacunadas creen erróneamente que son inmunes, reduciendo la implementación o el cumplimiento de las medidas”.
Por eso, instaron a todos los reguladores a ceñirse a la guía de la OMS, que dice que no debería aprobarse ninguna vacuna con una eficacia inferior al 30 por ciento. Recomienda, al menos un 50 por ciento de efectividad, pero permitiendo un 95 por ciento de precisión que podría significar un 30 por ciento en la práctica.