Esta semana fui víctima de un desajuste hormonal del demonio y me la pasé llorando por días. Decidí lanzarme al salón de belleza pensando que un corte de pelo me haría sentir mejor, pero el estilista, de costumbre coqueto y platicador, tuvo a mal decirme, en primer lugar, que me veía más gorda que la última vez y, en segundo, que ya debía de hacerme un niño. “¿Pues qué edad tienes ya?”, preguntó sin preguntar, “¿a qué estás esperando? ¿A que te salga malo?” Y como para enfatizar algún punto, en su rabia, me hizo un corte masculino y militar. ¿Puede eso pasar? ¿Si espero un rato el niño va a salirme “malo”? ¿Malo tipo qué? ¿Tipo Charlie Manson, tipo Stalin o tipo Skeletor? “Agárrate algún hombre que te guste y hazte un niño para que al menos tengas uno que te acompañe”. Diablos. No niños=soledad absoluta. Emergí del salón hecha una furia. Ahora resultaba que el estilista, en su calidad de vocero de la sociedad, tenía derecho a opinar acerca de mi reloj biológico.
De vuelta a casa estuve a punto de chocar más de una vez por intentar ver mi perturbadora virilidad en el espejo retrovisor. No merezco ya, a mi edad, ser bella y arrebatadora por que sí, sin tener la intención de “agarrarme algún hombre” y quedar impregnada. Si no quiero ser madre, hay algo antinatural en mí y más me valdría ser hombre o, al menos, salir de la carrera de las bellas mujeres de pelo femenino. Bah. Y el estilista no es el único que toma sobre sí la responsabilidad de devolverme al camino del bien: prácticamente cualquier persona tiene el derecho de hablar de eso, de preguntarte “inocentemente” si no quieres tener hijos mientras te miran de arriba abajo tratando de adivinar tu edad. Y hay una especie de juicio, como si yo fuera cruel hacia los niños no nacidos por no nacerlos. Sí, es posible ser una no-madre desnaturalizada. Bah de nuevo. La gente no sabe qué ha pasado con mi vida, cuáles eran mis planes, cuáles son mis problemas, mis aspiraciones, mis pasiones. Es un poco como preguntarle a una mujer gorda que para cuándo.
Las mujeres de mi generación, cuando tengo la desventura de toparme con alguna, están siempre muy interesadas en mis situaciones. Antes, les daba tristeza que no me hubiera casado. “Oh”, lloriqueaban con ojitos de basset hound, “ya te llegará”. ¿Que no tengo hijos? Doble y triple “oh”, y por parte de las más inexpertas, “ya te llegarán”, imaginando alguna cigüeña enfurruñada por tener que traer niños ya tan tarde en la vida.
Luego, en uno de los talleres que estaba impartiendo, me preguntaron en qué tenía mis (sí, en plural) maestrías o posgrados. Tener maestrías, no hacerlas o estudiarlas, tenerlas como se tiene a los niños, al menos tener una para que te acompañe. Diablos. No posgrados=no preparación. Pues… como soy escritora me dediqué a escribir. Levantamiento de cejas juzgativo. “Oh”, y aquí no hubo conmiseración ni ojitos de basset hound, “no sabía que se podía dar clases sin posgrado”. Puff… pues sí, ahora cualquier idiota sin hijos da clases. Perdón, cualquier inculta sin maestría se corta el pelo.
¿Qué pasa? ¿Dónde está la carrera? Esto me parece un rally en el que se tienen que ir recogiendo las banderas en cada estación para poder avanzar a la siguiente. O un juego de beisbol en el que para llegar a la tercera base tienes que pasar forzosamente por la primera y la segunda. ¿Cuándo se ha hecho suficiente? ¿Cuándo se es suficiente? ¿Y por qué nadie le da crédito a los espacios de en medio, al sendero que hay entre base y base? Y sí, es la maldita hormona que se alimenta del malviaje y me susurra, maliciosamente, que no debería de pretender enseñar, que estoy fea, gorda y vieja, o más bien, gracias al estilista, feo, gordo y viejo, que se me ha hecho tarde para todo y que no tengo nada. Ni hijos ni posgrados, bases aceptables en mi carrera como mujer y en mi carrera como escritora. Pero díganme, madres, ¿se posee realmente a los hijos? Y ¿se puede poseer el conocimiento? Bah. ¿A qué me he dedicado? A tenerme a mí misma. A recorrer mis senderos, que acaban en otras partes. No sé qué venga, si hijos o posgrados o nada, pero al menos quisiera cortarme el maldito pelo en paz.