No bailo. Nunca lo he hecho. Las múltiples mujeres que han querido llevarme a la pista (uy, sí) de seguro pensaron que era por petulancia o por mi incapacidad de aceptar el ridículo. Estaban equivocadas. En verdad, no Es que baile mal, es que no bailo. Mi cuerpo se niega a coordinarse con la música: en pocas palabras, no la siente. Y así, es imposible bailar. Tanto, que en un par de ocasiones he estado a la mitad de una pista, en medio de una multitud eufórica, y mis pies sólo se han movido hacia la salida.
Es triste, lo sé, no necesito de su condescendencia. Es tan triste que envidio a cualquiera que sí baile (la gran mayoría de las personas). Pero mi envidia no obedece a la pericia técnica que puedan tener, en mayor o menor medida, las personas que se lanzan corriendo a abrir pista ante los primeros acordes. Mi envidia se despierta por su capacidad de abandono: una mezcla de ese algo que articula a su cuerpo con la música y del componente mágico que permite volverlos anejos a la fiesta. A cambio, me veo obligado a ser un espectador. Y eso tiene sus ventajas.
Sin embargo, sueño con el día en que durante una boda, por ejemplo, elijan las siguientes canciones; con ellas yo me puedo abandonar. Supongo además que, entonces, ninguna de las muchísimas mujeres que ha querido bailar conmigo trataría de sacarme a la pista. Aunque quién sabe, nunca faltará quien se anime.
1. Glósoli. Sigur Ros.
2. Time. Tom Waits. Cover de Tori Amos.
3. And no more shall we part. Nick Cave.
4. Amie. Damien Rice.
5. Alexandra leaving. Leonard Cohen.
6. Things behind the sun. Nick Drake.
7. The Wilhelm scream. James Blake.
8. Revenge. Sparklehorse. Tocada por Flaming Lips.
9. Everybody’s got to learn sometimes. Beck.
10. Ne me quites pas. Jacques Brel.
Lee y escribe. Lleva años conduciendo “La Tertulia” y muchos semestres dando clases a universitarios. Le queda claro, tras tantas palabras, que tiene pocas certezas. De ahí que se declare “Parcial y subjetivo”. Su novela más reciente es “Instrucciones para mudar un pueblo.