Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
31/07/2023 - 12:04 am
¿Por qué delira la oposición?
“A falta de espacios de pertenencia y escucha, no les quedará otra alternativa más que el delirio que ocasiona el no tener ya nada que esperar”.
La semana pasada cundió por varios medios y espacios de opinión la fantasía perversa de que el Presidente -a través de alguno de sus simpatizantes- atentaría físicamente contra la aspirante a candidata presidencial de la coalición opositora, Xóchitl Gálvez. Como fue narrado en este mismo portal por Fabrizio Mejía en su columna, a esta arenga se sumaron, sin que los desalentara el mínimo pudor, Joaquín López Dóriga, Raymundo Riva Palacio, Beatriz Pagés e incluso el presidente del PAN, Marko Cortés, que dijo en una entrevista: “Porque de verdad, Palacio Nacional genera violencia, provoca, y puede haber algún ofrecido, o puede haber algún mandado”.
La intención obvia de esta oleada de pánico simulado es la de reforzar la idea, tan consonante con el ideario opositor, de que el Gobierno de López Obrador no es solamente autoritario, sino de plano avasallador e incluso potencialmente asesino. “López Obrador está creando las condiciones objetivas para que asesinen a su inesperada adversaria”, escribió Riva Palacio en El Financiero. “AMLO crea condiciones para un magnicidio”, dice un titular de la revista Siempre!, dirigida por Beatriz Pagés. A ella, por cierto, se le identifica como la primera fuente que esparció este bulo, pues el primer registro de su mención se remonta a la edición de su revista del 7 de julio.
La andanada mediática de parte de los mismos de siempre no es tan desconcertante como el hecho de que algunos ciudadanos comunes, electores de a pie que votarían por la coalición opositora y que se emocionan ante la posibilidad de que la abandere una candidata como Gálvez, hayan sucumbido ante este espejismo.
El 14 de julio, la cuenta “Sociedad Civil México” convocó a una sala de audio (un “space” de Twitter) llamado “Todos somos Xóchitl, defensa de la privacidad, NO a la persecución política”. Hay que recordar que este mismo día el presidente López Obrador había mostrado en su conferencia matutina una tabla con los montos de los contratos gubernamentales y no gubernamentales firmados por la empresa de Xóchitl Gálvez. La conversación comenzó como una defensa de la privacidad de la senadora, y la denuncia de una supuesta persecución “con todo el aparato del poder” en contra de ella.
En medio de las expresiones de rechazo al acto “ilegal y autoritario” del Presidente, y de manifestaciones de solidaridad hacia la senadora, que atendía la reunión, la conversación empezó a subir de tono. Primero comenzaron las remembranzas de Manuel J. Clouthier, “Maquío” , el emblemático líder del PAN y candidato presidencial en 1988, muerto en un supuesto accidente automovilístico en 1989. Luego, externaron preocupaciones de que “algo pudiera pasarle” a la senadora. En algún momento, una usuaria con el nombre “Cosette” propone que se cree una cuenta bancaria “para que todos podamos colaborar para la seguridad de Xochitl”, y lo justifica así: “la verdad es que toda la gente con la que conversas ese es el tema, nos da terror, la queremos cuidar (…) Miles colaboraríamos económicamente para una camioneta blindada, para guaruras de primer nivel”. Con voz que no disimula la angustia, le recomienda a la senadora que ya no use su bicicleta y ”que no se suba a aviones que no conozca”. Un usuario que participa bajo la cuenta “Ciudadanos con Xochitl” toma el micrófono. Después de evocar sus recuerdos de Maquío caminando del brazo de Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra de Piedra, da el salto intempestivo de comparar a AMLO directamente con Hitler, pues ambos, según él, se deshacen de sus enemigos: “por eso estamos todos preocupados de la seguridad de Xóchitl, principalmente por lo que sucedió con ella pero por todos los periodistas, activistas y demás que ha matado (sic)”. El usuario anima entonces a las personas que lo escuchan a “poner el grito fuerte afuera, porque si no, resulta que no la manda matar él (AMLO), perdón por usar esas palabras, ahora la moda es que de pronto fue la delincuencia organizada”.
No seguiré citando la retahíla de participaciones delirantes en las que derivó el foro y que, hacia las 2 horas de iniciado, hacían imposible seguirlo escuchando. Lo cierto es que la ilusión del potencial atentado contra Xóchitl Gálvez es anterior a las arengas de López Dóriga y Riva Palacio -no, en cambio, a las de Pagés-, y parece tener un eco natural entre los ciudadanos opositores ajenos a los círculos rojos partidistas. La pregunta inevitable es: ¿por qué, en lugar de imaginar una campaña triunfante y de empeñarse en ella, los opositores prefieren abrazar la idea de que una desgracia incitada por un Presidente maligno se interpondrá entre ellos y su anhelo de recuperar el gobierno que perdieron hace cinco años?
El fenómeno seguramente no tiene una explicación única, y textos como el de Mejía Madrid ya nos han adelantado algunas; en gran parte, se trata de la intención de hacer remontar la preferencia por la virtual candidata opositora, ante los resultados de los careos de julio que le daban una amarga desventaja ante cualquier posible candidatura de Morena, incluyendo la remota y casi risible posibilidad de que esa candidatura la llevara “el Güero” Velasco.
Sin embargo, habría que considerar por qué estos mismos delirios no se dan entre las filas obradoristas, incluso en una contienda interna en la que unos aspirantes aventajan abrumadoramente a otros. Dentro de Morena, ni siquiera los simpatizantes del aspirante con nulas probabilidades de ganar la encuesta se atreverían a aventurar un destino tan dramático para el contendiente al que apoyan. Me parece que esta diferencia entre la oposición y el obradorismo se explica por la propia vida política que lleva el votante común de la oposición en contraste con la que lleva el militante obradorista.
Específicamente, me refiero a que el obradorismo, ya sea como movimiento o desde las estructuras de su partido, se ha abocado a facultar ejercicios de democracia participativa que interpelan a todos, y especialmente a sus simpatizantes. Desde el obradorismo es que se han impulsado las consultas populares y la revocación de mandato, las consultas de presupuesto participativo, la elección de integrantes del Congreso Nacional -recordemos que en este ejercicio, que tuvo lugar hace un año, se afiliaron a Morena en sólo dos días más de tres millones de personas. Por si fuera poco, se abrió a una encuesta abierta la contienda interna por la candidatura presidencial y se convocó -y se sigue convocando- a la elaboración colectiva de un Proyecto de Nación para el próximo sexenio. Además de estas convocatorias formales, es común encontrar en el obradorismo cientos de organizaciones informales de personas que se reúnen periódicamente para realizar actividades de difusión, análisis, discusión y, en suma, de formación política.
Esta efervescencia no existe dentro de las filas de la oposición. Ni las plataformas partidistas ni las ciudadanas parecen convocar activamente a los votantes de la alianza opositora a diseñar propuestas, a escuchar a otros o a imaginar un futuro colectivo. Estas labores, en la medida en la que se han realizado, corren únicamente a cargo de las cúpulas partidistas, sin involucrar a los ciudadanos, a los que sólo buscan utilitariamente cuando necesitan su voto. Los ciudadanos, a su vez, reciprocan este desprecio al no identificarse con ninguno de los partidos ni sus plataformas ideológicas -no las tienen-, y los usan únicamente como la herramienta para acceder a una boleta donde marcar el nombre de alguien que no sea de Morena.
La percepción de que en México hay mayor participación política de los ciudadanos comunes no es una ilusión. La Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) de 2020 registra los siguientes porcentajes de respuesta a la pregunta “¿Qué tan satisfecho está con la democracia que tenemos hoy en México?”: Muy satisfecho 11.8 por ciento; Algo satisfecho 40.9 por ciento; Poco satisfecho 31.3 por ciento; Nada Satisfecho 15.5 por ciento. El contraste con las respuestas a la misma pregunta en la Encuesta Nacional de Cultura Política (ENCUP) de 2012 es acusado: Muy satisfecho 6.01 por ciento; Satisfecho 24.10 por ciento; Ni satisfecho ni insatisfecho, me da igual 17.85 por ciento; Poco satisfecho 34.46 por ciento; Nada satisfecho 16.61 por ciento. Este incremento en la satisfacción de los ciudadanos con la democracia que viven no puede desasociarse de un contexto en el que la aprobación actual del gobierno ronda, según encuestas recientes, el 80 por ciento.
Aunque los partidos de la oposición seguirán culpando a AMLO de su fracaso, ideando escenarios catastróficos implausibles, y seguirán explicando los altos niveles de aprobación del Gobierno como un efecto de “el fanatismo” de la base social obradorista, quizá una explicación más realista, y por lo tanto, más útil para salir de su marasmo sea esta: que para reconectar con los votantes no les basta una figura carismática y simpaticona, sino que requieren abrir espacios para que sus propios electores se sientan escuchados y tomados en cuenta. De otro modo, a falta de espacios de pertenencia y escucha, no les quedará otra alternativa más que el delirio que ocasiona el no tener ya nada que esperar.
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