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Julieta Cardona

31/03/2018 - 12:27 pm

365 días es un mundo

Lawrence Durrell escribió que “una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes”. Y yo por eso me fui de la Ciudad de México, ese monstruo hermoso cubierto de jacarandas, tlacoyos, calles supertransitadas, adolescentes con sueños indomables, prisa, artistas, sobrevivientes, gente buena. Me fui porque la amaba un montón y no sabía […]

Me tomó 365 días hablar sin coraje sobre los ciclos, los errores y los semáforos de la Ciudad de México, sentir el perdón, la verdad y la vida, saber los pedacitos de tiempo que somos cuando estamos con alguien o cuando estamos solos. Foto: Especial

Lawrence Durrell escribió que “una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes”. Y yo por eso me fui de la Ciudad de México, ese monstruo hermoso cubierto de jacarandas, tlacoyos, calles supertransitadas, adolescentes con sueños indomables, prisa, artistas, sobrevivientes, gente buena.

Me fui porque la amaba un montón y no sabía bien para dónde darle. Todas las direcciones parecían fuera de lugar, tal como ella y yo. Lo nuestro era algo sin salida, un laberinto hecho por alguien que no sabe de libertad. Pasa, ¿no?, que te despiertas, la miras un buen rato, incluso la tocas, pero ella no siente –porque los ángeles dormidos solo sienten el cielo, no las manos raspas–, así que la miras más de cerca y sonríes porque, pobre de ti, a pesar de tantos lloriqueos sigues muerta de amor.

Muerta de amor adentro de un rompecabezas sin cabeza. Pasa, ¿no?, que ella se despierta, te pone la mano en la cara –como reconociéndote– y te dice: No te vas por mí, ¿verdad? Pasa que le mientes: No, no me voy por ti. Pasan más cosas: que ella, al parecer, te cree, así que se ahorran una pelea tonta, te jala a la regadera para bañarse, besarse y manosearse bajo el agua, pero no solo eso, pasa que ella te lanza miradas de Podría estar contigo para siempre. Esa mujer te ama, te besa las piernas flacas y, en un acto de fe y también desasosiego, las abraza. Y tú la amas: te persigue ese desnivel en sus dientes, sus cejas tupidas, sus dedos chuecos, su impaciencia por saber cada minucia que alberga el universo.

Pero me fui hace un año, extendí el mapa y elegí el lugar más lejos. Me tomó 365 días hablar sin coraje sobre los ciclos, los errores y los semáforos de la Ciudad de México, sentir el perdón, la verdad y la vida, saber los pedacitos de tiempo que somos cuando estamos con alguien o cuando estamos solos. Me tomó 365 días saber que eso que llegaba de pronto y sin avisar era ella mandándome compresas de amor cálido.

Me fui para darme cuenta de que las respuestas no estaban en el fin del mundo sino en mí, aquí adentro, y que la mujer de mi vida no es mía, es de ella, y está bien si no está conmigo.

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