Poesía reunida de Antonio Deltoro: contemplación a contramano de la prisa

24/09/2016 - 12:03 am

“Todas las pasiones contemporáneas del hombre y también las cosmogónicas nadan en la ballena del idioma”

Ciudad de México, 24 de septiembre (SinEmbargo).- Ser,  partícula que es existir, que apunta al tiempo, que señala lo que acontece;  compleja molécula del lenguaje, que señala lo durativo,  da techumbre a la poética de Antonio Deltoro, que el poema acoja a todo lo que es.

Del huracán que es nuestro tiempo, el aporreo de esta edad vocinglera que empapela para guardar con desdén todo lo que llamamos cotidiano; del exabrupto reactivo de las emociones sin mesura, de todo esto han venido a guarecerse las cosas y acontecimientos habituales, lo amplio y lo  insigne  la pequeñez más certera y el ánimo robusto, la desmejora espiritual y el extrañar: su resguardo son los poemas de Antonio Deltoro, que aparecen en el libro Antonio Deltoro. Poesía reunida 1979-2014, editado por la Secretaría de Cultura.

Estar de pie oteando la vigilia, forjar en la espera la cacería, el poeta es un Ahab persiguiendo en el lenguaje su Moby Dick, así lo figura el poema “Ballena blanca”: No habrá ganancia, “no convertiré su furia en aceite y sí en trozos de vela que iluminen noches de tormenta”.

Porque aquí no habrá muerte como trofeo, sino su contrario “aunque con arpón prendidas al papel” la palabra seguirá nadando en las aguas del poema.

El alma de Moby Dick como la de los humanos de todos los mares, está hecha de profundidades demoníacas, aguas revueltas y negras, dice el poeta, nos parezca o no es un tesoro iridiscencias que se desprenden de las algas, conchas y mejillones que cabalgan en el lomo de la ballena, “todas las pasiones contemporáneas del hombre y también las cosmogónicas nadan en la ballena del idioma”.

Será de la batalla en solitario, contra el sueño, contra la cúspide de nombrar que aparezca el viso en el poema.

El pulso de la poesía de Antonio Deltoro va a contraflujo con la prisa. Foto: efe
El pulso de la poesía de Antonio Deltoro va a contraflujo con la prisa. Foto: efe

 EL MAR, POTENCIA DE TRASLACIÓN

El mar es una potencia de traslación y marca de tiempos, herencia e identidad en la poesía de Deltoro: “yo oí la palabra mar antes de conocer su sonido, yo vi el mar antes de bañarme en sus aguas, cuando por fin lo conocí ya lo llevaba”.

Por el mar se contagia el exilio de sus padres que va estrechando ese mar hasta volverlo un río y después un Esqueleto de agua. “el ángel y el demonio son lo mismo: agua”. Es la serpiente del eterno retorno “miro en la ciudad torres de mezquitas, alhambras y azoteas”. Si exilio es el navío entre dos mares todas las imágenes de otras sangres pueblan los sueños y convierten al poeta en forastero, cuyos “pasos sonaban a un idioma extranjero”.

Los padres son las sombras, las caligrafías heredadas, están presentes también en la nota sin escribir que va a plantarse en los libros de segunda mano, donde están otros ojos y otras emociones precediendo en el tiempo a la propia lectura.

En La tradición y el talento individual, T.S. Eliot escribió que “la poesía no es la expresión de la personalidad sino, un escape de la personalidad. Pero, naturalmente, sólo aquellos que tienen personalidad y emociones saben lo que es desear liberarse de estas cosas”,  cuando Deltoro disecciona los dobladillos de las identidades, cuando elabora taxonomías de caracteres, se deslindan las idiosincrasias y lo distintivo.

Frente a Los bien plantados, “los que saben mirar, los que escuchan serenos… el que no se separa antes de su partida de los vivos”,  a los que examina en Taxonomías y que son “los bien portados,/ vestidos, por dentro y por fuera,/ por el mall y la época./ Odian el error, no se tropiezan;/ viven a los ojos del prójimo/ no se reprochan”.

Poesía reunida de Antonio Deltoro. Foto: Especial
Poesía reunida de Antonio Deltoro. Foto: Especial

Están los abúlicos carentes de fuerza para asir el deseo; o los insomnes que se juegan el día siguiente. Junto al dinámico, al activo buscando el destino, se encuentra El quieto quien se tiende y cierra los ojos, “su mundo pertenece a la sonrisa de las cosas,/ no a la carcajada ni a las risas”, porque la risa es explosión y la sonrisa es una hamaca. El quieto se ha adueñado del tiempo, vive en la parsimonia del que saborea, del que se detiene. Acerca de este poema, apunta Juan Carlos Abril en su estudio introductorio, que la noción de lentitud, de la quietud, de  la reflexión pausada, alcanza pleno sentido si se enmarca frente a la velocidad de la sociedad contemporánea. Para el quieto cualquier paso implica una reflexión filosófica.

Y están los a destiempo, los aislados, los inadecuados, los exploradores de perfil de los centímetros, para quienes ha escrito el poema que los nombra “Los tímidos”. Siempre medio ocultos, siempre inseguros, “tropiezan por delicadeza, porque sienten todo vivo, por exceso de escrúpulos”.

ESPEJO PÚBLICO DE LOS “CHILANGOS”

Otra morfología, la del ritmo citadino introduce el poeta en “Chilangos” espejo público que alcanza en algún verso a todos, porque vivimos “jalados por caballos de fuerza” llegando cuando ya tenemos que irnos, “cuánto cabrón, cuánto pendejo/ tropezándose/ antes de tomar  un frágil descanso/ para salir de nuevo a rajársela”.

El pulso de la poesía de Antonio Deltoro va a contraflujo con la prisa, acerca de esto el poeta Christian Peña dice: “la fermentación de sus versos toma tiempo, y está pensada para el lector paciente”, pero la clave para llegar a esa contemplación parte tal vez de vivir los días descalzos, “los días descalzos saben vivir salvajes,/ van por aquí y  allá en libertad despierta”.

Antonio Deltoro nació en Ciudad de México en 1947. Poeta y ensayista, estudió Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana y en la UNAM; jefe de redacción en la UAM-Iztapalapa, coordinador de imágenes en el Museo Nacional de  Culturas Populares y de talleres de poesía en el INBA y en  la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Integrante de la Comisión Consultiva del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca); colaborador de  Casa del tiempo, El Gallo Ilustrado, La Cultura en México, La Gaceta del FCE, México en la Cultura, Revista de Bellas Artes, Sábado y Vuelta. Fue becario del Fonca en 1992, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 1993 y 2004. Recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1996 por Balanza de sombras. Destacan sus obras Algarabía inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (1997), El quieto (2008) y Los árboles que poblarán el Ártico (2012).

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