Las marchas en México no tiran presidentes ni logran grandes cambios políticos y sociales; las movilizaciones modernas, pese a ser numerosas y masivas, no conducen a hechos concretos porque están dispersas y divididas en varias luchas, dicen activistas y expertos consultados por SinEmbargo. Se requiere una causa común, que aglutine a todos los mexicanos, para que el efecto se refleje en cambios. Pero no siempre fue así. En el pasado hubo movilizaciones como la del 2 de octubre de 1968 o las que se generaron en la década de los 80 con la fractura interna del PRI, que terminó con cientos de miles en las calles y la fundación del primer partido de izquierda que lograría un lugar importante en el mapa electoral del país: el PRD. Hoy la realidad impone nuevos retos y las tecnologías de comunicación como las redes sociales virtuales revolucionan la forma de aglutinar y organizar. Así se convocó la manifestación del pasado 15 de septiembre para exigir la renuncia del Presidente Enrique Peña con el hashtag #RenunciaYa a la par de la ceremonia de “El Grito” en Palacio Nacional. Una movilización cuyos efectos están por verse.
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Ciudad de México, 18 de septiembre (SinEmbargo).- La gente se desbordaba. Las mujeres salían de las cocinas de sus hogares aún con sus mandiles puestos y manchados de comida, y los hombres tomaban las calles de la Ciudad de México con sus uniformes de trabajo. Eran obreros, amas de casa, estudiantes y sobrevivientes de la masacre de la Plaza de las Tres Culturas de 1968. Eran tiempos de cambio y por primera vez el partido dominante, el Revolucionario Institucional (PRI), sufría una fractura desde sus entrañas.
En 1988, luego de la histórica caída del sistema que sentó en la silla presidencial a Carlos Salinas de Gortari, el candidato que emergió de la fractura priista, la llamada corriente democrática, fue Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, quien marchó del Ángel de la Independencia al Zócalo de la Ciudad de México en contra del fraude electoral acompañado de miles de hombres y mujeres que, un año después de esas elecciones federales, fundarían el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Se trataba del nacimiento del primer partido que– sólo ocho años después de su fundación, en 1997– colocaría a la izquierda en un sitio sobresaliente en el mapa electoral en México. Antes hubo grandes batallas en las calles encabezadas por el propio Cárdenas Solórzano, Porfirio Muñoz Ledo y la maestra Ifigenia Martínez y Hernández, entre otros.
“Éramos una corriente democrática que reflejaba los sentimientos que tenía una población creciente y que no estaban bien representados en aquel entonces por el que era el partido mayoritario, por el PRI”, dice Ifigenia Martínez en entrevista con SinEmbargo.
Martínez y Hernández, hoy de 91 años de edad, era directora de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cuando se dieron las grandes movilizaciones de 1968, y ya era una mujer madura cuando encabezó el movimiento de izquierda con Cárdenas en la década de los 80.
Para la maestra, quien aún continúa en la política y hoy es parte de la Asamblea Constituyente que redactará la Constitución de la Ciudad de México," en aquellos tiempos de efervescencia social había una causa común. El PRD, en su fundación, era muy distinto a lo que es ahora y los jóvenes tenían ese motivo que los hacía salir a las calles en masas para exigir cambios democráticos".
Hoy la movilización, afirma, ya no genera la misma excitación que en aquellas décadas en las que ella fue un pilar importante en las marchas. A pesar de que ahora “somos más”.
“Ahora las corrientes políticas son más diversas. Hay varias que se autodenominan de izquierda, pero ya no tienen el mismo significado, incluso el PRD tenía un significado diferente del que tiene ahora con el que han surgido más políticos […] hay varias expresiones y no hemos encontrado un denominador común que nos dé esa fuerza”, dice Ifigenia.
Pero Martínez y Hernández no pierde la esperanza de que los jóvenes de hoy encuentren “esa causa que los aglutine”. Desde la posición en la que se encuentra y con una vasta experiencia en la lucha social, Ifigenia Martínez afirma que se trata de “una tarea pendiente” que surgirá de nuevo desde las entrañas de la Ciudad de México.
“Esperemos que sí, que haya un análisis político bien hecho, que tomando en cuenta la historia y necesidades actuales se construya una plataforma que logre aglutinar a las distintas expresiones democráticas de la ciudad”, considera.
Esa causa social puede ser el tener “mayor igualdad”, dice. Sin embargo en México, sobre todo los últimos años durante la administración del priista Enrique Peña Nieto –luego de una década de la “guerra contra el narco” que ha dejado cientos de miles de muertos y desaparecidos por todo el país– la población ha salido a marchar en masa a las calles, sin lograr cambios radicales y menos caída del Jefe del Ejecutivo.
Peña Nieto y su equipo de trabajo gobiernan con una popularidad tan baja que el PRI, su partido, tuvo que montar un operativo para asegurase que en el Zócalo de la Ciudad de México sólo los acarreados tuvieran un lugar cercano al balcón principal de Palacio Nacional, durante la celebración de “El Grito” de independencia; mientras, afuera del primer cuadro del Centro Histórico, a la altura de Palacio de Bellas Artes, cientos de granaderos impidieron el paso a miles de personas, quienes desde el Ángel de la Independencia marcharon gritando: “¡Renuncia Ya!”.
UNA CAUSA SOCIAL QUE AGLUTINE
Para los analistas y estudiosos de la movilización social a México le hace falta, como dice la maestra Ifigenia, esa causa social que aglutine no sólo a los jóvenes, sino a todas las víctimas de delitos e inconformes con la marcha del país. Si bien la presión social no ha generado la caída de un Presidente, como sí ha ocurrido en Brasil o Argentina, los expertos no echan en saco roto las grandes movilizaciones que han surgido en la actualidad, como la de 2014 a raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos o incluso la de 2012 con el movimiento #YoSoy132, surgido desde las redes sociales.
Hoy la realidad es distinta. Cuando surgió la fractura al interior del PRI, en 1987, el Presidente y su palabra eran tan sagrados como la Virgen de Guadalupe, dice Telésforo Nava Velázquez, investigador experto en la izquierda mexicana y en movimientos sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Por eso, considera, aquellos hombres y mujeres que formaron parte de la corriente democrática “tuvieron bastantes agallas”.
“Siempre pienso que ellos nunca imaginaron llegar hasta donde llegaron, porque fue una crítica interna, plantearon unos cambios internos, pero fue subiendo de color, según la agresión que les estaban haciendo desde el PRI y desde el sistema político. Fueron radicalizando la posición al grado de llegar al final a la confrontación; pero esa gente no nació de la nada, fue producto de ese movimiento de luchas que generaron un ambiente de cierta seguridad y fuerza para salir a la batalla. Los movimientos anteriores, el del 68, los arroparon y después, yo nunca había visto aquellas movilizaciones tan enormes”, dice el investigador.
Pero a pesar de que en México han surgido esas grandes movilizaciones convocadas por distintos líderes en diferentes momentos de la historia, las luchas sociales al final terminan por desinflarse. El mismo PRD terminó en manos de las corrientes hegemónicas y dominantes del partido y Cuauhtémoc Cárdenas y decenas de liderazgos que le dieron vida, renunciaron a su militancia.
De acuerdo con Nava Velázquez las luchas sociales fracasan o no logran tener el impacto que se espera, debido a que al final se aíslan ante la falta de coordinación.
Una experiencia rescatable, explica el analista, fue la insurgencia sindical campesina de la década de los 70. Los movimientos populares en la Ciudad de México, la integración y el nacimiento de varios sindicatos. Después de esa experiencia, no ha habido grandes movimientos. En la actualidad, a pesar de contar con un Presidente impopular, la sociedad no logra articularse luego del inicio de una gestión con las fuerzas opositoras cooptadas a través del Pacto por México, explica.
“En cualquier país con los tropezones que ha dado el Presidente de México, la oposición ya lo hubiera hecho picadillo, porque estarían buscando ganarle en las próximas elecciones. Aquí Peña Nieto mete la pata, hace lo que le pega la gana y no hay una oposición institucional que haga algo. La oposición por fuera de los márgenes institucionales existe, pero es muy débil”, dice.
El poder tiene una estrategia bien definida para apagar la movilización social. Una de ellas, precisa, es una confrontación de baja intensidad a través de los medios de comunicación y los tribunales, como ocurrió con el caso de los normalistas de Ayotzinapa.
“Le va dando largas al asunto y pasan meses, luego años… todo para desviar el movimiento, aislarlo lo más posible y meterlo a las vías institucionales. Están por otro lado los yaquis, luchando por su agua en Sonora, y los jornaleros agrícolas en San Quintín, pero el Gobierno se encarga de que no entren en contacto ni con ellos ni con más organizaciones. En México hay miles de desaparecidos y cada quien anda por su cuenta. Va a tener que surgir algo, eso sin duda. En la dictadura de Porfirio Díaz se ahogaba todo en sangre, pero finalmente las cosas estallan. Nunca habíamos visto un Presidente que nadie reconoce como tal, que todo el mundo repudia. El pobre a cada rato dice estupideces, ya es inaudito, pero ahí sigue. No hay quien organice una verdadera oposición”, detalla.
Luis Miguel Pérez Juárez, profesor Investigador de la Escuela de Graduados en Administración Pública y Política Pública del Tecnológico de Monterrey, coincide con Nava en que el Gobierno federal mantiene una estrategia de control sobre las movilizaciones y atribuye su poco impacto a la pérdida de credibilidad de la lucha social.
México, agrega, es uno de los países con más marchas en el mundo, pero la población no cree en los manifestantes.
Pero Carlos Páez Agraz, de AdQuat, opina que en México no hubo una cultura de la manifestación hasta 1968; antes, explica, hubo revueltas entre la época de la independencia, la Revolución Mexicana y el cardenismo.
El especialista en el análisis del discurso es hijo de la generación de jóvenes de 1968, donde manifestarse era peligroso por la represión que se vivía en la década de los 60, 70 y 80. Luego movilizarse perdió prestigio, porque se ha logrado poco con tomar las calles, dice.
“Es importante que la sociedad civil comprenda que la cancha está dispareja para todos. Tiene que entender que no puede ser de izquierda, derecha o centro. Se puede ser demócrata y asumir que cada mexicano es dueño de un pedazo de México, que tenemos un condominio que se llama México. Yo creo que esto cambiará hasta que encontremos una causa social”, explica.
Páez Agraz detalla que Ayotzinapa visibilizó a los miles de desaparecidos en el país y el escándalo de la “casa blanca” a la corrupción generalizada que consume a los funcionarios públicos y a los políticos de México. De hecho, ambos sucesos causaron grandes manifestaciones en la arena real y en la virtual, pero que con el tiempo acabaron por consumirse. Hoy la desaparición de los estudiantes en Iguala no encendería la mecha, al menos que los papás fueran asesinados, dice.
“Ayotzinapa duele, pero es difícil que se repita la intensidad de protestas de cuando ocurrió. Alguien hizo la cuenta de que íbamos a llegar a 300 mil muertos y otros miles de desaparecidos desde Calderón hasta el fin de este sexenio. Es un dolor tan grande, que muchas familias no entienden el porqué manifestarse sólo por Ayotzinapa y no por los miles de muertos. El movimiento de Ayotzinapa puede regenerarse si se soportase en esas 300 mil muertes. Napoleón [Bonaparte] decía que había que poner toda la fuerza en un punto del enemigo”, agrega.
El marzo de este año y en entrevista con SinEmbargo, Javier Sicilia Zardain, líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), planteó que el movimiento por los 43 se apagó, porque se encerró en sí mismo.
“La maldita verdad histórica con sus matices va a terminar imponiéndose, ¿por qué? Porque se encerraron en 43 y no están tocando el corazón que debe cimbrar a una nación, que es el asunto político, la transformación política. La justicia, sin una transformación política, nunca va a llegar. Las víctimas fracturadas son muy cómodas, son momentos políticos, aparentan ser, ¿por qué la derecha en Estados Unidos o en Europa, aquí la izquierda populista de [Andrés Manuel] López Obrador, tienen tanta fuerza? Porque generan momentos políticos. La izquierda en Estados unidos y en Europa es una izquierda fragmentada como la de las víctimas”, dijo.
Meses antes, cuando en la marcha por los 8 meses de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, sólo marcharon unas 500 personas, Lorenzo Meyer Cossío, historiador y politólogo de El Colegio de México, explicó a este medio digital que una erupción como esa, se apagó por falta de organización.
“Lo espontáneo, la irritación, el enojo, en la vida cotidiana se presenta como una erupción, pero el mexicano normal tiene que seguir trabajando, ir a cumplir con sus obligaciones, estar con su familia. Cualquiera que estudia la teoría de las organizaciones, sabe que la espontaneidad tiene límites claros. Nadie organizó el descontento que brotó de manera auténtica y se apaga, sino se organiza […], el enojo está ahí, la frustración está ahí. Alguien tiene que organizarla. Por sí misma la política es la guerra por otros medios, uno no se va a la guerra a lo baboso, hay una logística detrás de esto”, expuso.
En esa ocasión, Meyer consideró que las tragedias aisladas no le importan al mexicano promedio y que el punto “es unir esas tragedias. Sentirlas como propias, aunque no le pase a uno”.
REDES SOCIALES: LA MOVILIZACIÓN VIRTUAL
Aunque las movilización en las calles, como dicen los expertos, no ha logrado aglutinar a todos esos graves problemas aislados que conviven a lo largo de la república mexicana y están ahí como un polvorín listo para estallar en cualquier momento, hay un fenómeno que en los años en los que la maestra Ifigenia Martínez marchaba y protestaba, no existía: las redes sociales virtuales.
SinEmbargo preguntó a varios especialistas en la materia si las redes sociales están sustituyendo a la manifestación en las calles. Si el usuario de estas tecnologías se conforma con manifestar su coraje, inconformidad o punto de vista a través de un teléfono celular y en una red social como Twitter o Facebook. La respuesta fue contundente: es demasiado pronto para saberlo. Lo que sí se sabe y se ha estudiado es que lo virtual no está suplantando la realidad, que el fenómeno acompaña a la movilización en las calles, la promueve y algo más: es un factor de tomar en cuenta para lograr que los ciudadanos se involucren en una causa.
Ernesto Piedras Feria, director General de The Competitive Intelligence Unit, explica que en México hasta lo que va de 2016 hay 82.3 millones de smartphones y 64.5 millones de internautas suscritos a alguna red social: 97 por ciento en Facebook; 22.8 por ciento en Instagram y 20.7 por ciento en Twitter.
A pesar de los datos crecientes de penetración de las redes, aún la brecha entre la población que tiene acceso a la red y la que no, es amplia. El experto considera que aún es temprano para saber si las redes sociales están sustituyendo a las movilizaciones masivas en las calles.
“Hasta el momento lo que la evidencia revela es que, más que una sustitución, las redes funcionan como un complemento para la protesta. A los que marcharon el pasado 15 de septiembre se les puede ver en las redes, y otros son convocados y articulados a través de ellas. Es más un facilitador que un sustituto”, explica Piedras Feria.
Carlos Páez dice que “mucha energía se está canalizando por ahí”, pero es pronto para saber si hay una sustitución con tal. El analista agrega que las redes sociales ofrecen seguridad a los internautas para manifestarse, sin el peligro de la represión.
Según el experto, México ocupa el primer lugar en intensidad por usuario, es decir, los mexicanos utilizan más las redes para expresarse.
Páez Agraz ejemplifica con la marcha en contra del matrimonio igualitario. En Guadalajara, afirma, marcharon unas 30 mil personas en una ciudad de cinco millones. En los años 70 la convocatoria de la Iglesia católica hubiera sacado a millones de sus casas, sin embargo no ocurrió un fenómeno avasallador. A la par se movilizó una gran cantidad de personas en contra de la marcha en las redes sociales: “Fueron millones de interacciones”.
“Las redes sirven para hacer un contrapeso. En los años 80 esa manifestación hubiera ido acompañada de una publicidad impresionante y una nula capacidad de respuesta de quienes nos oponíamos a la marcha”, considera.
María Elena Meneses, profesora e Investigadora especializada en medios, internet y cultura digital del Tecnológico de Monterrey, explica que las redes sociales se han convertido en un canal de expresión, en un país en donde la mayoría de los medios convencionales están al servicio del poder.
Las redes, explica, tienen un efecto de concientización y visibilización de problemas que en una realidad distinta, sería difícil conocerse.
“Está el caso de Ayotzinapa. Las redes sociales han puesto el tema en la agenda. No quitan gobernantes necesariamente ni cambian las relaciones de poder de manera sustancial, pero van creando una suerte de concientización y en algún momento pudieran transformar las relaciones de poder en una sociedad, pero no tiene efectos inmediatos”, externa la especialista.
Para Meneses las redes sociales funcionan como un complemento para organizar las marchas en las calles, porque las protestas que no “trascienden el teléfono celular se quedan atrapadas. No pueden ser consideradas protestas, tienen que pasar a las calles”.
La especialista recuerda que en las revoluciones Mexicana y Rusa los panfletos y las publicaciones disidentes jugaron un papel importante. Las redes funcionan de una forma similar con la diferencia que pueden llegar a millones de personas.
Sin embargo, a pesar de su utilidad, las redes sociales plantean también la utilización de bots que son utilizados por el poder para desvirtuar movilizaciones y causas sociales.
“Hemos tenido que matizar aquel optimismo de que las redes son 100 por ciento ciudadanas, eso no es cierto. También los poderes político y empresarial han tomado las redes sociales y las han tomado –en el caso de México– con las peores prácticas", afirma.
Las redes son una prolongación de la vida real y los gobernantes también se apropian de la arena digital, como en una marcha física puede ocurrir. La vida virtual y la digital no está separada de lo real. Son complementarias. Podemos ver cómo la vida digital se prolonga en los real y lo real en lo digital. No son universos paralelos, así como en el mundo real puede haber infiltrados, también los hay en el mundo digital”, considera.
Pero a pesar de los bots, las redes colocan en la agenda temas como el #RenunciaYa, demandas que provienen de la población y que sin ellas, sería difícil conocerlas. El gobernante que no escuche a los ciudadanos a través del mundo virtual, la pasará mal, advierte. Como sucedió al Presidente Peña Nieto, a quien las opiniones vertidas en Internet le fueron adversas desde el inicio de su mandato.
“Las redes sociales le han cuestionado todos sus errores: Ayotzinapa, la 'casa blanca', la corrupción, la visita de Donald Trump, prácticamente el disenso se ha articulado ahí. Los ciudadanos se están haciendo presentes”, dice.
Meneses afirma que las redes no están diseñadas para provocar grandes revoluciones, pero sí, pequeños cambios.
Con ella coincide Carlo Brito, activista que formó parte del Movimiento #YoSoy132. Un joven que igual se manifiesta en Twitter que en las calles de la Ciudad de México.
Brito recuerda que #YoSoy132 hizo que Peña Nieto llegara desde un principio cuestionado a la silla presidencial. No es un dato menor porque la gran movilización, que para muchos se desinfló, produjo efectos concretos.
“Las movilizaciones aunque desaparezcan, dejan efecto. No se desinflan: el movimiento por la paz, Ayotzinapa, siguen generando efectos políticos. El movimiento #YoSoy132 obligó a Peña Nieto a tener una necesidad de legitimarse, y a la larga no sólo no se legitimó, sino que terminó siendo lo que se dijo que sería”, expone.
Carlos Brito está convencido que las redes sociales no sustituyen las calles, pero sí complementan la movilización. Son un instrumento, explica, para que personas desconocidas puedan agruparse en torno a una idea y empoderarse.
Los tiempos en los que se requería pedir permiso a un partido político, a un dirigente histórico o a una persona con autoridad moral reconocida para participar en un movimiento de protesta se acabaron. El cambio y la causa social común que requiere México provendrá de varios ciudadanos que se conectan a través de distintas formas, una de ellas las redes sociales, y no de un solo líder. De eso está convencido, afirma Brito.