La Alameda Central de la Ciudad de México fue el punto de división de los dos escenarios que la capital del país vivió horas antes del aniversario 206 del Grito de la Independencia. Por el lado de Avenida Juárez, miles de mexicanos salieron a pedir la renuncia del Presidente Enrique Peña Nieto. Como una bola de nieve, los convocados fueron ganando gente a su paso por el Paseo de la Reforma hasta llegar a ese punto. Por la Avenida Hidalgo, cientos de camiones estaban estacionados tras haber transportado a miles de "invitados especiales": mujeres, niños, hombres y ancianos originarios de Hidalgo, Estado de México, Puebla, Veracruz, Querétaro y Morelos, quienes accedieron a la plancha con brazaletes verdes y blancos para estar en primera fila frente al Palacio Nacional.
Por Juan Luis García Hernández y Dulce Olvera
Ciudad de México, 16 de septiembre (SinEmbargo).– Guillermo Flores, un hombre que lleva varias cuadras caminando de forma estoica con dos banderas de México en los puños ha caminado ya más de una decena de cuadras sin bajar los brazos con el fin de mantenerlas al alza. Detrás de él le suceden miles de personas.
“Trump fue la guinda del pastel”, reniega Flores. Asegura que ser de la tercera edad en México es difícil porque nadie lo contrata, pero si algo bueno lo ha traído, o así lo piensa, es tener el tiempo de exigir la renuncia del Presidente Enrique Peña Nieto.
La marcha multitudinaria que por momentos asemejó ser una ola negra, tomó la tarde de ayer el Paseo de la Reforma, al tiempo que en el Centro Histórico una serie de acarreados entraban a la plancha del Zócalo para ser testigos en la noche de “El Grito”.
Playeras y blusas negras, se amoldazaron con sectores de la sociedad de todos los extractos hasta hacerse un solo desfile, en el que resaltaban cientos de banderas nacionales, como las dos de Flores, que cambiaron el verde y rojo por el negro, y dieron un toque fúnebre a la protesta.
En las inmediaciones del Ángel de la Independencia, donde se concentraron los inconformes con los casi cuatro años de gestión del Presidente Peña Nieto, también hubo un concierto de música organizado por las autoridades del Gobierno de la Ciudad de México.
En un inicio el alto volumen de la música rock, no acalló a los presentes, pero sí fue un recordatorio de que el Jefe de Gobierno capitalino Miguel Ángel Mancera estuvo de acuerdo con que coincidieran ambos eventos.
Y las decisiones del mandatario capitalino se hicieron cada vez más presentes para los marchantes, conforme el despliegue policial protegió “El Grito”.
Los escándalos han terminado por desvencijar la imagen de Peña Nieto, quien de acuerdo con la última encuesta del diario Reforma, cuenta con el 23 por ciento de aprobación de la ciudadanía.
La marcha de ayer es la suma de varios errores que han cimbrado la opinión pública, manifestaron los presentes.
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Una lujosa residencia llamada la “casa blanca”, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la visita de Trump, terminaron la tarde y noche de ayer por expresarse en las calles. A 46 meses de Gobierno, los mexicanos sienten que el Presidente no está con ellos, sino contra ellos.
“¡Fuera Peña, fuera Peña!”, repetían los manifestantes como un mantra que acompañó el resto del evento. Cárteles también fueron impresos y distribuidos. “Peña Nieto, por el bien de México, renuncia”, decían varios de ellos.
La cantidad de personas llegó a ser tal que la fila llegó a ocupar uno de los carriles del Paseo la Reforma desde el Ángel de la Independencia hasta la Glorieta La Palma. Y después, la vista dejó de alcanzar para medir a los miles de asistentes.
Los presentes anduvieron a pasó lento, hasta el frente, tal vez los más curtidos, quienes han estado en las numerosas marchas de este Gobierno. Y algunos quienes han venido lidiando con Peña Nieto desde que fue Gobernador del Estado de México.
“Antes de que llegara Peña había un movimiento popular que pedía la renuncia del PRI”, dijo América del Valle, lidereza de Atenco, quien no olvidó, con micrófono en mano, recordar el mayo rojo de hace 10 años en el que pobladores fueron reprimidos por el entonces Gobernador priista.
Machetes alzados y pasos firmes encabezaron por un momento el movimiento. A su lado los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, quienes horas antes habían anunciado su adhesión a la protesta de renuncia de Peña.
Ayotzinapa, no sólo fue una de las causas insignes de la tarde de ayer, ha sido la cúspide de los atropellos cometidos por el mandato del Presidente Enrique Peña Nieto, que en casi cuatro años de Gobierno ha logrado superar por mil 462 desapariciones todo el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa.
Como si fuese su intención incendiar a los padres de familia, o al menos eso logró, el miércoles uno de los funcionarios que idearon la “verdad histórica” sobre la desaparición de los 43 estudiantes la noche del 26 y 27 de septiembre del 2014, Tomás Zerón de Lucio, presentó su renuncia. Tres horas después fue vuelto a contratar como Secretario Técnico del Consejo Nacional de Seguridad por orden del Presidente.
Omar García, uno de los normalistas que fue asediado hace dos años, manifestó: “Nos encabrona mucho”. Aseguró que esta manifestación representó la incompetencia de las autoridades para resolver una serie de problemas que aquejan a la población.
Entre las marchas espóntaneas, ha sido la de los 43 una de las que más personas ha conglomerado. El 20 de noviembre del 2014, al menos 30 mil personas se dieron cita en la Ciudad de México para protestar por los estudiantes.
Las marchas que se realizan mes con mes han perdido en número, como parte de un desgaste natural. Sin embargo, ayer frente al Antimonumento sobre la avenida Reforma, los padres volvieron a pedir que el apoyo de México. En tan sólo 10 días se cumplirán dos años de los hechos.
El seguimiento al caso avisora una esperanza sin la interferencia de Zerón dentro de la Procuraduría General de la República, acusaron los padres de los 43.
“Nosotros no tenemos nada que celebrar. No queremos gritar ‘Viva México’ ”, dijo Cristiana Bautista, madre del normalista Benjamin Bautista.
Como si fuese una celada, la marcha fue desviada por las autoridades de la Ciudad, que interrumpieron el paso en el Paseo la Reforma, hacia el palacio de Bellas Artes. Ahí, los presentes desembocaron en un callejón sin salida, en el que la muralla estuvo compuesta por centenares de granaderos.
Mientras la gente se terminó de concentrar las autoridades se mantuvieron firmes en no dar ni un paso atrás. La tensión se acrecentó conforme los primeros cohetones empezaron a detonar. ¡Pom! ¡pom! ¡pom!, cada vez más seguido, hasta sonar casi cada 30 segundos.
Sin embargo, esta marcha aparentó estar predestinada a terminar sin violencia. Enfrente de los gendarmes los vítores reinaron. “México sin PRI”, sonó una y otra vez. Las banderas aún inmóviles en su paso no pararon de ondear y las madres y los niños no rehuyeron. La fiesta de la independencia estuvo en la avenida Juárez. No en el Zócalo.
¿Y ADENTRO? EL ACARREO
Ayer, en cada esquina de las calles aledañas al Zócalo capitalino había un puesto con banderas, sombreros, rehiletes, trompetas, pelucas, blusas, rebozos y demás utensilios tricolores y tradicionales. Como parte de la tradición, miles de acarreados arribaron en camiones de diferentes estados, con altos índices de pobreza, en carácter de "invitados especiales". Cada uno de los niños, mujeres, hombres y ancianos traía un sticker pegado en el pecho con la leyenda "Aniversario del Inicio de la Independencia de México 1810-2016"; un botón de la bandera mexicana y un brazalete en la muñeca.
Los autobuses se estacionaron en Avenida Hidalgo. Personas con chamarras verdes se encargaron de guiarlos y agilizar su entrada a la plancha.
–¿De quién son invitados? –se le preguntó a uno de los organizadores.
–Del Presidente.
–¿Son acarreados? –se le cuestionó a otro.
–Son invitados especiales.
–O sea acarreados.
–Llámelos como desee.
En filas de cientos, como peregrinación, caminaron por las calles de Donceles y Tacuba para arribar a República Dominicana. En la calle Palma había otra hilera de camiones, los cuales trajeron a miles de policías que también recibieron su bolsa de lunch que incluyó fruta, galletas, pan, jugo o refresco.
"Avancen, avancen", ordenaban los guardias de seguridad. "Brazalete a la vista", vociferaban en altavoces.
Eran tantos acarreados que la fila para ingresar recorrió toda República de Brasil y Donceles, así como Tacuba. Entraron y entraron durante más de tres horas.
Ningún mexicano común pudo acceder por ahí. "Solo invitados", reiteró un policía. El resto tenía la opción de formarse en los accesos de Avenida Madero, 20 de Noviembre, 5 de Mayo o 16 de Septiembre, pero antes debía pasar por ocho filtros que incluían revisión de mochilas o bolsas, cateo y detector de metales. Nada de botellas de vidrio, ni latas, ni armas, ni objetos punzo cortantes. Tampoco paraguas ni plumas. ¿Los acarreados? ¡Adelante, bienvenidos! (Trajeran lo que trajeran).
Félix, un campesino que siembra granada y aguacate en Hidalgo, tomaba una agua de jamaica en bolsita de plástico ya dentro de la plancha; en la parte exclusiva de los "de la pulsera". Eran las tres y media de la tarde. No les habían dado de comer, se quejó.
–¿Por qué vino?
–Me invitó la líder.
–¿Líder de dónde?
–De la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) de Hidalgo.
–¿Viene solo?
–No, llegué como con dos camiones.
A esas horas en la zona "VIP" todavía había pocos. Las vallas la rodeaban toda. Imposible entrar, salvo por República Dominicana, explicaban los policías. Una vez ahí, sin brazalete, el acceso era negado y no respondían cómo conseguir esas pulseras. "Las repartieron en las colonias", se limitaban a decir.
Los que sí las traían, se las dieron desde sus municipios, contaban. Algunos eran campesinos; con piel tostada por sembrar bajo el sol. Portaban sombreros de palma y huaraches. Otros traían camisas con estampados de caballo y botas picudas. También había mujeres indígenas trenzadas luciendo sus trajes tradicionales o sus mandiles. Un hombre no dudó ir con su playera de "Enrique Peña Nieto" y otro con la de "Eruviel Ávila [Gobernador mexiquense]".
–¿Le dieron otra cosa además de comida? –se le preguntó a una mujer de Puebla.
–No, nada más. Con eso nos conformamos –respondió.
Para entonces eran las cinco y media de la tarde. Seguían llegando por montones. Otros, pese a su sticker y brazalete, ingresaron por los accesos normales donde trabajadores con camisas blancas regalaban bolsas con tortas y agua "sin distinción", "a quien fuera".
Ya frente al Palacio Nacional, los "invitados especiales" se fueron juntando hasta conformar un colchón suficiente entre el balcón central donde saldría la familia presidencial y la plancha donde arribarían los miles de mexicanos que fueron por voluntad propia. Eran las seis de la tarde. Faltaban cinco horas para el cuarto Grito del Presidente Enrique Peña. Durante la espera, los acarreados disfrutaron del evento musical que se ofreció en el escenario de enfrente.
A las seis y veinte, después de covers de canciones del recién ido Juan Gabriel, Los Ángeles Azules salieron a animar. Acompañados de música de orquesta sinfónica, arrancaron con: “Suelta / el listón de tu pelo”. La gente comenzó a bailar y cantar. Parecía un salón de fiesta gigante con una enorme bandera tricolor ondeando al ritmo del acordeón. No faltó la de "Cómo te voy a olvidar" y "Mis sentimientos". Entre el público, bailaba un mariachi con cabeza de caballo. O un caballo mariachi.
El cielo comenzaba a nublarse. Dentro del kit para "invitados especiales", se incluía un impermeable blanco. Más tarde llovió.