México

De la melancolía al final luminoso: Juan Gabriel desborda Bellas Artes

06/09/2016 - 12:05 am

Ayer, México le dijo adiós a Juan Gabriel, el loco soñador que llegó a ser el más grande cantautor de la última parte del siglo XX y principios del XXI con más de 2 mil canciones. Nacido Alberto Aguilera Valadez, en Parácuaro, Michoacán, hace 66 años, su vida arroja un itinerario de injusticias, desgracias, fracasos que agobia si el luminoso final no fuera conocido. En el Palacio de Bellas Artes, donde hace 26 años se presentó por primera vez en contra de la crítica intelectual, recibió un homenaje de horas que al cierre de la edición no concluía con un desfile de miles de personas, mariachis y cantantes. El remolino –como antes, como siempre– lo envolvió. Todo, desde la Plaza Garibaldi hasta Bellas Artes, se volvió Juan Gabriel con «Amor Eterno» o «Te vas, amor, te vas».

Ciudad de México, 6 de septiembre (SinEmbargo).– Alberto Aguilera Valadez le dijo adiós a Juan Gabriel en el Palacio de las Bellas Artes, donde en 1990, la presentación del segundo desató la controversia en el medio cultural mexicano con la oposición de cantantes de Ópera, bailarines de Danza clásica y algunos literatos.

Para blindarse, Víctor Flores Olea, entonces presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta, hoy Secretaría de la Cultura) anunció que las ganancias de los conciertos se destinarían a la Orquesta Sinfónica Nacional. Eran los tiempos en que Carlos Salinas de Gortari, Presidente de México, era visto como una esperanza que con dificultad se quebraría. Pocas cosas sucedían sin su aprobación y más valía creerle todo.

Pero a pocos les importó a dónde fuera a parar el dinero. Aquel año, Juan Gabriel lo logró, y su concierto generó millones de pesos en una derrama de boletos, un disco grabado en vivo y miles de copias piratas del mismo. Se le oyó en el atrio de Bellas Artes, pero también en los puestos ambulantes de la Ciudad de México en los meses posteriores al concierto. Lo que el cantautor hizo en Bellas Artes se siguió oyendo sin descanso muchos, muchos años después.

¿De 1990 a 2016, en qué mejoró la simbiosis del Palacio de las Bellas Artes y la cultura popular? Ayer, Juan Gabriel ingresó de nuevo a Bellas Artes para ser homenajeado y celebrado. Venía envuelto en triunfo. El periplo lo inició en Ciudad Juárez, donde están su niñez y adolescencia. Salió a las 10:28 horas de esa casa donde su madre fue trabajadora doméstica y él compró cuando lo atraparon para siempre los tentáculos del éxito medido en aplausos, adoración y capacidad de generar dinero.

Él, quien se distingue por su puntualidad para los conciertos, la tarde de ayer se hizo esperar poco más de una hora. Arribó a las 16:20 horas. El remolino lo rodeó como antes, como siempre. Pero él ya no cantó.

Fueron las Bellas Artes las que le cantaron a él. «Amor Eterno», al unísono y con mucho sentimiento. Y también le dieron una porra que se inició en la esquina de 5 de Mayo, rebotó por el Eje Central y culminó en Tacuba, como si la valla del cuerpo de granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno del Distrito Federal la hubiese querido atrapar y guardarla para sí y para siempre.»¡Se ve se siente, Juan Gabriel es Presidente!» –se coló entre los coros en las aceras.

Ya hace ocho días que se murió Juan Gabriel. Y nadie lo cree. –Fue un golpazo – dice don Vicente de 68 años, quien viene de Querétaro. Al hablar se dirige al cielo y le pide perdón a José Alfredo Jiménez. –Con perdón. Con mucho perdón, pero Juan Gabriel escribió más y cantó más. Más allá, en la esquina de Madero y el Eje Central, permanece parado el colombiano de 76 años, Rafael Henao, con las banderas de su país y México, sobre una foto de JuanGa y la leyenda: «Fue un placer».

Pero no deja de ser increíble. Porque YouTube se ha encargado de reproducir millones de veces cuando por segunda ocasión «Juanga» volvió al escenario de Bellas Artes en 1997, con un traje blanco; y también cuando actuó por tercera vez en 2013, con smoking negro y solapas blancas, en la coyuntura de sus 40 años como artista.

Es inverosímil porque en las redes está ese disco alusivo a sus 40 en el que le cantó a su guitarra [una madrina suya en el Noa-Noa de Juárez le dijo: «No andes solo. Cómprate una guitarra»], los Hermanos Zavala [el coro que lo acompañó en el Festival OTI de 1972, en el que concursó con «Será Mañana»] y a Alberto Aguilera Valadez, su persona y creador.

«Parece que es un sueño que vuelves, pensé que ya me habías olvidado, las gracias te doy por volver a mí».

Y es muy difícil comprender a la muerte –a esta muerte– porque hace dos años, Juan Gabriel dialogó con Alberto Aguilera Valadez en un video. Ambos se dieron confianza, fuerza, agradecimiento; se confesaron que uno sin el otro no podría ser, y estaban listos para continuar.

Han pasado 26 años de la primera presentación en Bellas Artes de «Juanga» y en este mismo cuadro, el principal de la Ciudad de México, algunas cosas han cambiado.

Hoy, Madero y 16 de Septiembre se transitan a pie. Y hoy, Víctor Flores Olea ya no es funcionario público; sino un crítico de la circunstancia política y nacional. Hace días, en su espacio del periódico La Jornada criticó ese 29 por ciento de plagio que se atribuye a la tesis del Presidente de la República, Enrique Peña Nieto. Y Alberto Aguilera Valadez está en Bellas Artes despidiendo a Juan Gabriel. Esa es la verdad.

El cortejo recuerda al que tuvo Pedro Infante en 1957 y que hoy es posible apreciar a través del video tape. Los elementos de seguridad en motocicletas combinan cierto orgullo, cierta pena y mucho duelo. Van gallardos. Pero el caos con sus golpes y «quítese señora, atrás, atrás, atrás» es inevitable y los hace perder la compostura.

Elementos del cuerpo de Granaderos, los de la SSP y los dolientes se enfrentan por un poco de espacio cerca de la la carroza donde va el féretro con las cenizas del cantautor más reconocido, grabado y cantado del siglo XX y principios del XXI. TV Azteca calcula más de dos mil canciones grabadas y algunos cientos inéditas.

En algo más ha cambiado el cuadro desde que Carlos Monsiváis relató para la revista Proceso el concierto juangabrielesco en Bellas Artes, una crónica publicada el 12 de mayo de 1990. El cronista habló de una apoteosis, de aplausos, de boletos que fueron de 300 mil a 70 mil pesos [después, en 1993, al peso mexicano se le quitaron tres ceros debido al fenómeno económico de la híperinflación] de agresiones verbales, de un público cautivo. Hoy, el tiempo del homenaje para el obituario de Juan Gabriel es una multitud que reclama con enojo al Presidente Peña Nieto que «deje de equivocarse». Apenas el 31 de agosto, el Mandatario recibió a Donald Trump, el candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos, que eligió la ofensa a los mexicanos como el eje de su campaña. Y la multitud expresa su rabia en el funeral de su ídolo.

Desde que se supo, el 28 de agosto, que Juan Gabriel había partido, en Santa Mónica, Estados Unidos, pocas horas después de bajar de un escenario, el sonido que proviene de la plaza Garibaldi que reúne a los compositores de México en estatuas de bronce, es homogéneo. Allá, Juanga le da la cara a Manuel Esperón, el autor de «Amorcito Corazón». Pero sólo su efigie está colmada de visitas, flores y cartas. Si de autoría se trata, el rey ya no es José Alfredo, sino Juan Gabriel. Por un lado, «No tengo dinero ni nada que dar». Por el otro, «Querida». Más allá, «Amor Eterno» Y también: «Lágrimas y lluvia», esa que dice «… Mis lágrimas no miras, la lluvia las confunde». Acá, frente a Bellas Artes, llueve; pero no tan fuerte como para abandonar el gigantesco funeral y tener la oportunidad de estar cerca de esa urna donde ahora va Juan Gabriel.

JUANGA, UN POLÍTICO        

1994 fue uno de los años más convulsos de México. El asesinato arrancó de la escena política al candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, y al secretario general del partido, Francisco Ruiz Massieu. En diciembre, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) le declaró la guerra al Estado mexicano. Carlos Salinas de Gortari vio el desmoronamiento de su gran promesa, el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, de incluir a México en el primer mundo. Juan Gabriel había dejado de grabar durante ocho años por problemas de derechos de autor con su disquera y la empresa Televisa. Aquel año de sobresaltos irrumpió con el disco «Gracias por esperar».

El músico y literato Yuri Vargas escribió en un artículo póstumo a Juan Gabriel, «Lo que se ve no se pregunta», en Círculo de Poesía, «… El estilo de Juan Gabriel, es lo contrario al lugar común; de hecho, su obra ha generado un montón de lugares comunes en la canción mexicana, para bien o para mal». En 1994, esas palabras de Vargas fueron ciertas. Al lenguaje cotidiano de crisis y lamento social se incorporó la frase: «¿Pero qué necesidad?», uno de los temas incluidos en el álbum del compositor. Acaso de manera involuntaria, Juan Gabriel hacía política.

Seis años después, el país tuvo la oportunidad de la alternancia partidista después de que el PRI gobernó durante 71 años; pero Juan Gabriel se declaró priista a través de un jingle de campaña: «Ni Temo, ni Chente, Francisco va a ser el Presidente». «Juanga» decidió interpretarlo en el Acapulco Fest del 2000 y el público le devolvió vivas para Vicente Fox. El PRI tuvo una pérdida histórica aquel año y después, hubo muy pocos apoyos musicales a candidatos. Dueños de leyendas, del cantautor se dijo que habría escrito tal letra para salvarse del cobro de impuestos que durante un lapso prolongado dejó de pagar.

Juan Gabriel tuvo un lado priista resumido en aquel episodio y refrendado en la carta que reveló pocos días después de su muerte, su representante Silvia Urquidi. «Yo como michoacano de nacimiento, juarense por adopción, por mis antepasados, yo siempre he traído a México en mi corazón, representándolo en todas las partes del mundo a través de mi música y mis canciones, por lo que yo nunca me iré ni el PRI tampoco».

Dice Esmeralda Ruiz, quien llegó a la explanada de Bellas Artes a las 6:00 horas de ayer, proveniente de Michoacán, que Juan Gabriel tenía razón. No se va a ir nunca tal cual era. «Pero el PRI sí tendrá que cambiar. Él hubiera podido ser Presidente; pero quiso ser cantante».

LA NUEVA TEMPORADA

Alberto Aguilera Valadez, formado Juan Gabriel, nació de del matrimonio de Gabriel y Victoria, dos campesinos de Parácuaro, Michoacán. Si el final de mieles no se supiera, en esta historia cabría la angustia. A su padre lo internaron en La Castañeda, el temible sanatorio para enfermos mentales de la Ciudad de México, después de que quemara un pastizal. La madre se fue del pueblo rumbo a Juárez con seis hijos grandes y Alberto de brazos. Esta historia quedó plasmada en el tema «De sol a sol».

Alberto vivió en las calles de Juárez. Después, la mamá lo internó en un centro de readaptación para niños que habían delinquido. Ahí conoció a su mentor, Juanito, quien enseñaba en el taller de hojalatería. Pocos años después llegó a estas mismas calles de la Ciudad de México donde ahora es despedido con flores, lágrimas y música.

Dentro, desfilan mariachis en traje azul, y cantan Aída Cuevas y Lucía Méndez (su comadre). Pero la alquimia de dolor, injusticia y sensibilidad es imborrable porque incluso quedó en películas que él mismo protagonizó como «El Noa Noa (1982) y «Es mi vida» (del mismo año). El punto es que esta vida fue circular. Empezó sin dinero, sin registros de nada y terminó con récords y mucho dinero. Por lo menos en el símbolo que fue el cantante.

El Secretario de Cultura federal, Rafael Tovar y de Teresa, expuso ante las televisoras que el homenaje a Juan Gabriel duplicará el récord de asistencia a cualquier otra exequia pública en Bellas Artes, que hasta ahora correspondía al escritor Gabriel García Márquez. «Al homenaje a García Márquez asistieron 350 mil personas. Con Cantinflas vinieron 300 mil», expresa minutos antes de que llegue el cortejo.

En la pantalla está también Olga Breeskin, la vedette y violinista, cuyo compañero sentimental, el empresario Mauricio Rind, demandó a Juan Gabriel, por incumplimiento de contrato. El caso llevó al cantautor a prisión por segunda ocasión. La primera vez fue cuando había llegado a la Ciudad de México y le cayó la desgracia con una injusta acusación de robo.

Por las tristísimas circunstancias, se retransmite en las redes aquella entrevista con el programa «Primer Impacto», en la que Juan Gabriel respondió por primera vez al conductor Fernando del Rincón sobre su sexualidad: «Dicen que lo se ve no se pregunta, mijo». Pero también en la que se definió de otra forma. Las demandas que tuvo en su vida fueron por una razón: «Yo, lo que genero es dinero» – dijo él mismo. La tarde de ayer se inició la nueva temporada de «El Divo de Juárez».

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