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Adrián López Ortiz

25/08/2016 - 12:00 am

El Plagio de Peña Nieto y los medios

No era para menos, en un video previo que acumula casi 7 millones de reproducciones, Aristegui prometió hacer una entrega sobre el “perfil intelectual, académico y ético” de Enrique Peña Nieto. “Una faceta no conocida”, “un filón de su biografía”, dijo la periodista. Y eso hizo.

Enrique Peña Nieto. Foto: Especial
Apalancado en sus medios, el Presidente Peña Nieto sigue sin entender: la corrupción no es un error de estilo. Foto: Especial

Carmen Aristegui lo volvió a hacer. Logró que el domingo por la noche estuviéramos tan atentos a su canal de Youtube como a la clausura de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Ignoro que hubiera pasado de haber capítulo de Game of Thrones…

No era para menos, en un video previo que acumula casi 7 millones de reproducciones, Aristegui prometió hacer una entrega sobre el “perfil intelectual, académico y ético” de Enrique Peña Nieto. “Una faceta no conocida”, “un filón de su biografía”, dijo la periodista. Y eso hizo.

El reportaje multimedia reveló un hecho grave: el joven Peña Nieto plagió casi el 30 por ciento de su tesis para graduarse de la licenciatura en derecho en la Universidad Panamericana. Algo muy serio para cualquier estudiante de una universidad privada de prestigio internacional y caracterizada por su énfasis en la ética.

Todavía más grave si ese estudiante es ahora el Presidente de México. Utilizo el tuit de José Merino (no me vaya a acusar de plagio): ¡Imaginen al Washington Post si descubrieran que 29 por ciento de los párrafos de la tesis de Obama son de otros…”. Sería un escándalo. Y lo es.

Pero en este México esquizofrénico, las reacciones se dividieron: por un lado estamos los que creemos que la pieza es relevante y de interés nacional/internacional (el New York Times, la BBC y otros ya replicaron). Y, por otro lado, todos aquellos que han denostado el reportaje por la aversión a la “Señito Aristegui”, su atribuido tufo a López Obrador, la izquierda o el “chairismo”. Hasta quienes con toda intención prefieren desacreditar su periodismo, tan solo porque afecta –otra vez- la deteriorada imagen de quien les asigna la publicidad oficial.

Sin embargo, la reacción que más me preocupa es la de un amplio sector que reconoce la gravedad del plagio, pero que se declara defraudado porque Aristegui no fue capaz de darnos algo “más grande” que la Casa Blanca. Una investigación que alcanzara -como me dijo una amiga periodista, para ahora sí, tumbar al Presidente!

Y es que allí nos perdemos: no es función de un periodista quitar a un Presidente. Si Peña Nieto fuera ético y congruente habría renunciado hace mucho junto con su equipo. Sabemos que la dignidad no les da, por eso entiendo que los mexicanos estamos cansados del cinismo de nuestra clase política y esperemos que ciertos periodistas hagan aquello que no hacen nuestras instituciones.

La corrupción duele tanto que le exigimos a Carmen Aristegui que haga desde el periodismo lo que no hizo Virgilio Andrade desde la Función Pública. Y no se puede.

Detrás de ese desencanto, está la normalización de la deshonestidad y la corrupción, dijera Jacobo Dayán. “Un copy-paste de hace 25 años no es nada si lo comparamos con la Casa Blanca”, ha sido el lugar común. #EsMexicoWey, dijera el clásico #LordAudi. En esa normalización empezamos a usar eufemismos: “daños colaterales”, “legítima defensa”… “errores de estilo”.

Tengo compañeros docentes que hubieran negado la aprobación de la tesis de Peña Nieto por mucho menos que lo revelado por Carmen. El mundo literario nacional ha protagonizado escándalos mayúsculos por plagios menos rimbombantes. Pregunto: ¿de verdad Diego Valadés no va a decir nada sobre el plagio a su obra? Aún cuando la proporción de “… páginas y líneas que carecen de la necesaria adjudicación […] es considerable e inadmisible”, ha dicho Enrique Krauze. Aplausos.

Una institución educativa seria sabe que el plagio es plagio y se sanciona con severidad. No encuentro cómo la Universidad Panamericana pueda justificar el error: si lo reconoce tendría que retirarle el título al Presidente y sancionar a los involucrados. Si no, la señal que manda a alumnos y graduados es que su institución permite la deshonestidad académica. Tiene que decidir, o su prestigio se va al traste junto con el del Presidente.

Por último, creo que hay errores menores en el reportaje de Aristegui. En el video previo fija un contexto más amplio del que utiliza en el reportaje final; habla de Televisa, pero el reportaje no la incluye. El video pudo contener entrevistas con expertos y la versión de las personas e instituciones involucradas. Acaso su pecado fue levantar una expectativa muy alta. Pero eso es consecuencia de su prestigio. El domingo muchos mexicanos estuvimos atentos al trabajo duro de Carmen Aristegui por una razón simple y poderosa: su credibilidad.

Insisto, el reportaje es perfectible, pero es periodismo. Un periodismo que descubre y revela. Mucho más periodismo que el que simulan nuestros medios nacionales, quienes al ningunear el caso en sus portadas y noticieros, evidenciaron aún más su colusión con el poder.

Sin embargo, el mayor mérito de Aristegui no es el reportaje sino sus implicaciones mediáticas. La digitalización no es el futuro, es el presente. Carmen y su equipo lo entienden. Desde una plataforma digital, empezaron a cambiar las reglas del juego en el modelo de la influencia comunicacional mexicana. Tan solo en Youtube y Facebook su “malogrado” reportaje lleva la friolera de 3 millones de reproducciones en 3 días. Hasta Chumel Torres envidiaría eso.

La televisión abierta y la “vieja prensa” mostraron su obsolescencia frente a la libertad de las redes y la libre competencia en internet. Televisa y TV Azteca corren desesperados por cambiar rostros, horarios y formatos, pero siguen sin entender que el desafío no es de forma, sino de fondo. No de cómo se dice, sino de qué se dice. Y sobre todo, de lo QUÉ NO SE DICE. La publicidad oficial compra producción, pero no hay producción que alcance para tapar la realidad.

Apalancado en sus medios, el Presidente Peña Nieto sigue sin entender: la corrupción no es un error de estilo.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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