En 213 J. M. Tomasena (Ciudad de México, 1978) ganó el Premio Nacional de Bellas Artes con el libro cuentos ¿Quién se acuerda del polvo de Hemingway? Y en abril de 2016 apareció su primera novela La caída de Cobra (Tusquets, 157 pp.): un texto duro, apasionado, sobre la idea de justicia y la vida en las cárceles mexicanas. A continuación la entrevista que le hice al autor.
- La literatura de tema carcelario, después de la amnistía de José López Portillo, ha ido desapareciendo del repertorio de los escritores nacionales, ¿por qué crees que esto ha sido así y por qué sentiste la necesidad de retomarlo?
La verdad es que yo no escribí la novela con plena consciencia de la tradición carcelaria mexicana. Con excepción de El apando, de Revueltas y de otro texto suyo que no recuerdo dónde leí, pero que era una denuncia pública sobre la situación de los presos políticos en Lecumberri, yo no tenía presente la tradición literaria de la cárcel. Esta novela nació de mi experiencia de trabajo en una prisión, del contacto con los presos, de su lenguaje. Y de la sensación de que en ese mundo era propicio para explorar otros temas narrativos que me interesan, como son la idea sobre la justicia, el perdón, y las posibilidades de cambiarlo todo. Es decir, el impulso de hacer algo así como la Revolución Total.
- Harold Pinter, quien también escribió sobre la reclusión, afirmaba que “todo en la prisión es antinatural”, ¿cómo se da esta desnaturalización, si se da, en una cárcel mexicana?
No sé a qué se refiera Pinter con “antinatural” —de hecho, desconfío un poco del concepto de “naturaleza” porque tiende a inmovilizar o esencializar el mundo—, pero si se refiere a la construcción de un espacio “artificial” o “excepcional”, yo creo que hay dos factores fundamentales: uno es el espacio físico en sí —los muros, las celdas, los módulos— que, como ya desarrolló Foucault en el clásico Vigilar y castigar, está diseñado para ejercer el poder; y segundo, la ruptura de los lazos familiares, y en especial, la ausencia de mujeres.
Los mundos sin mujeres tienden a ser hiper-violentos: el ejército, los barcos, las cárceles, las correccionales, las cocinas, la construcción.
Creo que no hemos sopesado lo suficiente las consecuencias de hacer una política peniteniaria que supone que para “readaptar” a alguien ha de privársele de manera sistemática de su entorno de confianza. ¿Qué cosas buenas pueden salir de la ruptura calculada del círculo amoroso de una persona?
- Escribir sobre Dios y sobre el cristianismo parecieran ser dos de los temas más contraculturales dentro del gremio de intelectuales nacionales, ¿por qué retomar estos tópicos y hacerlo, además, sin seguir la tónica del gremio?
Yo no tengo ninguna intención contracultural. Mucho menos una voluntad catequética. De hecho, recelo de la literatura que busca transmitir un “mensaje” o defender una tesis (esto me desagrada de Revueltas, por ejemplo). Sólo sé que la buena literatura, la que sea, solo se puede escribir desde el reconocimiento sereno de lo que uno es.
Yo fui criado y formado como católico; más específicamente, en los últimos resquicios de lo que se conoció como “Iglesia lationamericana”, “Iglesia de los pobres” o “Teología de la liberación”. Aunque en los últimos años me he alejado de los círculos religiosos convencionales, supongo que algunos de los temas de La caída de Cobra vienen de ahí y de mi interés en la literatura bíblica.
- Después de varias guerras religiosas desde el s. XIX y de casi un siglo de que se instaurara la educación, no sólo laica sino, socialista, ¿qué papel tiene la fe en la sociedad mexicana?
Yo creo que la tradición liberal, jacobina, comecuras, ha sido muy sana para Occidente y, en particular, para la sociedad mexicana. Ha limitado el poder de la Iglesia, ha terminado con muchos abusos (aunque faltan más) y ha sido una oportunidad para que los cristianos se reencuentren con el núcleo moral de los Evangelios.
Ahora, hay ciertos ateísmos que, al considerar que la fe es mero “opio del pueblo”, son ciegos al papel que la fe tiene en la vida y la accion de millones de personas. ¿Qué es lo que moviliza a millones de personas que peregrinan todos los años a la Basílica de Guadalupe o a San Juan de los Lagos? ¿Es mero fanatismo? El papel que en México han tenido miles de cofradías, grupos parroquiales, comunidades de base en la construcción de un sentido de vida comunitario es fundamental.
Más que discutir sobre si Dios existe o si es un engaño, lo que está en juego son las condiciones de convivencia de los creyentes en una sociedad plural, su diálogo con el conocimiento, con las leyes cívicas, con la ciencia, con la diversidad cultural, con los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los niños.
- La caída de Cobra es una novela políticamente incorrecta, habla de las penitenciarías y habla de la fe, sólo habría faltado que apareciera un custodio afable, justo y buena gente para completar la trilogía de temas tabú para el gremio artístico nacional, ¿pensaste en algún momento en incluirlo?
No, yo tenía claro que los custiodios tenían que ocupar un lugar secundario en la historia, porque lo que me interesaba era plantear una situación en la que la autoridad legítima ha renunciado a ejercer su poder y lo ha dejado en manos de particulares. Si la cárcel reproduce las dinámicas del mundo, este papel secundario se corresponde con el repliegue del Estado de la vida pública. Y cuando esto sucede, como en México (y en el mundo) desde los años ochenta, lo que nos queda es lo que tenemos: un país maquilador, roto, en guerra.
- El tema de La caída de Cobra es la justicia. Cobra, el cobrador, es un agente de dos tipos de justicia dentro de la cárcel. ¿Cuántos sistemas de justicia conviven –simultánea, incoherentemente- en nuestra sociedad (o en una cárcel, si pensamos la cárcel como una miniatura de nuestra sociedad)?
En efecto, La caída de Cobra intenta problematizar la idea de la retribución, que funciona como mecanismo de justificación sobre nuestros actos: al que actúa bien le va bien; al que actúa mal le va mal.
Encuentro esta moral en todos lados: en las telenovelas, en el cine de Hollywood, en las iglesias, en las empresas multinivel, en la ideología del trabajo y la educación como “superación”, y por supuesto, en el narco. Es la coartada con la que los ricos se convencen de su inocencia y culpan a los pobres de sus desgracia —si les va mal, es porque no se esfuerzan lo suficiente— o la prontitud con la que el gremio literario se apresura a apedrear a los herejes: al escritor plagiario, por ejemplo. O al “oficialista”. O al “crítico resentido”.
Así, cuando en este país desaparecen a alguien, sospechamos que “andaba en algo”; si lo matan, “algo habrá hecho”; y si protesta y le dispara la policía fue porque“se lo buscó”. (Recordemos: al que actúa bien, le va bien; al que actúa mal, le va mal). E incuso explica por qué, entre los sectores más progres, nos indigna más que desaparezcan a 43 estudiantes “inocentes” en Iguala a que asesinen extrajudicialmente a 22 “delincuentes” en Tlatlaya.
Curiosamente, el núcleo moral del cristianismo postula lo contrario: que previo a nuestros actos, hay un amor incondicional que nos libera de la lógica del premio y del castigo. No deja de ser curioso que la religión institucionalizada a menudo sea la que más traicione este mensaje.