Gerardo Grande
13/08/2016 - 12:00 am
Virgilio Piñera: un realismo sin idealizaciones
"¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?"
Virgilio Piñera, prolífico escritor cubano. Incursionó en muchos géneros literarios y en varios de éstos logró marcar hitos. Escribió poemas, obras de teatro, ensayos y novelas. Sus primeras publicaciones vieron la luz en la revista literaria Espuela de plata, revista donde también participó la gran figura que fue José Lezama Lima, escritor con quien tendría varios roces a lo largo de su vida, entre otras cosas, porque Piñera no coincidía con sus posturas estéticas: mientras Lezama era barroco, Virgilio buscaba escribir de una manera completamente opuesta. Y esta manera de escribir lo llevó a crear uno de los más grandes poemas de la literatura cubana: La isla en peso. La obra de este escritor es de una desgarradora intensidad. Al principio no fue muy bien recibida por escritores y críticos de su tiempo, pues no estaban de acuerdo con que rompiera con las estructuras, los temas y las búsquedas de la lírica cubana. La poesía de Piñera: un realismo sin idealizaciones. En 1941 publicó su primer poemario Las furias y ese mismo año escribió Electra Garrigó. la obra de teatro que es para muchos el inicio del teatro cubano moderno. En 1946 se instaló en Buenos Aires donde escribió dos obras de teatro “Jesús” y “Falsa alarma”. En 1952 publicó su novela La carne de René, novela cruda que habla de un joven empujado por su padre a un mundo violento y como en éste reconoce el valor de la vida.
Piñera muere en 1979 y al día de hoy no es sencillo cruzarse con alguna de sus muchas publicaciones. Son pocas las editoriales que en la actualidad han reeditado a Virgilio Piñera. La editorial argentina blattyrios tiene en su colección Violeta la novela La carne de René. TusQuets Editores también tiene obra de Piñera.
Fragmento del poema “La isla en peso”
“La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones
me acostumbro al hedor del puerto
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche tras noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
[...]Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste.
Al mediodía el monte se puebla de hamacas invisibles,
y echados, los hombres semejan hojas a la deriva sobre aguas metálicas.
En esta hora nadie sabría pronunciar el nombre más querido,
ni levantar una mano para acariciar un seno;
en esta hora del cáncer un extranjero llegado de playas remotas
preguntaría inútilmente qué proyectos tenemos
o cuántos hombres mueren de enfermedades tropicales en esta isla.
Nadie lo escucharía: las palmas de las manos vueltas hacia arriba,
los oídos obturados por el tapón de la somnolencia,
los poros tapiados con la cera de un fastidio elegante
y de la mortal deglución de las glorias pasadas.
¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno
cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?”
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