Adrián López Ortiz
04/08/2016 - 12:00 am
Reflexiones desde Berlín
En México tenemos que aprender a hacer ciudades para la gente si queremos construirnos un futuro mejor. Las tendencias mundiales de urbanización no mienten y nuestros gobernantes parecen no entenderlo.
Esta es la quinta y última entrega de mis artículos sobre mi maestría en la Berlin School of Creative Leadership. La voy a extrañar.
Durante mis estudios tuve la oportunidad de convivir con líderes de las industrias creativas de más de 20 países diferentes. Emprendedores y ejecutivos de organizaciones como Apple, Amazon, Associated Press, Leo Burnett, Ogilvy, NBC, The Globe and Mail, entre otros.
La Maestría en Liderazgo Creativo es un tanto diferente del resto de los MBA’s tradicionales. Se concentra en cómo ser un líder más auténtico y cómo lograr que tu equipo desarrolle lo mejor de su creatividad en entornos globales, digitales y muy competidos. Podemos decir que se trata de creatividad e innovación. Pero sobre todo se trata de ética, autenticidad y liderazgo.
Con Paul Verdin aprendí que “La Estrategia” correcta empieza con pensar –sí pensar- y por hacerse las preguntas correctas. Con David Slocum que la erudición no está peleada con la humildad y una curiosidad permanente. Con Olivier Tabatoni que las finanzas no se tratan de números, sino de sueños.
Pero la mayor lección del programa me la llevé en el último módulo: “Liderar no se trata de ti. Se trata de desarrollar habilidades para construir relaciones con los demás.”, nos dijo Robert Weisz. Se dice fácil, es una tarea de vida.
Mark Rittenberg, otro de nuestros profesores, experto en comunicación y famoso por llevar técnicas del teatro y la actuación a la vida ejecutiva, nos dijo: “Lo más importante de hacer un MBA no es el certificado, sino la oportunidad de la transformación personal. Si eres el mismo antes y después del programa, desperdiciaste tu dinero y tu tiempo.”
Debo decir que la jornada fue intensa. Hice los 5 módulos en menos de un año y creo que aún no termino de digerir tanto material en lo intelectual y en lo emocional. Pero eso sí: seguro no soy el mismo.
Ahora estoy más consciente de mi entorno y de las oportunidades que las relaciones interpersonales ofrecen. Tengo una visión distinta de la creación del valor en un mundo global. También pensaré dos veces sobre mis pre-concepciones sobre el mundo asiático. Mi inglés es un poquito menos malo… muy poquito, así que hay que seguir practicando. Pero lo mejor es que ahora tengo amigos que son influyentes y poderosos. Amigos que son musulmanes, vegetarianos, asiáticos, etc.
Y aprendí también que nada de eso importa, porque más allá de los estereotipos y las credenciales académicas y profesionales, somos personas que nos encontramos ahí en Berlín con un objetivo común: des-aprender y aprender de nuevo.
En apariencia fuimos hasta esa ciudad llena de memoria política porque queremos agregar tres flamantes letras a nuestro currículum: MBA. Pero en el fondo todos lo hicimos para volvernos un poquito mejores en nuestros trabajos, con nuestras familias, nuestros amigos y para nuestra comunidad.
Después del último módulo, dónde trabajamos con nuestros perfiles emocionales y nuestros estilos de liderazgo, dónde compartimos nuestro “Autorretrato del Alma” y tuvimos la oportunidad de contar la historia del Otro, descubrí que ninguno de nosotros compartió un reto profesional. Todo compartimos algo íntimo, emocional, espiritual… personalísimo. Porque eso es lo que nos mueve, aunque tendamos a olvidarlo.
No puedo más que estar agradecido de todos mis compañeros por la oportunidad de trabajar, estudiar, discutir y bromear durante largas horas de trabajo en Berlín, Nueva York, Berkeley, Shanghai y Tokio. Nunca faltó el café, el té o la cerveza.
El MBA fue también una ventana al mundo. Berlín, con sus museos infinitos y sus cafés en las banquetas me regresó el gusto por la charla, la capacidad de asombro por la gente. Shanghai me enseñó su versión oriental del occidentalismo y la estrategia China de la “innovación incremental”. Tokio me dejó caminarla en el verano más agradable. Berkeley me mostró lo que una universidad puede hacer por su entorno. Nueva York pues… es Nueva York.
En general la lección es una: en México tenemos que aprender a hacer ciudades para la gente si queremos construirnos un futuro mejor. Las tendencias mundiales de urbanización no mienten y nuestros gobernantes parecen no entenderlo. Nos va en ello nuestra capacidad para el emprendimiento, la innovación y la civilidad. Sin ciudades cálidas, amigables… humanas, la imaginación es imposible.
Por último, gracias a Michael Conrad, David Slocum, Jamshid Alamuti y a Susann Schronen por atreverse a dirigir un programa riesgoso por distinto y, sobre todo, por hacer de esta experiencia un reto profesional, intelectual y personal inolvidable.
Fue un privilegio formar parte de la Clase 17 de la Berlin School. A Georg Kemter por sus atenciones y por incluir jalapeños en la comida.
Nos seguiremos viendo, todavía falta la tesis.
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