Francisco Ortiz Pinchetti
08/07/2016 - 12:00 am
El 8 de julio, 40 años después
Llegue así hasta el edificio de Reforma 18, que fuera la casa del periódico Excélsior. Y mi casa.
Hace un par de días, el miércoles, asistí a una comida en el University Club, que sigue ocupando su mansión afrancesada de finales del siglo XIX frente al monumento a Cuauhtémoc, en Reforma 150. Por alguna razón --o por ninguna--, al salir de ahí decidí caminar con rumbo a la que fuera hasta 1979 la glorieta de El Caballito, en la confluencia con Bucareli y avenida Juárez. Durante el trayecto, despreocupado, observé las transformaciones que en ese tramo ha sufrido nuestro hermoso, inigualable Paseo.
Llegue así hasta el edificio de Reforma 18, que fuera la casa del periódico Excélsior. Y mi casa. Hace años que el inmueble está vacío, habitado seguramente por sus fantasmas. Literalmente se encuentra intacto, atrapado ahora entre dos altas construcciones: las instalaciones modernas cubiertas de cristal del propio periódico y un edificio nuevo de ocho niveles.
Observé la fachada inolvidable, hundida ya más de medio metro, con el mítico “balcón de don Julio” en el tercer piso. En esa planta estaba, además de la oficina del director general y la de su secretaria, Elenita Guerra, la redacción del diario y la mesa de redacción, que en mis tiempos reporteriles encabezaba Manuel Becerra Acosta, el subdirector. También había acceso a una suerte de tapanco, metido ya en el edificio adyacente, donde trabajaban Miguel Ángel Granados Chapa y Miguel López Azuara, encargados de las páginas editoriales. En el cuarto piso estaba la redacción de la primera edición de Ultimas Noticias, que dirigía Jorge Villa Alcalá, y de la segunda edición, conocida como “la extra”, en la que trabajé como reportero un par de años bajo las órdenes de Regino Díaz Redondo, que era el director.
El edificio está conectado a través de una serie de pasillos con el de Bucareli 17, donde estuvieron los talleres de la cooperativa: linotipos, mesas de formación, estereotipia, rotativas. En el segundo piso de ese inmueble, por cierto, estuvo la redacción del semanario Jueves de Excélsior , ya desaparecido, donde mi padre y maestro amantísimo, José Ortiz y Ortiz, trabajó los últimos 20 años de su vida como jefe de Redacción y en donde publiqué mis primeros reportajes, allá en los sesenta.
Frente al portón de hierro recordé la tarde en que un centenar de cooperativistas salimos en tropel, prácticamente expulsados por un golpe perpetrado desde el poder por el Presidente Luis Echeverría Álvarez, con la complicidad de Díaz Redondo, entonces Presidente del consejo de administración de la Cooperativa… por dedazo de su amigo y compadre Julio Scherer García. Reviví en mi mente las escenas dolorosas de aquel éxodo obligado. Y sólo entonces caí en la cuenta de que eran justo las vísperas del 40 aniversario de aquel 8 de julio de 1976, que este viernes, hoy, se cumple.
A partir de la llegada de Scherer García a la dirección de Excélsior, en 1968, el periódico adoptó una línea editorial relativamente independiente y crítica. Más que ningún otro medio, eso sí. El diario había empezado a escudriñar y difundir la lacerante realidad nacional que antes se ocultaba, a través de reportajes extensos y bien documentados, mientras que en sus páginas editoriales, donde se había reunido un grupo de colaboradores histórico, se ejercía una crítica audaz de la que eran puntales Daniel Cosío Villegas y Gastón García Cantú. Esto, más que la tarea informativa, acabó por serle insoportable al Presidente Echeverría Álvarez, que urdió la manera de quitarle a Scherer García el periódico. Y lo logró.
Ese jueves 8 de julio, Díaz Redondo convocó de manera ilegal a una asamblea extraordinaria de la cooperativa parta suspender –y luego expulsar— al director general y al gerente general, Hero Rodríguez Toro, así como a otros cinco colaboradores suyos. Se les había acusado a los siete de una sarta de infundios, que por supuesto nunca fueron probados. Desde la madrugada, la parte delantera del salón de asambleas fue ocupada por decenas de sujetos ajenos a la cooperativa. Golpeadores. Portaban sombreros de palma, para identificarse. Y luego de que ocupamos nuestro lugar, en la parte central, otro grupo de sombrerudos se apostó en la parte trasera para completar una especie de emparedado. Fue imposible así cualquier defensa, cualquiera intervención siquiera de los partidarios del director. “¡La indiada ya votó!”, coreaban los reginistas y sus secuaces cada vez que alguien, Granados Chapa varias veces, intentaba hacer uso de la palabra. Y tuvimos que abandonar el salón entre improperios y aventones.
Nos trasladamos entonces a la redacción de Excélsior para ahí celebrar, ante notario público, una asamblea legal. La reunión, sin embargo, fue interrumpida poco después por enviados de Díaz Redondo, que amenazaron con una expulsión violenta si no abandonábamos el edificio, “pero ya”. Inútiles resultaron las solicitudes de protección hechas a diversas autoridades, como inútil resultó la famosa llamada de Scherer García a Echeverría Álvarez, que por supuesto no le contestó. “El Presidente está entregando premios a los niños aplicados”, le indicaron al director de Excélsior.
Ante la inminencia de un enfrentamiento, se optó por salir. “Que cada quien asuma su responsabilidad”, dijo Granados Chapa. “Yo asumo la mía y me voy”. Y nos fuimos. Un centenar de compañeros encabezados por el director descendimos por la escalera de mármol entre una valla de ensombrerados enardecidos y amenazantes que coreaban “¡fuera!, ¡fuera!, ¡fuera!”. Nosotros respondíamos con gritos de “¡ex-cel-sior!”, “¡ex-cel-sior!” y “¡sche-rer!, ¡sche-rer!”. Así salimos a la calle, hace 40 años.
Scherer García lo hizo del brazo de García Cantú y del caricaturista Abel Quezada. Con ellos iban Granados Chapa, Vicente Leñero, Manuel Becerra Acosta, Arnulfo Uzeta, ya fallecidos todos. Sin dejar de gritar caminamos por la acera de Reforma --en sentido contrario al que yo había ahora seguido--, ante el asombro de transeúntes y automovilistas, Así llegamos, en desordenado contingente, a la esquina de avenida Morelos, donde todavía está el hotel Imperial. Ahí, desolados, como escribiría Vicente Leñero en Los periodistas (Ed. Joaquín Mortiz, 1978), “permanecimos media hora estacionados en la vía pública sin saber qué hacer ni a dónde ir…” Unos se abrazaban y otros abiertamente lloraban. Mi amigo Juan Miranda, entonces colaborador de Sucesos para Todos, fue el único fotógrafo que registró gráficamente el episodio. Poco a poco nos fuimos disgregando, mientras la noche caía sobre el Paseo de la Reforma.
Ni Scherer García ni Granados Chapa volvieron a poner un pie en Reforma 18.Tampoco yo, hasta ahora. Leñero en cambio lo hizo una sola vez, hace unos tres años. Un día le pidió a Gerardo Galarza, compañero y amigo de dos décadas en Proceso y actual director editorial adjunto de Excélsior, que lo invitara para hacer un recorrido por el viejo edificio. El propio Vicente me contó emocionado su aventura, poco antes de morir.
En total dejamos voluntariamente Excélsior más de 200 cooperativistas. El grupo finalmente se dividió: el núcleo permaneció al lado del director expulsado y se sumó al proyecto de publicar un semanario. La otra parte se aglutinó en torno del subdirector Becerra Acosta, que fundaría en noviembre de 1977 el diario Unomásuno, antecedente de La jornada. El primer número de Proceso apareció el 7 de noviembre de 1976, cuatro meses después del golpe y tres semanas antes de que Echeverría Álvarez dejara la Presidencia. En el directorio de esa edición aparecía Scherer García como director, Leñero como subdirector y Granados Chapa como director-gerente; pero esa, amigos, ya es otra historia. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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