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Adrián López Ortiz

24/06/2016 - 12:00 am

Noroeste, de frente

No es común que los medios en México hagan públicos sus problemas. Nos gusta exigir transparencia pero no para nosotros. «Casa de herrero…», dice el dicho. Pero no es así en todas partes. Mucho de esa opacidad es mexicana. Sabemos que el modelo de los medios masivos está en franca refundación. Todos los periódicos estamos buscando […]

Sacrificar bienes duele, pero hasta allí. Noroeste no es un edificio, sino su talento y su mística. Foto: Noroeste
Sacrificar bienes duele, pero hasta allí. Noroeste no es un edificio, sino su talento y su mística. Foto: Noroeste

No es común que los medios en México hagan públicos sus problemas. Nos gusta exigir transparencia pero no para nosotros. «Casa de herrero…», dice el dicho.

Pero no es así en todas partes. Mucho de esa opacidad es mexicana. Sabemos que el modelo de los medios masivos está en franca refundación. Todos los periódicos estamos buscando cómo transitar del impreso al digital sin morir en el intento. Pero mientras en el resto del mundo los periódicos quiebran, en México no, sino que cada elección nacen más. La razón: publicidad oficial.

Me explico. La crisis mundial de 2008-2009 aceleró la caída de los ingresos publicitarios y esto obligó a los periódicos a tomar decisiones para sobrevivir. Lo natural era reducir costos y, al mismo tiempo, invertir e innovar para generar otros ingresos. En México no fue así.

Para mala suerte de la libertad de expresión, el punto de quiebre coincidió con el regreso del PRI. El Gobierno federal descubrió de inmediato que la publicidad que le compraba a los periódicos representaba una cuota tan importante de ingresos que en eso les iba la vida. ¿Y que creen que hicieron? Los tomaron a todos por el cogote. Recuerdo haber estado con un funcionario federal para decirle que con Peña Nieto las pautas habían casi desaparecido. La respuesta fue cínica: “No te preocupes Adrián, a nadie le estamos presionando la línea editorial”. “Claro que no –le respondí: “¡Están viniendo ellos a ofrecértela!”. Sonrió.

Desesperados, los medios corrieron con el Gobernador, el Alcalde, el Diputado con aspiraciones. Y a cambio de portadas y “coberturas estratégicas” garantizaron su sobrevivencia. Corrijo: garantizaron la existencia del negocio, pero mataron el poco periodismo construido tras la alternancia del año 2000.

Artículo 19 y FUNDAR han demostrado como los gobiernos federal y estatales manejan y exceden los presupuestos de publicidad con total discrecionalidad y opacidad. Es preocupante: el modelo mexicano de publicidad oficial es una amenaza para la democracia y la libertad de expresión.

En ese contexto funciona Noroeste, un diario sinaloense con 43 años de antigüedad. Nuestro diario es algo distinto del resto de los medios mexicanos. No mejor, solo distinto.

Primero: no tiene un solo dueño, sino un Consejo de seis familias que lo soportan con su patrimonio. Segundo: nadie tiene mayoría accionaria. Tercero: ninguno de los dueños vive del periódico sino de otros negocios diversos como agricultura, desarrollo inmobiliario y comercio. Cuarto: nunca ha repartido dividendos a sus accionistas; cuando hay, todo se reinvierte. En la práctica Noroeste no es un negocio, somos una ONG.

Por otro lado, hemos trabajado mucho en construir procedimientos editoriales para volvernos una institución periodística sólida. Tenemos un Cuaderno de Estilo, un Código de Ética y un Defensor del Lector. Fuimos los primeros en el país en definir Criterios Editoriales para el Tratamiento de la Violencia en 2010. Y en 2013 -señalados de activistas- interpusimos un amparo ciudadano contra la violación del derecho humano de privacidad ante el Gobierno del Estado de Sinaloa.

No somos mejores. Y precisamente por eso hemos construido mecanismos y controles para hacerlo mejor. Pero lo más importante: queremos seguir haciendo periodismo. Por eso la publicidad oficial no es una alternativa. Nos negamos a que el Gobernador sea portada cinco veces por semana cortando listones o que nos llamen de Comunicación Social para dictar titulares.

Esa libertad tiene precio: sólo 2 por ciento de nuestras ventas son publicidad oficial. Los anuncios de gobierno son escasos y son eso, anuncios. No notas. Siempre que alguien paga por un contenido, nuestros lectores lo saben. Es triste: sé de casos donde esa cifra va del 30 al 70 por ciento de los ingresos. Es mucho dinero. Demasiado.

Esa es una de las razones por las que ahora Noroeste enfrenta problemas financieros. Tomé la Dirección en 2012 con el compromiso de liderar la transición impreso-digital. Soy claro: todavía no lo logramos. Hemos crecido en lo digital y otros negocios. Hemos intentado con éxito alternativas como eventos masivos, un Noticiero de TV, revistas e impresión comercial. Trabajamos de la mano con la sociedad civil y hacemos alianzas estratégicas con otros medios. Todo, menos venderle el alma al diablo: sobrevivir gracias a un convenio que se negocia en un oficina de gobierno.

El camino ha sido doloroso. Hemos perdido muchos empleados, gente con talento y trayectoria. Hemos reducido productos, oficinas, plazas. También estamos buscando regularizar nuestra situación con el fisco. Sabemos que no somos los únicos con problemas y que las autoridades han condonado deudas millonarias a medios cómodos. Noroeste no es cómodo, pero ha tributado por cuatro décadas con disciplina. No pedimos privilegios, sólo que la autoridad sea un aliado para conservar la fuente de empleo y no el garrote de otros intereses.

Sacrificar bienes duele, pero hasta allí. Noroeste no es un edificio, sino su talento y su mística. La paradoja: en medio de la crisis y gracias a la digitalización, somos más leídos que nunca en Sinaloa y hasta somos referencia en muchos temas afuera.

Insisto, no somos perfectos. Hemos cometido errores estratégicos y periodísticos. Asumo la responsabilidad y me disculpo. Pero creemos en el valor público del periodismo. Investigamos temas locales como nadie, aunque pisemos callos y corramos riesgos. Muchas veces también pagamos los precios: en 2010 el crimen organizado nos baleó oficinas por negarnos a publicar sus exigencias, y en 2014, con el Gobierno de Mario López Valdez, fuimos el periódico más agredido del país con amenazas, golpes y balazos. Todos siguen impunes.

Suena romántico, pero en Noroeste sí nos la creemos. No hacemos nada extraordinario, gracias a nuestros anunciantes y lectores hacemos lo que nos toca. Sin ellos no estaríamos aquí. No siempre sale bien, pero cuando lo logramos, Sinaloa es un poquito mejor. Cuando nuestro periodismo nos hace mejores ciudadanos entonces vale la pena. Créanme, vale la pena.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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